El objeto lúdico de mi visita a la ciudad del Sena se vio esta vez complementado por la necesidad de rememorar en persona el 70 aniversario de su liberación. Quería encontrar momentos y emociones para poder finiquitar mi próxima novela que cuenta, entre otras cosas, los hechos de aquellos días del 24, 25 y 26 de agosto de 1944 cuando París fue una fiesta.

Sin embargo, en las ya lejanas vísperas de su liberación nada estaba claro para la ciudad. Más de doce mil resistentes, integrados en el FFI, las Fuerzas Francesas del Interior, acosaban a la guarnición alemana en cada esquina y desde cada balcón. Eran mujeres y hombres dispuestos a todo, entre los que se encontraban cerca de tres mil exiliados españoles, deseosos de tomar la revancha por tanto desastre vivido durante la guerra civil en España y con la derrota del ejército francés durante la invasión alemana. El objetivo de los resistentes era minar la moral de los ocupantes mientras los Aliados avanzaban imparables por tierra francesa.

Lo que no sabían era que Eisenhower, general en jefe de los ejércitos aliados en Europa, había decidido pasar de largo de la capital y seguir avanzando hacia la frontera belga. El general norteamericano tenía claro que si los cerca de cien mil alemanes que defendían París y sus alrededores plantaban cara, su avance podía verse detenido durante semanas, tal vez meses. Pensaba que la ciudad podía convertirse en una nueva Stalingrado, que tendría que ser reducida a cenizas para tomarla o que el general Dietrich von Choltitz, Gobernador del “Gross Paris”,  decidiera declararla ciudad abierta, como había sucedido con Roma. A esta disyuntiva se unía el deseo de De Gaulle de que fuesen fuerzas francesas quienes liberaran la ciudad, lo que quedaría como un símbolo de gloria para la Francia que él representaba.

Entre las fuerzas aliadas al mando del general Gerow se encontraba una división francesa bajo el bastón del general Leclerc. La 2DB, las siglas de la Segunda División Blindada, era un cuerpo de infantería blindada del ejército francés equipado y preparado por los norteamericanos, primero en tierras africanas y más tarde en Inglaterra, capaz de avanzar rápidamente por territorio enemigo con sus half track, unos semiorugas  para transportar nueve hombres armados hasta los dientes, ametralladoras, incluso cañones. Contaban además con docenas de tanques Sherman, camiones y jeeps. Integrados en la división de Leclerc había más de 500 republicanos españoles.

Una de las compañías, la novena, estaba compuesta por 160 hombres, de ellos 147 españoles, la mayoría anarquistas y socialistas; todos republicanos. Sus half track tenían nombres tan evocadores del conflicto civil español como: Belchite, Ebro, Madrid, Teruel, Guadalajara, Brunete, Santander, Guernica o tan españoles como: Don Quijote o España Cañí y otros especialmente dedicados a los republicanos como: Les Pingoüines, nombre por el que se conocía a los españoles de la división o Les Cosaques, el mote que recibían los de la Nueve, porque este era, así en español, el nombre de la compañía.

La División de Leclerc desembarcó en Utha a primeros de julio de 1944, un mes después del famoso Día D, pero pronto destacó en los avances norteamericanos, participando en varias batallas, entre ellas la toma y defensa de Alençon y Écouché donde La Nueve se cubrió de gloria y tuvo sus primeras bajas que allí reposan. Pero el hecho más significativo de la actuación de La Nueve estaba por llegar. Después de muchas vacilaciones, órdenes y contraórdenes la 2DB avanzó hacia París. Había que buscar un grupo de hombres que penetrara en la ciudad y comprobara las intenciones alemanas y la verdadera situación militar de la plaza. Le pidieron a Richard Dronne capitán de la compañía que se adentrara desde los arrabales del sur de la ciudad, concretamente desde Antony, hasta donde pudiese llegar, mientras la división permanecía en las afueras y los norteamericanos en Chartes a más de 80  kilómetros.

Los half track de La Nueve penetraron por la llamada Puerta de Italia, venciendo la resistencia de algunas fuerzas alemanas, evitando el encuentro con otras y “soportando” a la enfervorizada población parisina que, al ver llegar fuerzas con uniforme norteamericano, se creyeron ya liberadas. Uno de los componentes de La Nueve confesaría más tarde  que era más difícil avanzar entre los entusiasmados parisinos  que eliminar la  oposición alemana. Las gentes se arremolinaban alrededor de los vehículos que llevaban dibujado en su lado derecho la silueta del mapa de Francia con la cruz de Lorena y en su lado izquierdo una bandera desconocida  con los colores rojo, amarillo y morado, el símbolo de la República española. Se abrazaban a ellos esperando unas frases en francés y recibían unas entusiastas locuciones en castellano. Una avioneta Piper empezó a lanzar panfletos anunciando que París estaba liberado, las campanas de la ciudad repicaron felices ante la osadía de un puñado de españoles a bordo de las Brunete, Santander o España Cañí; en  la Teruel al mando del teniente Martín Bernal Garcés del barrio de La Cartuja de Zaragoza, ondeaba la enseña republicana. La Guadalajara llegaba la primera  a las 21.30 a la plaza del Ayuntamiento de París. El teniente Amado Granell, natural de Burriana, entraba en el gran salón del consistorio parisino donde le esperaban los máximos responsables de la Resistencia. Al día siguiente, en el periódico Libération, aparecía con una fotografía del momento con un pie de prensa que decía: El primer soldado americano

Esta ruta de La Nueve atravesando París desde la Puerta de Italia hasta el Ayuntamiento, fue la que hicimos el domingo unos cuantos españoles y franceses; depositando flores en cada lugar donde una placa conmemora el paso de los libertadores y que el Instituto Cervantes tiene como una de sus rutas por París. Entonando canciones de la guerra civil, incluido el Himno de Riego; ondeando banderas anarquistas y republicanas; escuchando los discursos a cada parada y las melodías de un acordeón liberadas por las diestras manos de uno de los participantes de la Marcha, mientras un leridano depositaba una rosa amarilla y roja en cada una de las placas que jalonan la ruta, hasta llegar al mismo lugar que ellos hace ahora 70 años. Incluso había grupos con los uniformes de infantería que lució La Nueve tocados con el Bonet azul. Muchos de los participantes eran hijos de aquellos españoles que luego fueron olvidados por unos y por otros y que hoy te hablan con cierta nostalgia, melancolía y acento francés de la hazaña de sus padres y abuelos y que yo cuento en mi novela.

Aquella gloriosa compañía fue la que escoltó a De Gaulle, por petición del propio general, durante su desfile del día 26 de agosto de 1944 por las grandes avenidas de París. Luego, el olvido. Durante más de sesenta años muy pocos sabrían de aquella hazaña. Por chauvinismo, por ignorancia y por mala leche, la gesta de La Nueve permaneció en el ostracismo de la mayoría hasta hace apenas tres o cuatro años, ocho si se ha leído un magnífico libro de Evelyn Mesquida. Ahora ya se reconoce la participación de aquellos españoles. Fue un placer y una grata devoción seguir sus pasos por las calles de París.