Después de ejercer varios oficios, durante más de treinta años desempeñó el cargo de secretario general de la prestigiosa revista y editorial Mercure de France. Su vida de privaciones materiales y bohemia no le impidió llevar a cabo intensas experiencias amorosas. Amó a muchas mujeres. Publicó algunas novelas, la mayoría de temática erótica (Le petit ami, In Memoriam y Amores y un extenso diario). La lectura preferida del joven Paul fueron los escritos íntimos de Stendhal.

Falleció en La Valle-aux-Loups, cerca de París, en 1956. El descubrimiento póstumo de su diario, que comienza el 3 de noviembre de 1883 y concluye el 22 de febrero de 1956, cinco días antes de su muerte, implicó la revalorización de su obra.

Creer la frase más divulgada de Léautaud implica entrar en una paradoja: “Todo es mediocre, pasajero, poco importante, sobrevalorado”. Cuando le dieron a leer a Borges, respondió: “Está muy bien, pero, ¿dónde está Eros?”.

Léautaud se describía a sí mismo como “personal hasta el disgusto, libre hasta la afrenta, sensible hasta la ridiculez, imperfecto hasta el exceso”.

Estamos seguros que lo que nos gusta de este diario no estaba en las intenciones de Léautaud: él se describe a sí mismo con sus miserias de intelectual pobre, su vagancia, su egoísmo. Y así nos describe una parte de París, de esta ciudad que puede ser la más espléndida y generosa, pero también la más dura y miserable del mundo, con un acento personal y nuevo.

Léautaud hacía poca vida social. Schwob, un personaje de novela, el homosexual que vive con la actriz Margarita Moreno le invitaba a menudo. Vale la pena de leer el Journal de Léataud sólo por encontrarse con Schwob, un gran señor, gran amante, muerto prematuramente entre sus vicios. Él lo describe con breves toques eficaces, sin retórica.En su juventud, Léautaud iba cada día a la revista Mercure de France a trabajar, donde Rèmy de Gourmont, la noble, inteligente y horrible máscara humana (sufría una especie de lupus) sentía una sincera estima por el muchacho egoísta y esquivo pero que escribía de una forma sencilla y directa. Algo bueno en los tiempos de Barrés o de un Morèas, como si intuyese los tiempos nuevos de un Sartre, de un Camus, de los existencialistas. Léautaud desenmascara el diletantismo exquisito de Renan y de Anatole France. En el fondo, Léautaud deseaba Stendhalizar la literatura francesa, ponerla frente al hecho desnudo, la verdad, el documento. Esta es su mejor cualidad, su rechazo a mentir y a doblegarse frente a los poderosos.

En cuanto a él mismo, vemos que ama a las mujeres, las persigue y convive con una tal B. que atormenta sin comprometerse en serio. No sabemos la razón. Tal vez por defender su independencia, por sentirse libre. De todos modos, B. lo traiciona con otros hombres pero Léataud no presta mucha atención. También leemos que planea aprovecharse de otra mujer, pero luego no ocurre nada. Léautaud es demasiado perezoso para ser decididamente inmoral. Su inmoralidad tiene un tono gris, ligero.

Una noche se encuentra en el Bois con dos jóvenes pícaros que le cuentan sus negocios. Uno de ellos está esperando a un inglés. A Léautaud le entran ganas de irse con ellos y los dos jóvenes le invitan a un hotel de ínfima categoría. Sin embargo, Léataud se echa para atrás. El sabe, por experiencia que esos muchachos se dedican luego a hacer chantaje y no se libra uno de ellos fácilmente. Él les juzga por lo que son. Si no encuentran otra cosa pasearán por el Bois con chicas que no son prostitutas y que sentadas en los bancos aceptan hacer pequeños favores sexuales a cambio de una propina. Léataud se marcha y los pícaros protestan porque les ha hecho perder el tiempo inútilmente.

Otro día recibe la visita de un joven que ha leído el Petit Ami y que se declara admirador suyo. La visita toma otros caminos distintos a la admiración literaria y Léautaud está a punto de ceder. Pero luego despide al “petit ami” y no ocurre nada. Él es más que nada un hombre de prostitutas, de entretenidas, lo que en aquellos tiempos resultaba más arriesgado que ahora. Como mucho, solicita ejercer de voyeur mientras un amigo hace el amor con una modistilla.

Pero el Journal prometía descubrirnos a un tipo patético y miserable, aunque semejantes dramas suelen acabar en la redención y con los amigos alrededor del lecho de muerte, e incluso puede llegar el arrepentimiento de una vida disoluta como hizo Lord Byron cuando murió y reconoció que había vivido como un cerdo. Pero Léataud no tenía madera de héroe romántico. El Journal acaba cuando tiene 36 años y la segunda parte interesa sólo por lo que cuenta de la vida literaria no como retablo de la condición humana, pero aún así es una obra que merece un sobresaliente y que se puede leer a intervalos o abriendo uno u otro tomo por donde nos da la gana. Tal vez nunca lo leeremos por entero, pero no importa. Una página de Léautaud es suficiente para descubrir un escritor y una ciudad legendaria.

Sus once consejos para escribir dicen así:

1- Hay que escribir sobre lo que se vio, sobre lo que se comprendió, sobre lo que se sintió y sobre lo que se vivió.

2 – No me gusta la gran literatura, prefiero la conversación escrita.

3 – Me releo a menudo. De allí que escriba poco.

4 – Para escribir bien, sin pedantería ni malas artes, el instinto de la lengua es mucho mejor que el más sabio de los conocimientos.

5 – Nada mejor, para volverse modesto, que corregir las pruebas de un libro que se va a publicar.

6 – El verdadero escritor es aquel que sólo toma de la vida la matería de sus escritos.

7 – La literatura debe ser física, en un punto eso es todo.

8 – Cuando uno se lee impreso, se dice: ¿era esto nada más? Si se fuera sabio, no se retomaría jamás.

9 – El primer problema que debe sortear un escritor: no aburrir demasiado al que se arriesga y lo lee.

10 – Hablar de aquello que se conoce y callarse sobre lo que ignora es al menos la característica que demuestra un poco de espíritu.

11 – Todo libro que alguien más habría podido escribir es mejor dejarlo en el cajón.