Habitan el extrarradio de algunas de nuestras ciudades europeas en ámbitos desintegrados con una concepción arquitectónica que, relegando a un segundo plano lo institucional y lo comunitario, ha puesto el énfasis únicamente en criterios de diseño urbano; algunos orientados en los postulados de la Carta de Atenas (establecidos en el IV Congreso del CIAM de 1933 y publicada en París en 1941) de la doctrina racionalista. En la carta se propugnaba un lenguaje urbanístico ordenado y formalista que utilizase los múltiples recursos de los avances obtenidos con la técnica moderna. Ahora bien, no debe olvidarse que también el CIAM (Congresos Internacionales para la Arquitectura Moderna) se ocupaba del habitante de esa ciudad soñada; como cuando se señalaba que “Los puntos clave de la urbanística consisten en las cuatro funciones cotidianas: habitar, trabajar, descansar (en el tiempo libre), circular”. ¿Qué ha ocurrido entonces?.

EL CASO FRANCÉS

Tomaremos por ejemplo a Francia, por su actualidad informativa, para escenificar la trayectoria de esta crisis urbana. La expansión urbana de Paris entre los años veinte y cuarenta del siglo pasado fue anárquica y sin la tutela estatal o municipal, aceleró su crecimiento en el extrarradio como un modelo de crecimiento, de alojamiento alternativo y de desarrollo industrial. Es a partir de 1945 que la IV República empieza a construir alojamientos sociales. A partir de los años cincuenta Francia, destruida por la segunda guerra mundial, tiene un más que importante déficit de viviendas producido por el éxodo del mundo rural que se abandona, por una pujante industrialización y más tarde, en el 1962, por la masiva llegada de expatriados de Argelia. Se construyen barrios enteros con edificios en altura, a modo de ciudades dormitorio, en terrenos residuales ganados a un mundo rural decadente, que se sitúan mayormente entre vías ferroviarias, carreteras, líneas de electricidad, polígonos industriales…, hablamos de la “banlieue” (barrio periférico). Paradójicamente estas zonas urbanas resultarán mal comunicadas con los centros de trabajo y con escaso transporte público que los vincule o articule alrededor del centro de su ciudad originaria. En cuanto al volumen, basta señalar que en los años sesenta se construiría a razón de 500.000 unidades anuales, para totalizar entre 1955 y 1973 alrededor de tres millones de viviendas en régimen de alquiler moderado. Esta época de expansión en grandes desarrollos habitacionales acabó en una crisis en 1973 que motivó la salida de la clase media de estos barrios periféricos, en un momento de creciente desempleo, lo que derivó en una incipiente cultura de gueto. Fue a partir de una orden gubernativa de ese mismo año cuando se prohibieron las construcciones de grandes bloques y se opta por trazados urbanísticos de conjuntos de viviendas unifamiliares que acaban cohabitando con el anterior modelo urbano. Ambos modelos pasaron a denominarse tipologías suburbiales, que hoy pueblan los alrededores de ciudades como Lyon, Marsella o París. Se intentaron construir paraísos que al final resultaron excluyentes y fragmentarios: máquinas mal engrasadas levantadas a modo de “soluciones habitacionales”. El llamado “zoning” condujo a la degradación urbanizadora.

Los urbanistas debaten con frecuencia el tema de la dispersión de la ciudad frente a la ciudad compacta. La ciudad diseminada provoca situaciones inevitables de discriminación social. Estos barrios periféricos representan una ciudad explosionada o ciudad difusa que pierde cohesión, con el suburbio como negación del paisaje. El arquitecto Antonio Fernández Alba se refiere a ella como ciudad archipiélago. Es la teoría de la ciudad abierta frente a la ciudad compacta. Decía D. Eugenio D’Ors que el hombre prehistórico vivía en las afueras.

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Existen precedentes anteriores de “guerras en las ciudades”, exceptúo la revolución de mayo del 68 porque pienso no es asimilable a los hechos acontecidos, como el levantamiento de 1981 en el barrio de Minguettes en las afueras de Lyon; violencia urbana que derivó en una marcha a París dos años después y con la demolición de sus torres. A raíz de esta insurrección se han ido derribando muchos de los bloques de esas barriadas, hasta los más recientes de La Courneuve (2004). No todos han secundado esta política de destrucción de viviendas, algunos de sus habitantes y también arquitectos e historiadores defienden parte de este legado como patrimonio arquitectónico por su valor estético o urbano.

Hoy la carestía de la vivienda, que se suma a la dificultad en conseguir nuevos terrenos (por su precio y también porque existe oposición por parte de la población asentada a que existan nuevos barrios colindantes con familias con problemas), no la resuelve el Estado porque tiene otras prioridades. El centro está aburguesado mientras la periferia se puebla de comunidades desfavorecidas y otras etnias (muchas de ellas ya franceses de tercera generación), lo que fomenta la inevitable separación geográfica entre clases.

Junto a la problemática de lo urbano, a diferencia de la convivencia multiculturalista que se aplica en Inglaterra, está en crisis el modelo francés de integración social fundamentado en la asimilación de los emigrantes a los valores republicanos: civismo, patriotismo y laicismo. ¿Estamos frente a una crisis cultural que obligue a reinventar las reglas de juego?.

UNA GRIETA EN LA CIUDAD CONTEMPORÁNEA

El hombre tiene siempre un sentimiento de insatisfacción frente a las condiciones urbanas. Pienso que este sentir, inherente a la propia condición humana, es el motor del cambio y elemento iniciador de la búsqueda incesante para una mejor ciudad. Su condición originaria de nómada y a la par la necesidad de tener garantizado un medio físico o hábitat confortable que lo convierte en sedentario provoca el conflicto interno (un sentimiento de inquietud). La evasión de la ciudad o el camino hacia la soledad no es solución al conflicto. Esa grieta está desde la primera concepción espacial, y está condenada al permanente desequilibrio. Pero durante el último medio siglo se va abriendo aceleradamente, el progreso ha acentuado las diferencias. En el medio urbano es patente: la ciudad de los excluidos (en las periferias o en los centros más degradados) y la ciudad de los privilegiados. Ambas tienen proble mas que subsanar, y no es posible resolver los de una sin resolver al mismo tiempo los de la otra. Desde este entendimiento es posible hallar caminos y aventurar respuestas. Lo mismo ocurre con el fenómeno de la globalización que afecta los cimientos de un bienestar que creíamos seguro.

Esta grieta se hace patente y enorme en los asentamientos irregulares que llamamos marginales en la América hispana, zonas secundarias de la única ciudad legítima, con barracas y tugurios que parece que siempre han existido, crecen mucho más rápido que los llamados regulares. En ellos radican la mayoría de la población de algunos de estos países, conformando un hecho consumado fuera de la ley. El esfuerzo de planificación no se orienta hoy en resolver el problema sino en como reducir o desacelerar su expansión, o cuanto menos estabilizar su precipitado crecimiento. En 1962 un informe de la ONU calculaba que la mitad de la población de Asia,
África y Latinoamérica (rural y urbana), se alojaba de modo inadecuado. Hoy, después del éxodo de la población rural a la ciudad, los asentamientos marginales tienen entre un 50 y un 60% del total de la población. Esta forma de discriminación es una realidad, aunque aparentemente lejana en el espacio, que nos afecta y que merece una reflexión desde occidente. Puede conducir a nuevas rebeliones o a una “guerra de ciudades” generalizada.

En lo que todos deberíamos ponernos de acuerdo es que el problema no es la aplicación de un modelo de ciudad u otro, muchos ya se han experimentado, sino resolver las causas de este drama, cuyos protagonistas son casi siempre adolescentes que tienen sus raíces profundas en la injusticia social.