Su madre… Acababa de mantener una conversación con su familia a través del ordenador, ese día era exactamente el primer domingo de Mayo, día de la madre en su país, no el país en el que nació, ni en el que vivía ahora mismo, en su país, en  el que había vivido la mayor parte de su vida, y del que provenían sus padres.

Había heredado de ella su inteligencia, un carácter afable, una personalidad fuerte y una tenacidad de hierro. Pero sobre todo había heredado de ella una sonrisa eterna que le acompañaba cada día de su vida, una sonrisa incorruptible y sincera, que nunca dosificaba, censuraba o ahorraba y que, cuando se desataba, siempre iba acompañada del sonido de una carcajada rebosante de inocencia y de vida…. una preciosa sonrisa.

Pensaba en su madre y en cuanto la echaba de menos. Faltaban pocos meses para que se cumpliera un año desde que se despidiera de sus padres en aquel aeropuerto, partía con destino a un país nórdico a completar sus estudios y a vivir una experiencia nueva. Recuerda que nadie derramó ni una lágrima, que todo eran sonrisas, a pesar de la lógica preocupación de sus padres por ver partir a su hija. Incluso en su fuero interno, había un resquicio de rencor hacia sus padres por no llorar, aunque era muy consciente de la razón.

Sabía lo que le habían dicho sus padres, sabía que ella se iba con la posibilidad de volver si así lo deseaba, sabía que a su vuelta la estarían esperando, no sólo sus familiares y amigos, si no la posibilidad de una vida y de un empleo dignos, aunque para ello tuviera que trabajar duro, como todos.

Sabía por lo que le habían contado, que las despedidas no siempre fueron así en ese aeropuerto, sabía que esas paredes habían visto padres abrazando desesperadamente a sus hijos pequeños, besando a sus mujeres con la cara empapada en lágrimas, incapaces de mantener ni un segundo más la compostura, maldiciendo su suerte, maldiciendo a todos esos políticos cobardes, sentados en sillas cuyo precio superaba en varios miles de euros el subsidio de desempleo que muchos ciudadanos habían agotado ya, maldiciendo a todos esos corruptos que le obligaban a buscar, lejos de lo que más amaba, aquello que le pertenecía por derecho.

Por eso sus padres no lloraban, por respeto a todos ellos y a si mismos, porque ellos también tuvieron que emigrar. Porque llevaban en los ojos la serenidad del que vio épocas peores, y el orgullo de una generación entera que luchó por sus derechos y por los de las generaciones que estaban por venir.

Supo, a través de su familia, que el país donde creció no siempre fue como ella lo ve ahora. Le contaron que varias décadas atrás el país entero atravesó una grave crisis, cuyos principales responsables fueron  la ambición y la irresponsabilidad de unos pocos, pero cuyas consecuencias pagaron los que menos medios tenían para ello.

Le contaron que hubo mucha gente que se quedó sin casa, desahuciados, que les quitaron sus derechos a la sanidad y la educación, que una de cada cuatro personas estaba en paro. Le contaron que se recortaron los derechos y las libertades, que hubo represión en las calles, que la corrupción se extendía por todo el país. Le contaron que muchos jóvenes tuvieron que emigrar a otros países para poder ganarse la vida, que la gente que vivía por debajo del umbral de la pobreza creció enormemente.

Le contaron que les culparon, que les dijeron que habían vivido por encima de sus posibilidades, que habían sido irresponsables, y que debían pagar por ello. Les humillaron, les reprimieron, les maniataron y amordazaron, les golpearon…

Le contaron que mientras las rentas de las clases medias y bajas disminuían cada vez más, las de los más ricos aumentaban exponencialmente.

Le hablaron de un tal Bárcenas, de Urdangarín, de Blesa, de los ERE, de la corrupción y podredumbre que se extendían por los partidos, y hasta por la familia real. Le hablaron de cinismo, de egoísmo, de incompetencia, de prepotencia y de estupidez.

Le dijeron que la sociedad parecía dormida, anestesiada, pero que la indignación y la rabia iban en aumento, que la gente empezó a darse cuenta de que ellos tenían la última palabra, el poder de cambiarlo todo. Se dieron cuenta de que la solidaridad y la empatía eran necesarias, de que realmente si se podían cambiar las cosas, de que había métodos para ello.

Recordaba como la emoción hacia temblar la voz de su padre al relatarle lo que la gente fue capaz de hacer….