Las democracias – los políticos de las dictaduras no merecen ningún comentario – deben dotarse de delegados para representar a los ciudadanos. Sería impensable que, como en la antigua Grecia, todos lo habitantes con derecho, pudiesen intervenir de una forma directa en la toma de decisiones políticas y es por eso que, unos pocos, tienen la misión de llevar la voz de otros muchos a los Parlamentos, que son las modernas Ágoras.

Estos representantes que son elegidos por el Pueblo y a él se deben, procuran por el bien común, aceptando que es la parte fundamental de sus obligaciones. Sin embargo, aquí cabría preguntarles si ellos están totalmente de acuerdo con esta máxima.

De siempre, tal vez desde que el mundo es mundo, la clase política ha puesto más interés en su beneficio personal que en la defensa del ideario que proclaman. Eso, por supuesto, no es general, siempre habrá mujeres y hombres generosos y entregados que pongan por delante de su provecho el de la comunidad, incluso arriesgando y perdiendo la propia la vida.

Se saben queridos y respetados, por eso se sienten tan sorprendidos cuando les critican

Pero hay otros – y me abstengo a cuantificar – que eligen la actividad política como cualquier otra carrera profesional y ahí es donde se equivocan, puesto que el cargo está condicionado a la voluntad popular y es sólo un préstamo para delegar en ellos hasta que los votantes decidan lo contrario. Sin embargo, en la práctica pesa más la “habilidad” en moverse por los vericuetos de la sede del partido que la eficacia en la gestión. Es más rentable estar a bien con los popes y gurús del momento que trabajar por y para el pueblo.

No obstante, estas y estos medradores de la política en minúsculas, son notables si los comparamos con los profesionales del chanchullo, la recalificación y la prevaricación que tanto abundan en nuestros días.

Precisaría de muchas páginas para contar las múltiples formas que adquieren estos personajes – y cuando digo adquirir declino utilizar un verbo más exacto – y muy pocas palabras para definir el pensamiento político de esas gentes: ninguno. Son los depredadores de la razón, los que sólo piensan en las ganancias económicas y sociales que les puede aportar el ejercicio sagrado de una responsabilidad pública.

A pesar de todo lo expuesto y como decía al principio, la sociedad, al precisar de su portavocía, confía, vota e incluso quiere a sus políticos. Esto tiene una explicación lógica, cuando nuestra salud está quebrada vemos al cirujano como el médium que nos hará sanar; si nuestra economía falla recurriremos a la financiera de turno; si queremos arreglar nuestra ciudad, nuestra comunidad o el mundo nos agarramos a las excelsas promesas de los políticos. Sin embargo, en todos los casos, sangraremos.

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La admiración por aquellos que acudan – teóricamente – en nuestra ayuda, aunque sea al precio de nuestra conciencia o de nuestra alma, es comprensible. Son locuaces, espontáneos y oportunos, sonríen desde sus escaños – cuando están, cosa poco habitual – con la suficiencia del que está en posesión de la verdad, hablan de cifras que desconocen y que les han sido suministradas por sus asesores hace apenas unos minutos, como si las conocieran al dedillo; hacen chistes del orador anterior; patalean y se retuercen en sus escaños como niños malcriados y sonríen a sus jefes de fila cual anuncio del Profiden. Se saben queridos y respetados, por eso se sienten tan sorprendidos cuando les critican.

Son los primeros en creer sus propias mentiras y los primeros en celebrar sus estupideces

En las recientes elecciones a la presidencia de Francia entre la socialista Royal y el conservador Sarkozy, ya nuevo presidente, se batió el record de participación. La necesidad de una Francia nueva, preocupó al electorado que se volcó en las urnas. El pueblo precisó confiar en alguien, el mismo que se entregó de inmediato al círculo empresarial que lo había aupado y que lo lisonjeaba en un esplendido yate, antes de pasarle factura.

Dicen que para poner a alguien a su altura real sólo hay que imaginarlo sentado en la taza del escusado; discutiendo con su madre política o figurarlo levantarse por la mañana después de una noche de juerga. Su aspecto y su ánimo serán como el de todos, como cada uno de nosotros, sólo que en nuestro caso no nos creemos que tenemos que salvar la Patria o el Mundo aquella misma mañana.

Pero los políticos son así, entienden que lo que ellos piensan es lo mejor para el administrado y que lo que ellos dicen es más cierto que la propia verdad. Son los primeros en creer sus propias mentiras y los primeros en celebrar sus estupideces.

Incluso después de jubilarse se dedican a hablar ex cátedra y a soltar necedades como la última de un ex presidente español expresando que no le gustaba que le limitaran la velocidad en la carretera o que le dejasen beber tranquilo, mientras no pusiera en riesgo a nadie.

¿pensarán que somos tontos y no sabemos discernir o les molesta que pensemos por nosotros mismos?

Otro ejemplo, la candidata al Senado belga por el partido de protesta NEE (“No” en neerlandés), Tanja Derveaux, ha prometido a quienes se inscriban en una lista disfrutar de una de las 40.000 felaciones que ella realizará – supongo que con ayuda de otros militantes- si sale elegida.

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Más ejemplos: ¿Se han parado a pensar por qué en vez de dar soluciones u ofrecernos un programa coherente, siempre hablan de lo que han dicho el día anterior los opositores? Repiten y repiten lo mal que lo hacen los otros, ¿pensarán que somos tontos y no sabemos discernir o les molesta que pensemos por nosotros mismos?

Valoremos el contenido de las necias palabras del ex presidente español o la candidata belga o la in concreción de los discursos, todas estas cosas sí ponen en riesgo algo muy importante: la credibilidad de los políticos.

Nada debe asombrarnos, eran y son humanos, como usted y como yo

Se asombra el Pueblo de que políticos de talla y reconocimiento tengan debilidades. A las conocidas veleidades de algún presidente norteamericano por las becarias y a la leyenda de los excesos de Kennedy y su comportamiento con Marylin Monroe en los momentos finales de la actriz, hay que sumarle la noticia de la bella historia de los amores de Salvador Allende con Gloria Gaitán que esperaba un hijo – que no nació – del mártir chileno. Nada debe asombrarnos, eran y son humanos, como usted y como yo. El único problema está en nuestra percepciones y en la manera que confundimos eficacia con fama.

Pertenezco a un tiempo y a una generación que vivió e hizo el cambio político en España. Terminada la oscura noche de la dictadura, algunos quisieron recoger los frutos de la resistencia clandestina y la dura oposición al régimen; unos con razón; otros, con oportunismo. Uno de los argumentos esgrimidos por muchos de aquellos que no habíamos visto ni en las calles, ni en las fábricas, ni en reuniones opositoras, era el de haber estado en el París revolucionario del 68. Confieso que durante aquel Mayo de los adoquines yo estaba haciendo la mili en aviación y siempre tuve la sensación de que excepto Rafael Ribó, antiguo dirigente comunista y actual Sindic de Greuges de Catalunya – que era compañero de quinta y con el que coincidí – y un servidor de ustedes, toda la incipiente clase política estuvo en el Barrio Latino.

Luego, trascurrido el tiempo y con él las esperanzas revolucionarias, he podido conocer hasta 2.382 españoles que aseguran que estuvieron buscando la playa bajo los adoquines parisinos. Calculo que si vivo 20 años más podré llegar a los 3.000. En mis noches de frustración sueño con esa masa ingente de estudiantes españoles enfrentándose a los gendarmes franceses, en pos de una revolución imposible y pienso la injusticia de la Historia dándole todo el mérito a Daniel Cohn Bendit. Luego me despierto y sonrío, soy libre y sigo siendo rebelde – siempre con causa -. Ellos sólo son eso, políticos.