Y lo mismo le ha sucedido a la política. Sin olvidar el maltrecho concepto de democracia, largamente apropiado por quienes, en realidad, la han vaciado de contenido.

¿Qué entendemos por política? ¿Política para qué y en manos de quiénes? Nos han educado para pensar que la política es algo que se hace en las instituciones, una profesión con la que alguna gente gana dinero, y, de tanto en tanto, amaña contratos para sus amigos y familiares. Un asunto que no nos concierne y que hay que dejar a una minoría profesionalizada. Algo aburrido, pero necesario, que está allí y de lo cual algunos, a quienes votamos cada cuatro años, se encargan. Esa es la política que quienes mandan necesitan. Una “política florero”.

Pero, como dice el refrán, “todo lo bueno se acaba” y a los de arriba se les va terminando el “chollo”. La crisis, que estalló en septiembre del 2008, y, en particular,  las medidas de austeridad y de salida a la misma que han dado los gobiernos, a distinta escala, ha significado un reinterés social por la política. Aunque no nos confundamos, no por la “política” oficial. La gente no quiere más “política escaparate” ni más “política-ficción”. La gente exige una política de verdad, la de la calle.

La emergencia del 15M, de l@s indignad@s, significó precisamente eso. Un estallido de entusiasmo, necesidad y urgencia por reapropiarnos de los asuntos colectivos, largamente secuestrados en las instituciones. Frente a las medidas de recortes, ajustes, endeudamiento, privatizaciones… la respuesta era clara “la crisis que la paguen los que la han creado”, “no hay pan para tanto chorizo”, “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”. Y mucho más. El imaginario colectivo empezó a cambiar y nos volvimos a sentir dueños de nuestras vidas. Eso que tan bien sintetizaban unas pocas palabras del movimiento: “Junt@s podemos”.

A mayor desafección más hambre de política real. He aquí la paradoja. Y de este modo reivindicamos la política, como la lucha cotidiana por nuestros derechos. La de quienes luchan contra los desahucios, contra el robo de las preferentes, contra las tijeras que todo lo recortan, contra el sexismo y la homofobia. La que construyen quienes trabajan por un sindicalismo combativo, por unos barrios “vivibles”, por un mundo rural. Una política que estaba allí, como una nota a pie de página, y que ahora reclamamos en mayúsculas.

Hoy, tras el paro y los problemas de índole económica, las principales preocupaciones de las y los ciudadanos en el Estado español son, como recogía el último barómetro del CIS de enero de 2013, los partidos y la corrupción. El bipartidismo empieza a hacerse añicos y muchos que nunca antes se habían planteado qué hacer si un día “se van todos” ahora se lo preguntan. Las maquinarias electorales, que hasta ahora sostenían el sistema actual, se agotan a marchas forzadas. Y la gente de la calle frente a una situación de necesidad confía más, como señalaba una reciente encuesta de El País, en la Plataforma de Afectados por las Hipotecas y las ONGs que en el Gobierno, el PSOE y el resto de partidos.

En los albores del 15M y la ocupación de las plazas, una de las consignas más repetidas era “no nos representan”. Y así se ha demostrado. No nos representan quienes nos roban, nos venden, nos recortan, nos mienten y nos golpean.  Pero, en cambio, sí nos representan quienes luchan y desobedecen, quienes ocupan hospitales, escuelas, bancos, supermercados, universidades, y desafían leyes y políticas injustas.

Y a pesar de que han intentando estigmatizar a quienes protestan, criminalizarlos y reprimirlos, no lo han conseguido. Su estrategia no ha hecho mella. Al contrario, a más balas de goma, a más ojos “robados”, más indignación, más rebeldía y más desobediencia, pese a quien pese. Como decía V, en la película ‘V de Vendetta’: “Bajo esta máscara hay algo más que carne y hueso. Bajo esta máscara hay unos ideales. Y los ideales son a prueba de bala”. Así es. Porque, ya sea en la vida real o en la gran pantalla: tod@s somos V. La fuerza de la gente.

 

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