Un cálculo de las cuotas – entre veinte y treinta euros al año, una bagatela – nos da un importe de más de veinticinco millones que, añadidos a las aportaciones de sus cargos públicos, superarían los treinta.

Pero, al parecer y a tenor de lo que estamos escuchando estos días, nadie pagaba sus cuotas. Probablemente y a falta de esos dos euritos por militante al mes, el partido tenía que echar mano a otras fuentes de ingresos, por ejemplo a empresarios que, agradecidos por la adjudicación de obras y servicios, donaban algunos  cientos de miles de euros a las cajas del PP. Era tanta su dedicación que, al parecer, sobraba dinero y había que repartirlo en sobres, según su antiguo tesorero.

La verdad es que los afiliados peperos brillan por su ausencia o por sus pocas ganas de pagar y es que el registro de sus militantes estaba hinchado para tener mayor representación territorial en los congresos. Además, los pocos que sí cotizaban, eran, en ocasiones, con cuotas pagadas por los propios dirigentes regionales como sucedió en Cantabria.

Ahora el partido conservador se enfrenta a una pugna interna para elegir a su líder  y no le salen las cuentas de su militancia. Yo me pregunto, ¿habrá una caja B de afiliados? Tal vez, sumando las dos cajas, superen el 8% de los que podrán votar en esas primarias.

Mucho tiempo presumiendo de cifras fantasmales, y no lo digo sólo por los muertos, ¡Tenemos un huevo de militantes!, decían e insistían. Supongo que sabían de qué hablaban y que la afirmación del ejemplo ovular lo era porque los guarismos reales cabían en el culo de una gallina.