Tal vez excesiva en su ámbito estrictamente penalista -no hay premeditación ni alevosía-, pero acertada en su acepción más cotidiana: la desnutrición acaba, anualmente, con la vida de más de tres millones de niños menores de cinco años. En el mismo periodo de tiempo, en los países desarrollados, un tercio de los alimentos acaba en la basura. «La producción alimentaria y el consumo de alimentos es, hoy por hoy, insostenible», denuncian desde Manos Unidas ante los datos del último informe del Programa Mundial de Alimentos.

Casi una de cada siete personas pasa hambre en el mundo: 800 millones que se localizan en una abrumadora mayoría en Asia, Latinoamérica y África subsahariana, región donde la desnutrición se agudiza aún más: la padecen uno de cada cuatro habitantes.

Una situación inexplicable a la vista del dictamen de Naciones Unidas: el planeta produce alimentos suficientes para toda la población. Aparte de la mala distribución de la riqueza (y esto incluye también la comida), un 9% de los alimentos se pierde en la producción, un 7% en el almacenamiento y distribución, un 6% en el procesado, un 6% por los sistemas de venta, embalajes y fechas de caducidad excesivamente restrictivas y un 11% en el consumo en hogares y restaurantes. Traducido en dinero: todo esto supone unas pérdidas de unos 750.000 millones de dólares anuales -para hacerse una idea, casi el equivalente del PIB de España-. «El hambre no es ni una fatalidad, ni el fruto del destino; el hambre es la consecuencia inaceptable de un mundo organizado de manera que los intereses económicos prevalecen sobre los de las personas», denuncia la presidenta de Manos Unidas, Clara Pardo, y aclara: «El mundo no necesita más comida; necesita más gente comprometida». Precisamente este es el lema de la ONG para su campaña de este año, que acaba de presentar. «Aunque conozcamos sus consecuencias, para quienes tenemos la fortuna de haber nacido en una de las regiones privilegiadas del mundo, es imposible explicar lo que es y supone el hambre. Nadie puede acostumbrarse a tener hambre. Y más allá, nadie puede hacerse a la idea de que el mundo muestre su total indiferencia ante ese hambre».

El año pasado, Manos Unidas puso en marcha más de 600 proyectos de desarrollo en Asia, África y América Latina que han contribuido a mejorar la vida de más de dos millones de personas. Casi uno de cada tres han actuado en el sector agrícola, coherentes con su principal causa: la lucha contra el hambre. También han atendido a las zonas asediadas por los mayores conflictos: el terremoto de Ecuador, el huracán Mathew de Haití, la llegada a Egipto de centenas de miles de refugiados huidos de regímenes autoritarios y dictatoriales como los de Eritrea, Somalia o Sudán del Sur, o los desplazados por conflictos internos como los de Colombia o la República Centroafricana, así como las personas que escapan de Myanmar o Haití para encontrarse con el rechazo en Tailandia y la República Dominicana. «En 2016 aprobamos 15 proyectos por un importe cercano al millón de euros para socorrer y atender a la población refugiada y desplazada. Porque los refugiados merecen acción e inversión, no indiferencia y crueldad», reclama Pardo.

Cambio climático vs alimentos

El calentamiento global se ceba especialmente con la población rural más pobre: es causante de desplazamientos, emigración y, por extensión, hambre. Pero es solo uno de los factores: «El acaparamiento de tierras, la producción intensiva de biocombustibles, la cría industrial de ganado, la especulación con el precio de los alimentos y, en gran medida, su pérdida y desperdicio», denuncia Pardo. Los datos la avalan: cada año de desperdicia casi la mitad de las frutas y hortalizas producidas, el equivalente a 3.700 millones de manzanas; un 30% de los cereales y un 35% del pescado capturado, para hacerse una idea: 3.000 millones de salmones.

«Ante esta situación, no podemos permitir que casi 800 millones de personas pasen hambre cada día. Esto es lo que vamos a denunciar hasta la saciedad a lo largo de nuestra campaña», explica Pardo, y enumera algunos de sus objetivos: «Buscamos un compromiso transformador, con un modo de producción y consumo que respete el medio ambiente, que no caiga en manos del negocio especulativo y que se dirija a un mercado local e internacional justo. Tanto lo que consumimos como lo que desperdiciamos tiene un precio que va más allá del monetario».

Luis Meyer