Queremos cambiar el mundo pero nos enfrentamos a una gran paradoja. He llegado a la conclusión de que no soy capaz de cambiar el mundo, ni siquiera una parte de él. Tan solo tengo el poder de cambiarme a mí mismo. Y si decido cambiarme a mí mismo, no hay fuerza policial en el mundo que me lo impida. La decisión depende de mí, y si quiero hacerlo, puedo. Pero el punto más fascinante es que si yo cambio, puede ocurrir algo en consecuencia que conduzca a un cambio en el mundo. Pero tenemos miedo a cambiar. Siempre es más fácil intentar cambiar a los demás. Sócrates ya nos llamaba la atención: “conócete a ti mismo”. Porque sabía que el ser humano tiene miedo de conocerse. Sabemos mucho de nuestros vecinos, pero muy poco sobre nosotros mismos. (…)

Espero que llegue el día en que cada uno de nosotros sea lo suficientemente valiente para poder decir, con toda honestidad: “Soy, y porque soy, me volví parte de … “. Me parece que éste es el camino correcto a seguir si queremos poner fin a una manera estúpida de vivir.

Manfred Max-Neef, Desarrollo a Escala Humana. 1993.

Una parte importante de nuestras sociedades (demasiado importante), gira en torno a un sistema económico que se ha basado en valores profundamente anticooperativos e individualizantes. Nuestras sociedades se basan en valores que por más que hoy nos puedan parecer naturales, no lo son. Un individualismo creciente, alimentado constantemente por una sociedad que parece valorar siempre el triunfo personal por encima del colectivo. Una competencia deshumanizada que nos lleva a dejar de lado la integración, el respeto por los derechos humanos o la pobreza, simplemente por llegar a ganar un puñado de euros más. Organizaciones que luchan por mantener sus estructuras jerárquicas, y sus valores autoritarios, premiando a sus responsables aunque nos metan en una crisis de la que todavía no conocemos la salida. La zanahoria de un ánimo de lucro constante, desmesurado y si puede ser a corto plazo, mejor. Un consumismo irracional y creciente que nos lleva hasta extremos absurdos, como que unos paguemos fortunas por beber agua embotellada que viene de la otra parte del mundo, mientras, a medio camino, el problema es encontrar algo de agua potable para llevarse a la boca.

Y, por si todo esto fuera poco, hemos aprovechado para dedicarnos a deslegitimar todo lo que suene a respuesta colectiva para darnos cuenta ahora de que probablemente las únicas salidas que nos queden sean éstas, las colectivas.

En realidad, resulta difícil pensar que podamos superar la situación de crisis en la que estamos sumergidos si no somos capaces de optar, de forma decidida, por opciones económicas que se basen en principios sustancialmente distintos a los que nos han traído hasta aquí. Y no es tan complicado.

Parece alentador un cierto consenso sobre una idea: “Se trata de construir una sociedad que sea sostenible”. Y, es cierto, esto no se puede hacer sin contar con una actividad económica que también lo sea. Pero cuando hablamos de sostenibilidad, siempre nos viene a la cabeza la sostenibilidad medioambiental y me temo que ésta no es suficiente. No es la falta de consideración por el impacto medioambiental lo que nos ha traído hasta aquí. O no tan solo.

Además de una economía sostenible medioambientalmente, necesitamos una economía más justa. Necesitamos una economía que recupere el sentido de satisfacer las necesidades de todos los que vivimos en este planeta y no las ansias de lucro de unos pocos. Y necesitamos una economía que cuente con nosotros a la hora de establecer prioridades, que nos permita participar en la toma de decisiones esenciales para todos nosotros. Y necesitamos una economía que distribuya mejor los beneficios que genera.

Solo si nos fijamos en todo esto podemos construir una sociedad verdaderamente SOSTENIBLE. Y no es tan difícil. Nos lo recuerda Max-Neef y nos recuerda también lo urgente de dar el siguiente paso.

Queremos cambiar el mundo pero nos enfrentamos a una gran paradoja. He llegado a la conclusión de que no soy capaz de cambiar el mundo, ni siquiera una parte de él. Tan solo tengo el poder de cambiarme a mí mismo. Y si decido cambiarme a mí mismo, no hay fuerza policial en el mundo que me lo impida. La decisión depende de mí, y si quiero hacerlo, puedo. Pero el punto más fascinante es que si yo cambio, puede ocurrir algo en consecuencia que conduzca a un cambio en el mundo. Pero tenemos miedo a cambiar. Siempre es más fácil intentar cambiar a los demás. Sócrates ya nos llamaba la atención: “conócete a ti mismo”. Porque sabía que el ser humano tiene miedo de conocerse. Sabemos mucho de nuestros vecinos, pero muy poco sobre nosotros mismos. (…)

Espero que llegue el día en que cada uno de nosotros sea lo suficientemente valiente para poder decir, con toda honestidad: “Soy, y porque soy, me volví parte de … “. Me parece que éste es el camino correcto a seguir si queremos poner fin a una manera estúpida de vivir.

Manfred Max-Neef, Desarrollo a Escala Humana. 1993.

Una parte importante de nuestras sociedades (demasiado importante), gira en torno a un sistema económico que se ha basado en valores profundamente anticooperativos e individualizantes. Nuestras sociedades se basan en valores que por más que hoy nos puedan parecer naturales, no lo son. Un individualismo creciente, alimentado constantemente por una sociedad que parece valorar siempre el triunfo personal por encima del colectivo. Una competencia deshumanizada que nos lleva a dejar de lado la integración, el respeto por los derechos humanos o la pobreza, simplemente por llegar a ganar un puñado de euros más. Organizaciones que luchan por mantener sus estructuras jerárquicas, y sus valores autoritarios, premiando a sus responsables aunque nos metan en una crisis de la que todavía no conocemos la salida. La zanahoria de un ánimo de lucro constante, desmesurado y si puede ser a corto plazo, mejor. Un consumismo irracional y creciente que nos lleva hasta extremos absurdos, como que unos paguemos fortunas por beber agua embotellada que viene de la otra parte del mundo, mientras, a medio camino, el problema es encontrar algo de agua potable para llevarse a la boca.

Y, por si todo esto fuera poco, hemos aprovechado para dedicarnos a deslegitimar todo lo que suene a respuesta colectiva para darnos cuenta ahora de que probablemente las únicas salidas que nos queden sean éstas, las colectivas.

En realidad, resulta difícil pensar que podamos superar la situación de crisis en la que estamos sumergidos si no somos capaces de optar, de forma decidida, por opciones económicas que se basen en principios sustancialmente distintos a los que nos han traído hasta aquí. Y no es tan complicado.

Parece alentador un cierto consenso sobre una idea: “Se trata de construir una sociedad que sea sostenible”. Y, es cierto, esto no se puede hacer sin contar con una actividad económica que también lo sea. Pero cuando hablamos de sostenibilidad, siempre nos viene a la cabeza la sostenibilidad medioambiental y me temo que ésta no es suficiente. No es la falta de consideración por el impacto medioambiental lo que nos ha traído hasta aquí. O no tan solo.

Además de una economía sostenible medioambientalmente, necesitamos una economía más justa. Necesitamos una economía que recupere el sentido de satisfacer las necesidades de todos los que vivimos en este planeta y no las ansias de lucro de unos pocos. Y necesitamos una economía que cuente con nosotros a la hora de establecer prioridades, que nos permita participar en la toma de decisiones esenciales para todos nosotros. Y necesitamos una economía que distribuya mejor los beneficios que genera.

Solo si nos fijamos en todo esto podemos construir una sociedad verdaderamente SOSTENIBLE. Y no es tan difícil. Nos lo recuerda Max-Neef y nos recuerda también lo urgente de dar el siguiente paso.