Antes que el Génesis patriarcal, mucho antes de las invasiones dorias que trajeron a los Balcanes los dioses machos, la religión del paleolítico rendía a la diosa madre de la naturaleza un culto que se prolongó y ensanchó durante el neolítico y sólo fue sustituido por el de los dioses masculinos con el advenimiento de la Edad del Bronce. El hombre prehistórico, que desconocía el papel del varón en la concepción, veneraba a una diosa y no a un dios porque era la mujer, y no el hombre, la que poseía la milagrosa habilidad de proporcionar la vida a otro ser humano.

En cuanto al relato del jardín Edén, que tan alegremente describe a la mujer como un subproducto del hombre, la biología ha demostrado su poco tino después de descubrir que todos somos concebidos hembras. Durante el desarrollo fetal, la aparición en el par 23 de un cromosoma Y determina que la criatura reciba dosis de testosterona que formarán testículos y pene y determinarán que sea macho. Así que los varones somos especie de mujeres venidas a menos que estamos en el mundo para cumplir una función muy concreta en el mantenimiento de la vida. Nuestro deber es expulsar esperma para fecundar un óvulo. Hecho esto, la mujer se encarga de crear un nuevo ser, desarrollarlo y darlo al mundo. Por eso el hombre prehistórico tenía razón (Y Dan Brown no da una).

Hace tiempo leí un libro del médico de Nueva York Richard Firschein. Contaba cómo los pesticidas y los productos de limpieza contienen unas sustancias químicas que tienen la peculiaridad de que imitan a los estrógenos. Estas sustancias penetran en el cuerpo a través de los pulmones y pueden causar cáncer de origen sexual, especialmente de mama. Vivir en una ciudad contaminada puede ser un problema de salud, pero todo el que pensó que retirarse al campo era el antídoto adecuado, fue víctima no sólo de un irremediable error, sino de una paradoja especialmente desafortunada, porque la abundancia de pesticidas dispersos por el aire del campo no sólo causan cáncer de mama, sino que alteran la sopa hormonal del varón matando su esperma.

Se calcula que el recuento de esperma en varones europeos está descendiendo en un 2% anual y, según dicen, en la actualidad se ha registrado en muchos casos un descenso del 50% desde que se iniciaron estos estudios, tornando a muchos hombres estériles. En los ochenta, aún antes de leer a Richard Firshein, leí un artículo que hablaba de los PCB, productos derivados de la fabricación de plásticos dispersos irremediablemente en el mar, que causan, entre otras cosas, inversión de caracteres sexuales en los peces. Aparecen caracteres femeninos en peces machos y viceversa. Hasta se han encontrado caracoles de mar hembra dotados de pene, lo mismo que caimanes con el pene atrofiado.

Cierto: los plásticos contienen agentes químicos que también producen alteraciones hormonales, lo que nos conduce a una nueva paradoja. Creemos más sano beber agua embotellada que la del grifo, pero los envases de plástico desprenden estas sustancias que pueden modificar nuestro equilibrio hormonal. También los ordenadores pueden contaminar a sus usuarios con esas sustancias que producen cambios hormonales. Estamos rodeados de focos tóxicos. Un experto en nutrición me decía que la elevada tasa de homosexualidad masculina está relacionada con las carencias nutricionales propias de lo que comemos. Esas cosas a las que erróneamente solemos llamar alimentos, son pobres en vitaminas, enzimas y minerales. Uno de esos minerales es el boro, importante en la producción de testosterona. No obstante, a vista del contexto, es posible que parte de la homosexualidad masculina se deba a las agresiones químicas del entorno, que favorecen especialmente la subida de estrógenos tanto en la mujer como en el hombre, y que merman la producción de testosterona. Naturalmente que digo esto con respeto a los homosexuales y sin pretender considerarlos enfermos. Únicamente subrayo hechos que están sucediendo a nuestro alrededor y que dentro de poco podrían acabar con la especie sin que la ciencia pueda hacer nada por remediarlo, porque el daño, por lo que se refiere a los hombres con pocos espermatozoides, parece producirse ya durante al vida fetal, de manera que los pesticidas y demás agentes químicos tornan a estos varones estériles desde antes de su nacimiento.

Resulta fascinante el espectáculo de las acciones del hombre sobre la Tierra talando bosques, malgastando los recursos y ensuciando el entorno hasta el extremo de volverlo tóxico. El hombre no es ya un depredador del medio ambiente, sino un foco infeccioso dañino que, si lo pensamos fríamente, habría que exterminar para que el Planeta pudiera recuperar su armonía. ¿Os imagináis cómo sería la Tierra libre de la arrogancia humana? Iba a decir que pronto lo veremos, pero no. Lo verán los lagartos, los pájaros y los insectos que serán los nuevos señores de nuestro mundo. Parece ser que no falta mucho tiempo para que el género humano complete su suicido colectivo y así el jardín del Edén vuelva a recuperar su primitivo esplendor, pero esta vez sin intrusos indeseables.

José Ortega es abogado y autor del blog manifiesto 2012