Donald Trump —a pesar de sus posteriores desmentidos— al parecer afirmó en una reunión celebrada en la Casa Blanca que a las personas procedentes de países “de mierda” (refiriéndose a Haití y a todo el continente africano) no se les debe permitir que vayan a Estados Unidos ni animarlas a hacerlo. Por lo que se ve, Noruega sigue pareciéndole bien, lo cual es un alivio (aunque, francamente, casi lo siento por Noruega, porque ¿quién querría estar en la lista de países preferidos de Donald Trump?).

Sin embargo, se trata de un asunto más grave: ante las declaraciones racistas del presidente de Estados Unidos ¿cuál debería ser nuestra reacción para que sea adecuada a la gravedad de lo que ha dicho y a la dignidad básica que trata de socavar?

En el último año, el número de pisos del sándwich de la insolencia presidencial no ha dejado de crecer, con ingredientes tales como sus mentiras sobre la amenaza que supone el cambio climático para la humanidad, su uso de la palabra “delincuentes” para describir a la población de un país y su idea de la diplomacia, consistente en amenazar con destruir a otro país mientras alardea sobre el tamaño de su “botón nuclear”.

Su último exabrupto desafía claramente los valores inscritos en la propia Estatua de la Libertad. La última vez que lo vi, el poema que hay a los pies del monumento no decía: “Dadme a vuestros cansados, a vuestros pobres, a vuestras masas hacinadas que anhelan respirar en libertad… salvo que vengan de países de mierda”.

La despreocupación con que Trump rechaza países —e incluso continentes enteros— demuestra un desprecio abismal, insondable, por la gente de África y de otros lugares.Sin embargo, perderíamos el debate si intentáramos responder a la falsedad de sus afirmaciones. Insistir en que “África no es una mierda” significa probablemente que ya hemos caído en la trampa del presidente.

Trump sabe que —en Estados Unidos, como en muchos otros lugares—, apelar al mínimo común denominador puede dar beneficios políticos. El verdadero liderazgo consiste en apelar a lo mejor del ser humano. El actual presidente hace deliberadamente lo contrario.

Por tanto, la verdadera pregunta es: ¿qué hacemos ahora, y cómo? Los gobiernos de toda África y del mundo entero continúan en silencio ante el comportamiento de Trump porque siguen creyendo que Estados Unidos aún tiene un papel de liderazgo que desempeñar.Pero ha llegado el momento de rebelarse contra el odio y la discriminación, y más aún cuando viene de la nación más poderosa del mundo.Si el gobierno de Trump no está dispuesto a defender los derechos humanos y expresarse contra semejantes declaraciones de odio, al menos necesitamos ver una muestra clara de solidaridad de los gobiernos de todo el mundo, desde África hasta Noruega.

Los dirigentes de este continente se preparan para la cumbre de la Unión Africana que se celebrará este mes, y nosotros, como africanos y africanas —al igual que el resto de la población mundial—, merecemos y esperamos que manifiesten unánimemente su indignación y su rechazo inequívoco ante este desprecio evidente hacia nuestra dignidad y nuestros derechos.