Era un hombre feliz, en un mundo aparentemente feliz. Hasta que, recién cumplidos los 55, le despidieron por una imaginaria e institucionalmente consentida falta de rentabilidad de su empresa y el banco de la esquina le embargó su vivienda. Se dio entonces cuenta de que su felicidad estaba basada en los estereotipos que sus propios verdugos habían creado.

Se acabó el canal+ y con él las retrasmisiones de sus eventos deportivos favoritos (que eran casi todos); se terminaron las comisiones en dinero negro, a las que su empresa le había acostumbrado;  concluyeron las vacaciones de agosto, las cenas en el restaurante del barrio y la bonoloto semanal.  Y nunca supo si se largó antes su mujer o su felicidad. Tal vez se fueron en la misma consciencia, que no al mismo tiempo.

El caso es que en aquel simulacro de bienestar, animado por los periódicos financiados por los gobiernos autonómicos y en el fútil  regodeo con los programas de la tele, el hombre, había confundido el sentido de la conciencia  con el de la estupidez permanente. Y lo que era más grave: había perdido el sentido común. Todo cambió en su vida cuando su radiante mundo, artificial y domeñado, se vino abajo de repente…

Podría contarles, cientos, miles de historias como esta, cambiando al personaje. Lo que parece el inicio de un cuento o de un relato, es la cruda realidad para mujeres y hombres que creyeron – que incluso todavía creen – en un sistema que se derrumba por momentos. No habrá que esperar al año 2012, las previsiones de un cambio de era y de conciencia están tan visibles, como los errores de quienes nos han conducido al caos. No deben engañarnos las tenues medidas que van tomando estos días los responsables políticos de nuestro entorno. De poco vale el recorte de los coches oficiales y la “propina” de 3.000 “euracos” mensuales a los que perdieron sus escaños en parlamentos de autonomías que tienen menos habitantes que un barrio de Barcelona o una calle de New York. Ellos, ni los unos ni los otros, tienen la solución, porque no saben. Lo importante, como diría el narrador del cuento a los conejos, no es, si son galgos o  podencos. Lo importante, amigos lectores, es huir de sus dientes.

Todo está por hacer. Hay que crear un sistema nuevo, de democracia y participación real. He escrito “crear” y no inventar, porque no nos sirven los instrumentos y las probetas de los fracasados, el antiguo régimen ya no funciona. No podemos rendir pleitesía a los inútiles, ni dejar que los manirrotos gobiernen nuestros bienes y encima nos cobren intereses por ello.

Estos días Grecia está en la calle, los inventores de la democracia exigen que esta sea efectiva y útil; hoy, el ágora dónde se toman las decisiones en Grecia es la misma que hace cerca de tres mil años: la calle o la plaza pública. Pero no nos confundamos, es bueno y práctico tener representantes que legislen y portavoces que trasladen al ejecutivo las demandas populares. Es obvio que, de la forma que hoy están constituidas nuestras polis, sería imposible que todos tomáramos la palabra a la vez – salvo que lo organizara tele5 -. Sin embargo, y lo han dicho muchas voces, ni la forma ni el sistema, son, hoy, los más apropiados. Los más alejados de la democracia interna son los propios partidos políticos.

Podríamos preguntarnos ¿cómo hemos llegado a eso? Podríamos debatir sobre la cuestión, escribir ensayos; reclamar la vuelta de las ideologías que nos hicieron soñar. Y yo me repregunto: ¿Con quién? ¿Con los mismos que las han mancillado? Pero que no se froten las manos los de Intereconomía, lo que acabo de decir nada tiene que ver con sistemas arbitrarios ni con representaciones de “notables” o con el regreso al caciquismo; hoy está tan vacía en contenidos – y tan subordinada – una cámara de lores, como de plebeyos.

Ha de ser el Pueblo, nuevamente, protagonista de su destino. Gritarles en el ágora lo que queremos; decirles que el viento sopla a favor de los justos y que la era que trataron de imponer algunos y la fórmula con la que tantos cómplices captaron, está terminada. Hay que demostrar que el estado de bienestar es una toma de conciencia y no una sociedad aparentemente dichosa. Siempre habrá desigualdades y siempre – como decía el amigo Benedetti – existirá el Sur. Sin embargo, la nueva sociedad no debe permitir que mueran niños de hambre y enfermedad, mientras la economía mundial haga crecer constantemente los precios de los cereales y los laboratorios multinacionales trafiquen con sus fórmulas. Se deben extirpar para siempre el falso axioma de que nacer en el sur es una maldición y un estigma. Y aunque volvamos a ser derrotados no perderemos la dignidad de haberlo intentado.

Todo está por hacer y tendremos que empezar pronto. Habrá que replantearse el apoyo a las formaciones políticas que no se comprometan a instaurar la democracia interna y a reformar la Ley Electoral, incluidos salarios y prebendas. Reclamar la transparencia y la vergüenza en la vida pública, exigir nuestro derecho a ser escuchados… y complacidos. Y no me llamen ingenuo, los ingenuos son los que creen que el actual sistema tiene algo que ver con lo que un día soñamos.

Mientras tanto, es cierto que el patrón dinero y los capitales de Wall Street, siguen dominando el panorama mundial; los griegos tendrán que tragar con las medidas de austeridad que les imponen desde Bruselas, Paris o Berlín. Pero ahora, amigos, sabemos que el rey va desnudo – y perdonen la alusión al cuento -, ni son tan listos ni tan poderosos. Como aconsejan los libros de autoayuda, los hemos de imaginar en el escusado haciendo esfuerzos para aliviarse y practicando lo que mejor sabe hacer. Sigan imaginando, les aseguro que aunque sus grifos sean de oro puro, se han de lavar las manos después…  si no quieren oler a capitalismo cagón.