Ayer Catalunya respondió a una pregunta confrontable a la que precipitó la caída del muro de Berlín, con algunas significativas diferencias entre las dos, la de Alemania era para unificar un país partido por una guerra y la de Catalunya para preparar una dolorosa separación. Pero el derecho a decidir de los pueblos es inalienable y ahora lo que toca es escuchar las voces ciudadanas y convencer a dos millones de votantes catalanes que vale la pena seguir juntos.
Desde hace tiempo, en diversas manifestaciones y blogs, he insistido en que para transformar la realidad en profundidad hay que conocerla en profundidad. De otro modo, las reformas pueden ser sesgadas, epidérmicas, efímeras.
Una gran ola de incógnitas en materia política cubre España en estos días. No sabemos que nos deparará el destino respecto a la pésimamente llamada “cuestión territorial” con Cataluña, principal asunto que ahora nos ocupa, además de otros muy importantes.
La consulta del pueblo de Catalunya es, en mi humilde opinión, totalmente lícita y no solo por el hecho de ser catalán sino porque el derecho internacional reconoce la libre determinación de los pueblos en diversos tratados internacionales y está recogido en no pocos pronunciamientos de la Corte Internacional. En democracia de poco sirven las legalidades tomadas por los pelos, aunque sean los de la Constitución, frente a la voluntad de las gentes. Ahora bien, para que la consulta sea legítima y fidedigna tiene que tener unas condiciones democráticas intachables; todo manejo, obscurantismo y prevaricación, convierten una justificada voluntad popular en un chanchullo político que solo conduce a la ruptura y a la frustración.
Desde el principio he abogado por el derecho de los catalanes a decidir su futuro en una consulta y he criticado que los inmovilistas se escudaran en la Constitución para frenar la democracia. Sin embargo, el uso propagandístico que de dicha consulta está haciendo la Generalitat y la falta de garantías que algunos expertos han empezado a denunciar no es democracia, sino una cortina de humo para tapar una mala gestión de Gobierno y manipular al pueblo, que roza lo miserable
