Cada vez más se habla de la escuela como un espacio abierto todo el día y todo el año, para que responda a las necesidades y demandas de la comunidad a la que atiende. Se habla del tiempo de cuidado como una nueva demanda de la sociedad a la que habrá que responder, determinando una variable clave en estos tiempos como es la
conciliación de la vida familiar y laboral. Por lo tanto, estamos hablando de un tema que hay que debatirlo y tratarlo desde ángulos diferentes y teniendo en cuenta variables que superan el ámbito escolar y los diferentes colectivos que están implicados. El tiempo escolar no se puede sustraer a la sociedad en la que está inmerso. Se podría hablar más bien de un tiempo social. Como nos recuerdan Román y Caride, “los ritmos del tiempo se transmiten y aprenden desde la infancia, forman parte de los procesos de socialización que inducen, entre otras dinámicas, las rutinas familiares y los horarios escolares, en sus diferentes ciclos y niveles. En ellos, el orden temporal se acomoda a la lectura del reloj y del calendario, que regulan la vida cotidiana de la población escolarizada conforme a alternancias que poseen un alto valor simbólico y material, a tenor de las influencias que ejercen sus principales dadores de tiempo (Lasén, 2000): de un lado, la actividad lectiva y todas aquellas acciones formativas que la proyectan en diversos contextos y ámbitos de interacción (en el hogar, la escuela, la calle, la televisión, Internet, etc.); de otro, las personas que participan directa o indirectamente en las relaciones de convivencia: padres y madres, demás familiares, profesores, compañeros de estudio, amigos…” (Morán y Caride, 2005: 64)

¿Aumenta el tiempo, aumenta el rendimiento?

El aumento del tiempo escolar no es una variable relevante para aumentar el rendimiento de los alumnos. Tal vez, como indican algunas investigaciones como la que realizó en Alemania Pischke (http://ideas.repec.org/p/iza/izadps/dp874.html) en 1993, puede incidir en aquellos alumnos con bajos rendimientos. “Pischke no encuentra evidencia que apoye que la reducción del tiempo afectara realmente al alumnado en cuanto a los sueldos y empleos posteriormente logrados; sí, en cambio, afectó a aquéllos con rendimientos más bajos, que tuvieron mayor número de repeticiones de curso en la enseñanza primaria. Cree, sin embargo, que la intensificación del trabajo entre docentes y alumnado pudo compensar la importante reducción del tiempo, pero que el sacrificio de materias tan tradicionalmente estimadas por la cultura alemana como la música y las artes no fue realmente provechoso para lo que denomina actitudes cívicas” (M. Pereira, 2005: 57).

No se trata de debatir la cantidad del tiempo, sino sobre todo de cómo lo distribuimos, cómo lo organizamos, qué hacemos

Lo importante no es añadir más tiempo meramente mecánico, sino tiempo de calidad. Se trataría de añadir lo que podríamos denominar tiempo estructurado. No se trata de debatir la cantidad del tiempo, sino sobre todo de cómo lo distribuimos, cómo lo organizamos, qué hacemos. La transformación social que estamos viviendo implica que el tiempo educativo tradicional se debe flexibilizar, abriéndose a aprendizajes flexibles en entornos de red cada vez más de más calidad. La estructuración del tiempo según los parámetros tradicionales se deben ir difuminando poco a poco, vamos a ir hablando de tiempos flexibles y de calidad. Las nuevas tecnologías van a ofrecer impensables posibilidades en la organización del espacio y del tiempo.

“Por lo que sabemos, los tiempos propuestos para la institucionalización de la educación han procurado acomodarse a este esquema con encajes que se debaten entre la herencia de una estructura temporal uniforme y rígida, organizada al ritmo de la campana o al del timbre (Husti, 1992: 304), propia de una sociedad estable, aferrada a una visión cronométrica de la gestión del tiempo escolar; y la emergencia de una lectura multidimensional, acorde con una sociedad en mutación, que requiere utilizar tiempos, duraciones y ritmos multiformes integrados en estructuras flexibles y móviles, lo que abocará a nuevas formas organizativas de los tiempos escolares, en toda su extensión y diversidad” (Romero, 2000).(Caride y Meira, 2005: 50)

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Variables que condicionan su organización en el aula y en el centro

Debemos considerar el tiempo como un recurso totalmente diferente a los demás, ya que es atípico, inexorable, indispensable, inelástico e insustituible. No podemos ahorrarlo, sustituirlo ni alargarlo. Tampoco debemos olvidar que estamos en una sociedad extremadamente compleja y cambiante, en la que el tiempo ya no puede pensarse de la misma manera que antes, hay que adaptar los ritmos y secuencias del tiempo a las nuevas necesidades educativas y sociales. El tiempo escolar no se puede sustraer a la sociedad en la que está inmerso.

Podríamos comentar tres criterios como referentes para la utilización y organización del tiempo en el ámbito del aula y del centro: higiénicos, pedagógicos y socioculturales.

Desde el punto de vista higiénico habría que diferenciar lo que sería el tiempo real y el tiempo útil. Hay que tener en cuenta que, tomando como referencia Primaria, en las cinco o seis horas que están los alumnos en el centro hay bastantes tiempos muertos e imprevistos. De todos modos, los días centrales de la semana podrían ser los más adecuados para un mayor rendimiento, el tiempo continuado de actividad oscilaría entre los 15-20 minutos para los niños de 6-7 años y los 40-50 minutos para los de 12-14 años, y la localización de las áreas o materias deberían respetar el grado de fatigabilidad -se entiende que lengua y matemáticas exigen un esfuerzo mayor-. “Según Testu (1994) para la mayoría de los alumnos/as europeos (alemanes, ingleses, franceses y españoles) de 10-11 años el nivel de vigilancia fluctúa según el perfil, ya clásico, establecido por Gates y Blake y podemos considerarlo como el perfil característico de una buena sincronización entre el ritmo vigilia-sueño y las disposiciones del tiempo escolar y extraescolar, de una buena adaptación del empleo del tiempo de la jornada escolar y del tiempo semanal a los ritmos propios de los alumnos. La atención presenta un aumento de su eficiencia en el curso de la mañana, con un pico máximo al final de la mañana, una bajada al inicio de la tarde y una recuperación que se estabiliza al final de la tarde”. (Díaz Morales, J.F. 2002:30).

Podríamos comentar tres criterios como referentes para la utilización y organización del tiempo en el ámbito del aula y del centro: higiénicos, pedagógicos y socioculturales

Desde el punto de vista pedagógico sería muy interesante alternar el tipo y la duración en las actividades y unidades de trabajo, incorporar espacios de libre disposición posibilitando que los alumnos organicen parte de su tiempo, así como facilitar agrupamientos entre clases y entre ciclos. Es importante tener presente que el horario debería supeditarse a la actividad prevista y no al revés, así como que las necesidades del alumnado deberían ser la única referencia para la estructuración del tiempo.

Desde el punto de vista sociocultural las características del centro -rural o urbano etc. -, las costumbres sociales o necesidades específicas de la zona deberían permitir tiempos flexibles y descentralizados que respondieran a las necesidades de cada contexto. Estas circunstancias son las que deberían determinar el tipo de jornada y no los intereses de profesores y padres.

Propuestas para una utilización coherente del tiempo

La distribución del tiempo y del espacio debería ser flexible. Como principio irrenunciable deberíamos tratar de romper con las estructuras rígidas e inamovibles en la estructuración del horario. Tanto la jornada escolar como la estructuración del tiempo a lo largo de la semana deberían responder siempre a contextos concretos y, es más, considerar la disposición de espacios temporales no estructurados para poder realizar actividades no previstas en la planificación inicial.

La jornada escolar está ligada al tiempo de los alumnos y de los profesores, ya que es determinante de ambos, y, lógicamente, incide en el tiempo de los padres. Por ello es importante partir de la autonomía de cada centro para poder decidir aquella jornada que responda a las necesidades de los diferentes colectivos que componen su comunidad educativa.

Si queremos respetar el ritmo vital y de aprendizaje de nuestros alumnos, tendríamos que estructurar la organización temporal en ciclos amplios en los cuáles el alumno se pudiera mover con una cierta flexibilidad. En lugar de tener como referente los tiempos de la escuela rural pequeña con sus grupos heterogéneos y diversos, se intenta universalizar estructuras urbanas inflexibles e incoherentes.

Si queremos respetar el ritmo vital y de aprendizaje de nuestros alumnos, tendríamos que estructurar la organización temporal en ciclos amplios en los cuáles el alumno se pudiera mover con una cierta flexibilidad

Los periodos de clase deberían ser más amplios, superando los consabidos 50/60 minutos por clase, evitando la atomización de las disciplinas, lo que provoca una fragmentación excesiva de los horarios y del conocimiento. Para poder desarrollar procesos coherentes y completos de aprendizaje, en los que se puedan plantear diferentes tipos de actividades, se necesitan espacios de tiempo amplios.

El tiempo de los profesores y de los alumnos no siempre tendría que ser el mismo. Profesionales de diferentes ámbitos van a entrar cada vez más en el centro educativo. Educadores sociales, educadores de tiempo libre, animadores socioculturales, monitores deportivos, etc. significan figuras emergentes que ocuparán espacios de tiempo en nuestros centros. Por lo tanto, se debería deslindar el tiempo de los alumnos, el de los profesores y el de apertura del centro. No tiene porqué coincidir el tiempo escolar de los alumnos con el tiempo laboral del profesorado y, mucho menos, con el tiempo que el centro esté abierto para el servicio de la comunidad. Así, además, podremos conciliar más fácilmente la vida escolar de los alumnos y la vida laboral de los padres, superando la idea restrictiva de que un centro educativo es aquella organización en la unos profesores enseñan a unos alumnos en un tiempo determinado llamado tiempo escolar.

Desde el punto de vista del profesorado una organización racional del tiempo nos va a permitir hacer más cosas en menos tiempo, conseguir los objetivos previstos, disponer de una visión global sobre actividades y proyectos, una disminución del estrés, menos errores y olvidos, una cierta automotivación para el trabajo y mayor control de los resultados. Para ello propongo cuatro referencias de actuación: respetar espacios personales, en los que uno aprenda a disfrutar de los momentos libres y de ocio; tomar la decisión de planificar tanto los espacios de enseñanza aprendizaje como los demás espacios de trabajo, evitando el miedo a ciertos problemas, no dando largas a las cuestiones importantes –sustituyéndolas por las urgentes- y temporalizando los diferentes pasos; romper las tareas abrumadoras en trozos manejables, comprometiéndose a realizar una tarea de arranque; respetar el tiempo de los demás, sobre todo optimizando el tiempo de las diferentes reuniones.

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Optimicemos el tiempo

Optimicemos el tiempo de que disponemos para dedicarlo a lo que realmente merece la pena. Menos tiempo para pensar como controlar al “revoltoso” y más para planificar en equipo las clases, menos tiempo para explicar al grupo y más para atender individualmente y con calma a nuestros alumnos, menos tiempo para enviar “misivas” a los padres y más para hablar personalmente con ellos, menos tiempo para tratar de llegar al último tema del libro de texto y más para globalizar y personalizar los aprendizajes, menos tiempo para reuniones interminables y más para debatir y compartir lo que estamos haciendo, y, desde luego, menos tiempo para leer y cumplimentar escritos administrativos y más para leer el último artículo que nos puede hacer reflexionar y pensar. . En suma, el tiempo es un recurso más que puede incidir en gran manera en los procesos de enseñanza-aprendizaje, posibilitando según su utilización y organización escuelas que respondan a las demandas de nuestra sociedad o que sean una rémora en su desarrollo.


Referencias bibliográficas:

BERNAL AGUDO, J.L. (2006): Comprender los centros educativos. Perspectiva micropolítica. Zaragoza: Mira.

CARIDE, J.A.; MEIRA, P.A. (2005): “Viejos y nuevos tiempos”. Cuadernos de Pedagogía, 349: 48-52.

DIAZ MORALES J.F. (2002): La atención en la escuela: variaciones de dos tipos de jornada. Seminario Internacional Complutense Ritmos Psicológicos y Jornada Escolar, 5 y 6 de Abril de 2002. Madrid.
http://forteza.sis.ucm.es/profes/juanfran/crono/SIC_comunicaciones.pdf
> (Enero 2007).

HUSTI, ANIKO (1992): “Del tiempo escolar uniforme a la planificación móvil del tiempo”. Revista de Educación, 298: 271-306.

MORÁN DE CASTRO, Mª; CARIDE, J.A. (2005): “La jornada escolar en la vida cotidiana de la infancia”. Cuadernos de Pedagogía, 349: 64-69.

PEREIRA, M. A. (2005): “En el comienzo de una nueva época”. Cuadernos de Pedagogía, 349: 53-59.

PISCHKE, JÖRN-STEFFEN (2003): The Impact of Length of the School Year on Student Performance and Earnings: Evidence from the German Short School Years. Institute for the Study of Labor.
http://ideas.repec.org/p/iza/izadps/dp874.html
> (Enero 2007).

ROMERO, CLARA (2000): El conocimiento del tiempo educativo. Barcelona: Laertes.