Ahora Casement, quien acabó convirtiéndose en un revolucionario irlandés y murió ejecutado por traición, es la figura esencial de la última novela de Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura de este año y ex candidato a la presidencia de Perú. Precisamente hoy está previsto que su nuevo libro, “El sueño del celta”, salga a la venta.

Las conclusiones de las investigaciones desarrolladas por Casement fueron sobrecogedoras: con el objetivo de satisfacer el repentino crecimiento de la demanda internacional de goma durante lo que vino a conocerse como la “fiebre del caucho” miles de indígenas fueron esclavizados, privados de comida, azotados, encadenados y apresados con cepos, violados y asesinados. Aunque el PAC pertenecía al temido peruano Julio César Arana, la compañía estaba registrada en Londres.

Recientemente tuve la oportunidad de conocer a una descendiente de supervivientes de la fiebre del caucho: Fany Kuiru. Esta mujer witoto ha recorrido la distancia que separa la Amazonia de Reino Unido para hablar sin tapujos de lo que sucedió entonces. Los witoto sufrieron enormemente: según las estimaciones del propio Casement, 20.000 murieron en cuestión de pocos años.

“Estoy aquí con un mensaje, por petición de mi gente”, me explicó Fany. “Es un mensaje sobre lo que sucedió en el pasado y sobre lo que está pasando ahora. Esto no es historia para nosotros. No es historia para mí”, aseguraba esta indígena witoto, dejando claro que el legado de la fiebre del caucho es algo con lo que su pueblo todavía tiene que lidiar, día tras día.

Fany es de La Chorrera, un asentamiento establecido junto al río Igaraparana en lo que hoy es Colombia, pero que hace 100 años pertenecía a Perú. Esta zona era un depósito de recogida de caucho y fue también el escenario de algunos de los peores crímenes cometidos por la PAC. Cuando Casement llegó allí, una de las primeras cosas que vio fue a tres personas con “grandes cicatrices en sus nalgas desnudas. Marcas de por vida. Todos ellos, esclavos”.

“Las palabras ‘Casa Arana’, ‘caucho’, ‘Inglaterra’, ‘Perú’, ‘Julio César Arana’, en la conciencia de algunos indígenas uitoto, okaina, muinane, bora, andoke y miraña, del Resguardo Predio Putumayo, suenan como notas de muerte, esclavitud y barbarie que duraron más de 30 años”, detalla Fany. “Tenemos una verdad histórica de dolor que heredamos generación tras generación; es una herida abierta que se cerrará solo cuando el mundo conozca la verdad de lo ocurrido”. Y añade: En nombre de mis pueblos sólo les pido respeto y reconocimiento. El mundo debe saber quiénes fueron los responsables del Holocausto indígena durante la Casa Arana; cuál fue la participación de los gobiernos de Inglaterra, Perú, Brasil y Colombia y la responsabilidad de la sociedad civil que eligió y sostuvo dichos gobernantes. Los descendientes de los asesinos deben reconocer su responsabilidad de manera pública y sentir vergüenza por lo sucedido y comprometerse a no volver a caer en lo mismo.”

La aniquilación sigue siendo una amenaza real para muchos indígenas en Brasil. Un caso es el de los akuntsu: sólo quedan cinco supervivientes de este pueblo. © Survival

Muchos se preguntarán por qué algo que sucedió hace tanto tiempo sigue importando en la actualidad. 

Importa porque sigue afectando a personas como los witoto. Importa porque la explotación laboral de indígenas y la usurpación de sus tierras es algo que sigue sucediendo hoy día. Importa porque en Colombia, según la organización indígena ONIC, 34 de los 102 grupos indígenas que hay se enfrentan a la extinción. Por todo ello y por mucho más, importa.

La situación de aquellos pueblos que no tienen un contacto regular con el mundo exterior es, sin duda, la más grave de todas. La petrolera española Repsol-YPF, por ejemplo, opera en una zona de Perú que es el hogar de dos de los últimos pueblos indígenas no contactados. Estos indígenas son muy vulnerables porque carecen de inmunidad frente a enfermedades que transmiten los foráneos, y el contagio de un simple resfriado o una gripe podría diezmarles. Si los trabajadores de la petrolera entraran en contacto con estos indígenas, estos podrían enfrentarse incluso a la extinción.

La novela de Vargas Llosa llega, pues, en el momento oportuno. Está por ver lo precisa, favorable o reveladora que es la obra sobre la figura de Casement y de lo que éste presenció en la Amazonia, pero en cualquier caso debe servir para rememorar un espantoso capítulo de la historia de la humanidad que sigue siendo muy relevante hoy en día y del que muchas personas ni siquiera han oído hablar. Las novelas pueden ayudar a hacer del mundo un lugar mejor, y ésta podría ser una de ellas.

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