Los traficantes de esperanzas se enriquecen para que los desesperados  puedan alcanzar el Paraíso ¡y vaya si lo alcanzan!. El  pasado año, más de 90.000 emigrantes ilegales procedentes de África y Asia  fueron interceptados tratando de entrar en Europa, la mayoría fueron devueltos a sus lugares de procedencia. ¿Cuántos pudieron entrar sin ser detectados? Y lo que es más importante: ¿Cuántos de ellos viven en la gran Europa en condiciones dignas? ¿Y cuántos yacen en el fondo del Mediterráneo o en una tumba olvidada? Nunca lo sabremos.

La emigración ilegal sacude las conciencias e impone, como solicita Bruselas, una gran operación de seguridad. La Comisión Europea pide recursos financieros para organizar una gran operación de salvamento para prevenir estas catástrofes y preservar el mayor número de vidas. Es el plan de Cecilia Malström, la comisaria europea de Interior.

Sin embargo no sólo de seguridad vive el hombre. Hay que dar una solución definitiva al problema. Evitar que las mafias hagan su agosto con las necesidades humanas y, sobre todo, acoger de una forma racional y equitativa a los solicitantes de asilo a lo largo y ancho de la UE.

Parece insensato que tal y como están las cosas, con la larga y aguda crisis y el creciente paro al que están sometidos los trabajadores europeos – no los ricos, que da vez tienen más dinero -, se pida solidaridad y trabajo para los que vienen de otros lugares del globo. Es el precio mínimo que tenemos que pagar por haber expoliado durante siglos sus tierras y haber esclavizado a sus gentes. No se salva nadie: Inglaterra, Alemania, Francia, España, Holanda, Italia, Portugal o Bélgica, hicieron de África,  Asia y América Latina su cortijo. Les despojamos de tantas cosas y de tantas almas que hoy nos toca resarcirles.

Viejos imperios arruinados pudieron levantar cabeza gracias a tanto despojo. Naciones emergentes se hicieron poderosas  a través del comercio y  la explotación de sus colonias;  y pequeños países europeos,  se convirtieron en potencias económicas merced a las riquezas obtenidas allende sus fronteras. Y, todos, todos ellos, utilizaron la mano de obra barata o forzosamente obligada de sus gentes.

Ahora se impone una política de cooperación para apoyar las economías de estos países para que no tengan la necesidad de emigrar. Reconocer también su derecho a hacerlo, pero regulando y legalizando las diásporas con equilibrio y teniendo en cuenta las posibilidades de cada país receptor, Y sobre todo, exigir la actitud y voluntad para una verdadera integración. Tanto a los que llegan como a los que acogen.

Ahora nos devuelven la visita que hace siglos les hicimos. Sólo piden trabajo y una vida mejor. Un pasaje para la vida y que en ocasiones, demasiadas, sólo es un billete para la muerte.

Jordi Siracusa es redactor de la revista, escritor y autor del blog jordisiracusa.es