Los seculares y ancestrales poderes del caciquismo y del centralismo cayeron para dar paso a la esperanza de un sistema más libre y fraternal que alcanzara a todas las naciones que formaban – y forman – el Estado español. Para ello sobraba la figura del monarca Alfonso XIII, representante de la oligarquía que desde hacía tiempo oscurecía e impedía el progreso. Sin embargo, como todos ustedes saben, y al igual que sucedió durante la Primera República, los enemigos de las sociedades libres y plurales conspiraron para terminar con el sueño republicano y un golpe de Estado acabó con las ansias de todos los Pueblos de España y estableció una dictadura, que todavía no hemos superado. Para mayor escarnio el dictador quiso terminar su “labor” devolviéndonos de nuevo la monarquía en la figura del Juan Carlos de Borbón y haciéndole jurar los Principios del Movimiento, es decir, saltándose la línea sucesoria, la voluntad popular y escarneciendo, una vez más, el régimen republicano, al que había traicionado de una forma falaz y violenta.

Esa monarquía impuesta y apadrinada por el traidor y sus secuaces era, no sólo ilegal, sino ilegítima. Ilegal porque nacía de la ignominia e ilegítima porque la supuesta línea sucesoria era fruto de la bastardía.

Sabido es que María Luisa de Parma, la esposa de Carlos IV “el Cazador” – poco más sabía hacer -, confesaba en su lecho de muerte al fraile Juan de Almaraz un secreto que él trascribiría en un documento y en cuyo texto rezaba: Como confesor que he sido de la Reyna Madre de España (q. e. p. d.) Doña María Luisa de Borbón. Juro imberbum sacerdotis cómo en su última confesión que hizo el 2 de enero de 1819 dijo que ninguno, ninguno de sus hijos y hijas, ninguno –de los catorce que tuvo– era del legítimo Matrimonio; y así que la Dinastía Borbón de España era concluida, lo que declaraba por cierto para descanso de su Alma, y que el Señor la perdonase.

Como es natural el fraile fue raptado en Roma y encerrado en el castillo de Peñíscola, por orden de Fernando VII, para que nadie supiese que era un bastardo, no sólo de cuna sino también en su política. Fernando, “el rey felón”, casó cuatro veces y sólo tuvo descendencia con la última de sus esposas, su sobrina carnal María Cristina de las dos Sicilias, hija de su hermana María Isabel de Borbón, también bastarda. El fruto fue Isabel II y un soberano lío por el tema de la Pragmática Sanción que llevaría al enfrentamiento de los españoles en las guerras carlistas. El pretendiente carlista, el infante Carlos María Isidro, hermano del rey, también llevaba el estigma de ser hijo bastardo, según había confesado su propia madre. Así pues, ninguno tenía derecho a reclamar el trono español.

Aunque los monárquicos insistan que la confesión de la reina no debería tenerse en cuenta, son más creíbles las palabras de Carlos III a su hijo: ¡Carlos, Carlos, qué tonto eres! ¡Las princesas también pueden ser putas, hijo mío! Tampoco le fue atrás su nieta Isabel II y es sabido que Alfonso XII no era hijo del rey Francisco de Asís, aficionado a las puntillas y a mear en cuclillas, sino de un ardiente militar llamado Enrique Puigmoltó y Mayans. Para acabar con cualquier argumento monárquico, está el hecho de que el nombramiento de Juan Carlos saltó la línea sucesoria que correspondía al conde de Barcelona. En resumen, ni dinastía, ni sangre, ni derecho.

Si a todos estos factores les añadimos el ataque perpetrado contra la legalidad de la República Española, entenderemos que el Pueblo español reclame su derecho a ver reinstaurado el régimen republicano avalado por distintos e importantes motivos: Los españoles no queremos ser vasallos sino ciudadanos. Queremos ejercer nuestro derecho a elegir la jefatura del Estado, si nos equivocamos ya rectificaremos. La dinastía Borbón ha aportado poco al desarrollo del país, muy al contrario, siempre ha tratado de obtener las mayores prebendas y beneficios personales. La monarquía es un régimen caduco y obsoleto. Por complacencia e ineptitud política hoy tenemos dos reyes – uno emérito y poseedor de una gran fortuna– y varios componentes familiares de dudosa honestidad. La República debe tener su oportunidad; siempre negada por la fuerza de las armas.

Para que este país pueda tirar adelante y permanecer unido con todas sus nacionalidades, tiene que existir una forma y una jefatura de Estado que satisfaga a la mayoría, no sólo de los ciudadanos, también de los Pueblos. El necesario cambio constitucional debe ser proyectado por un régimen comprometido con las libertades, la justicia, la igualdad, y la verdadera transparencia. Va llegando el momento de que los españoles decidamos en plena libertad el régimen que deseamos; ya falta un día menos.

Salud y República.