Origen

La búsqueda de petróleo efectuada por Shell en el delta del Níger, y facilitada por el gobierno de Nigeria, provocó contaminación durante decenios y devastó a las comunidades locales. Como respuesta, una de esas comunidades —el pueblo ogoni— puso en marcha un movimiento de protesta en la década de 1990 que las fuerzas de seguridad del gobierno aplastaron siempre que pudieron.

Shell se aseguró de que el gobierno supiera que no le complacía perder dinero en Nigeria. En una carta al gobernador local, la empresa informaba de que las interrupciones de las comunidades habían causado en 1993 un descenso de la producción de petróleo de casi nueve millones de barriles. En otra carta, pedía “cualquier ayuda que pudiera brindar[les] para minimizar estas interrupciones”.

En enero de 1994, el gobierno creó una unidad militar especial bajo el mando del jefe militar Paul Okuntimo. Estas fuerzas pasaron a dirigir una campaña de represión contra las comunidades ogonis, en la que se detenía y torturaba a personas, se abatía a tiros a otras, y se violaba a mujeres y niñas. Shell, además, también tenía sus propias fuerzas de seguridad, que colaboraban de forma regular con la agencia de seguridad nigeriana.

Detención de activistas

Finalmente, el líder del Movimiento por la Supervivencia del Pueblo Ogoni (MOSOP, por sus siglas en inglés), Ken Saro-Wiwa, y otros 14 hombres, entre ellos el esposo de Esther —Barinem Kiobel—, fueron detenidos y acusados de implicación en el homicidio de cuatro jefes ogonis cuyas criticas al MOSOP eran conocidas. Nunca se presentaron pruebas creíbles que fundamentaran las denuncias.

Esther afirma que Barinem cayó en desgracia tras negarse a colaborar con el gobierno contra Ken. “Mi esposo les dijo que lo sentía, pero que era cristiano y además era ogoni, por lo que no podía colaborar con ellos para perjudicar a Ken. Es lo que les dijo, y creo que a partir de ahí pasó a ser enemigo suyo”.

En las semanas siguientes a la detención de Barinem, Esther tuvo que esforzarse mucho para encontrar valor. Cuando intentó visitar a su esposo en prisión, Paul Okuntimo —a quien acaban de ascender a teniente coronel— era el oficial al mando que lo vigilaba.

Este militar la llevó a otra habitación y le hizo proposiciones sexuales. “Cuando lo aparté, supongo que se molestó y me abofeteó. Tiene una mano grande y fue como que saliera fuego. Le devolví la bofetada.” Okuntimo se enfureció. “Empezó a luchar conmigo, me dejó semidesnuda y llamó a los soldados —continúa Esther—. Me arrastraron, por lo que me hice todos estos cortes, y me ataron como a un animal.”

Entonces la metieron en una camioneta y la llevaron a un lugar desconocido donde estuvo recluida durante dos semanas. De un modo u otro, Barinem averiguó lo que había ocurrido. Escribió una carta desde la cárcel, pidiendo la puesta en libertad inmediata de su esposa. El tribunal que iba a juzgar a Barinem y al resto de “los 9 ogonis” ordenó la liberación de Esther. “Así es como me salvé”, cuenta.

Ahorcados tras un juicio vergonzoso

Después de que los hombres fueran arrestados, las operaciones militares en Ogoniland se intensificaron. Okuntimo llegó a aparecer en la televisión pública, alardeando de atacar pueblos.

Mientras, Shell no se engañaba sobre el resultado probable del juicio de “Los 9 ogonis”. La empresa no abogó por su puesta en libertad hasta que fue demasiado tarde, a pesar de que sabía que el juicio era manifiestamente injusto.

El 30 de octubre, los hombres fueron condenados a muerte. Ken y Barinem fueron condenados por incitación al asesinato, y los demás por cometerlos.

“La sentencia del tribunal no es solamente incorrecta, ilógica o perversa, es absolutamente deshonesta —escribió el prestigioso abogado británico Michael Birnbaum, que asistió al juicio en calidad de observador—. Creo que el tribunal primero decidió el fallo y luego buscó argumentos que lo justificaran”.

Los hombres fueron ejecutados en los 10 días siguientes, aun cuando Esther, los familiares y simpatizantes de todo el mundo estaban apelando contra la declaración de culpabilidad. A Esther nunca le comunicaron cuándo iban a ahorcar a su esposo. Dice que estaba con la familia de Ken Saro-Wiwa cuando sintió que debía ir a ver a Barinem ese mismo día.

“Quiero ir a ver a mi esposo —recuerda Esther que dijo—, y tengo que ir ya”. Así que llamaron al conductor y se dirigieron a la prisión con alimentos. Allí, al reconocer a la hermana de Ken, que también estaba con ellos, un oficial del ejército le hizo un gesto con las manos. “[Ella] se volvió hacia nosotros [diciendo]: ‘¡Dios mío, han dicho que están muertos!’. Inmediatamente me desmayé”.

Esther no conoció hasta más tarde los detalles de la muerte de su esposo. “Cuando trataban de matar a Ken —recuerda—, su espíritu no se marchó; no murió al instante, no quería. Entonces lo dejaron aparte y trajeron a mi esposo para ahorcarlo. Ken oyó que mi esposo lloraba y decía que era inocente. Entonces, después de ver a mi esposo ahorcado y muerto, se sintió muy mal”. Saro-Wiwa fue ejecutado poco después, al parecer diciendo las inmortales últimas palabras: “Señor, llévate mi alma, pero la lucha continúa”.

Todavía conmocionada, Esther recogió los efectos personales de Barinem del patio de la prisión. Entre ellos había un peine que todavía tenía algunos de sus cabellos, y “una notita en la que ponía cuánto nos amaba, a la familia”.

Huir de Nigeria y enfrentarse a Shell

A raíz del asesinato de Barinem, Esther se vio rodeada de más tragedias. No sólo había perdido a su esposo y su trabajo, sino que también perdió a varios familiares, entre ellos a su madre. “La vida era terrible, horrible para nosotros. Era muy difícil poner comida en la mesa”, afirma.

Un día, Esther tuvo visita. “Vinieron unas personas y me dijeron que tenía que irme para salvar la vida; que, aunque no me importara la mía, me preocupara por mis hijos, por mis seres queridos. Así que tuvimos que ponernos a salvo en Benín, donde me convertí en refugiada”. Esther abandonó todo, y se llevó a sus cuatro hijos y a los tres de su cuñada. Permanecieron juntos en un campo para personas refugiadas en Benín hasta que, según afirma, “el campo ya no era seguro, porque lleg[ó] la noticia [de que] el gobierno de Nigeria solía entrar a secuestrar a gente”.

Por consiguiente, Esther huyó con los siete niños a una casa donde nadie la conocía. Vivió así durante dos años hasta que, con la ayuda de Amnistía, les concedieron asilo en Estados Unidos.

Mientras construía allí una nueva vida para ella y sus hijos, Esther nunca pudo quitarse de la cabeza lo que le sucedió a su esposo. “Casi todos los días, en el dormitorio, recordaba y lloraba; pero luego me recompuse y decidí ser fuerte —relata—. Sigo diciendo que el espíritu de mi marido está detrás de mí y me permite librar esta batalla. No puedo librarla sola”.

Habiendo huido de Nigeria para salvar su vida, Esther sabía que no podía esperar justicia por parte del gobierno y el ejército de su país de origen. En 2002, intentó llevar a Shell ante los tribunales en Estados Unidos, pero el Tribunal Supremo resolvió en 2013 que los tribunales estadounidenses no tenían competencia para juzgar el caso. Así pues, tras 22 años, Esther se enfrenta a Shell en el país de origen de la empresa: Países Bajos. Esther se mantiene firme en que se pruebe la inocencia de Barinem. “Aparece en la historia como si fuera un delincuente —dice Esther—, pero no lo es; era un buen hombre, un buen padre, un buen marido y un buen hermano. Quiero que sea declarado inocente”.

Para Esther, no cabe duda acerca del papel que desempeñó Shell en la muerte de Barinem. “Responsabilizo a Shell”, afirma.