Por un lado, su ejército está mucho más preparado que las fuerzas de Gadafi, lo que supondría un riesgo elevado para las hipotéticas fuerzas intervinientes (además de un alto coste), algo que no se aceptaría fácilmente en la opinión pública de los países occidentales. También existiría un escenario distinto para el operativo militar; mientras en Libia se opera desde bases italianas, en el caso sirio habría que recurrir a implicar al único miembro musulmán de la OTAN, es decir, comprometer a Turquía con el uso de sus bases, lo que resultaría peligroso para la siempre delicada estabilidad de oriente medio.

Por otro, la variada composición étnica siria recuerda la experiencia de Irak y su compleja solución frente a una intervención extranjera, lo que unido a sus fuertes lazos con Irán, su influencia sobre el vecino libanés mediante el grupo Hezbolá, así como su protagonismo en el histórico conflicto judío-palestino, convierten a Siria en un elemento difícil de abordar para conseguir su estabilidad  -a lo que Rusia y China se oponen- sin poner en peligro el frágil equilibrio de la región.

Además, los países más desarrollados de occidente se encuentra actualmente enfrascados en solventar las serias consecuencias que provocan los mercados financieros sobre sus deudas soberanas y por añadidura sobre sus propias economías, algo cuyo alcance todavía nadie sabe cuantificar, pero que amenaza el histórico estatus quo de los países del G8 y del propio sistema económico en general. Una situación que nadie previó y que nadie –salvo determinados fondos especulativos- desea, pero que la inercia del sistema está llevando demasiado lejos. Por eso, una intervención en Siria con el riesgo de desestabilizar oriente medio en estos momentos, podría ser interpretado  como añadir más leña al fuego de la incertidumbre global existente.

Con éste escenario, el Ramadán sirio parece que no va a ceñirse este año al simple ayuno tradicional.

Previsiblemente asistiremos a un violento Ramadán mientras quienes pueden hacer algo para evitarlo, lo último que desean es abrir un nuevo foco internacional de problemas. Salvo que la situación derive en una violenta guerra civil con parte del ejército sirio junto a los manifestantes, el goteo de testimoniales medidas de presión contra el régimen de Al-Assad y la actual intervención en Libia, servirán de justificación moral a occidente para no abordar de forma seria el problema. Al menos hasta que aparezca en el horizonte un camino para la delicada situación económica en la que se encuentran las principales potencias, y se recobre un poco de sosiego interno.

Mientras, lamentablemente los ciudadanos sirios seguirán sufriendo la sinrazón de un régimen despótico que valora más su propia supervivencia antes que la vida de las personas que integran su país.

Desde aquí, todo nuestro rechazo a la violentísima política represiva del régimen sirio de Al-Assad y nuestra crítica a la postura fácil de occidente al mirar hacia otro lado, tenga ó no problemas, porque es en los momentos difíciles cuando, queramos ó no, hay que demostrar qué clase de valores tiene esta sociedad.