A poco que uno lea cualquier artículo, el que sea, de esos que se empeñan en asegurar que la mayoría de jóvenes jamás encontrará un empleo relacionado con su nivel educativo, comienza a preguntarse por qué lo de “juvenil” se reserva casi en exclusiva a los chavales de entre 16 y 24 años. ¿Acaso los de 25, 26, 27, 28, 29 o 30 años ya no son jóvenes? Porque en ese caso se me ocurre, así de pronto, que deberían entonces disfrutar el mismo descuento en el transporte que el colectivo de la tercera edad.

No, los jóvenes que el gobierno considera como tales, son gente que a esa edad debería estar formándose, y sin embargo los políticos quieren favorecer su incorporación al mercado laboral. ¿Por qué? Para que no estudien. Para que a la edad en que uno debe estar aún estudiando, desechen esa opción en pro de elevar la productividad y los ingresos del país. Es decir, quieren mano de obra joven y sin formar.

Y yo hace tiempo que empecé a cuestionarme si no será mejor así. Quizá resulte menos frustrante comenzar a trabajar a los 17 años, incluso en empleos mal renumerados, que encontrarte con casi 30, una o dos carreras, master, idiomas, experiencia en el extranjero y recibir contratos de 300 euros al mes, por 40 horas semanales. Eso sí es frustrante.

Empiezo a cuestionarme si no nos estafaron con el tema de la universidad…

Porque hay situaciones que rallan lo grotesco, lo ofensivo. Que te ofrezcan 150 euros al mes por trabajar 30 horas semanales. O 200 por una jornada de 25 horas. Y que el momento más humillante no sea ese, si no que se te ocurra sugerir que con esa cantidad no podrías ni pagar el alquiler y con sorna te contesten “sí, eso os pasa a todos. Voy a tener que poner una ONG”.

Aquel que dijo que el saber no ocupa lugar, estaba muy equivocado. No solo ocupa espacio, si no que además supone un gasto muy considerable de tiempo, dinero y esfuerzo. Aunque siempre nos quedará la opción de mantenernos optimistas, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario.