Un año antes, una monarquía en crisis y a punto de saltar por los aires –la reina tendría que exiliarse tres años después- se envolvió en sus viejos harapos imperiales y se embarcó en una guerra contra cuatro de sus antiguas colonias (Chile, Perú, Ecuador y Bolivia) por un incidente en territorio peruano en el que murió un peón de origen vasco a las órdenes de un terrateniente local. Este lamentable suceso se exageró y amplificó hasta convertirlo en una agresión a toda España, lo que acabó en una guerra a la que se sumaron los países de la zona, con la independencia reciente y recelosos todavía de la presencia de la vieja metrópoli. Entre ellos estaba Chile, que se alió con su vecino peruano y apresó la goleta ibérica Covadonga. Como respuesta, Madrid bloqueó varios puertos chilenos y amenazó con bombardear Valparaíso si no era devuelta la nave y se satisfacían una serie de exigencias.

Por supuesto, no hubo acuerdo y el almirante vigués Casto Méndez Núñez, quien asumió el mando de la Marina Real en el Pacífico tras el suicidio de su antecesor, optó por el bombardeo.

El resultado, infame. Tratando de deslegitimizar la ofensiva, las autoridades chilenas desarmaron Valparaíso e izaron banderas blancas. Si España atacaba, lo haría sin resistencia alguna, algo vergonzoso para cualquier guerrero honorable. Pero no había forma de sofocar la furia ibérica y la ciudad, como hoy, soportó el rigor del fuego sin siquiera defenderse. En lugar de ello, la mayoría de la población había abandonado la urbe.

Tropas británicas y estadounidenses amenazaron a España ante tan vergonzoso comportamiento, pero Méndez Núñez dejó bien claro que no sentía temor de las represalias que pudieran tomar, pues “la reina Isabel, el Gobierno de Leopoldo O’Donnell, el país” y él mismo preferían “honra sin barcos, que barcos sin honra”.

Los chilenos quisieron vengarse y linchar a los prisioneros de la Covadonga, pero el Gobierno de su país, que dio una lección de elegancia a la monarquía de Isabel II, lo impidió. Al final, la guerra concluyó sin un claro ganador y demostró ser uno de los conflictos más inútiles e innecesarios de la historia.

Tras esta Primera Guerra del Pacífico, y como sin duda volverá a ocurrir, Valparaíso resurgió de sus cenizas y recuperó enseguida su puesto como principal puerto de Chile.

Afortunadamente, esta vez podrá contar en su tarea con el apoyo y cariño del pueblo español, entre otras cosas porque Chile es el país de acogida de tantos peninsulares a los que la crisis ha dejado sin futuro en su patria.

Almirante, allá donde esté, menos honra y más justicia para el pueblo.

¡Ánimo, Valparaíso!