A principios de enero, un grupo de activistas en contra de la minería a cielo abierto de la provincia de La Rioja, en el noroeste de Argentina, bloquearon la ruta de acceso al cordón montañoso de Famatina.

El objetivo: evitar el comienzo del Proyecto Famatina, un acuerdo entre dos empresas estatales y la multinacional canadiense Osisko Mining Corporation para extraer oro de una zona de 40 kilómetros cuadrados que los ejecutivos de la corporación consideran “de excelente potencial”.

El movimiento en contra del proyecto fue ganando notoriedad y culminó el último jueves en una manifestación de más de diez mil personas, acompañadas por movilizaciones menores en diferentes puntos de Argentina. En respuesta, el gobernador de La Rioja anunció que el proyecto se demorará para realizar una campaña de “información” y que quizá el mismo sea sometido a un plebiscito de consulta.

Mientras tanto, las protestas volvieron a poner a la minería en el centro de la discusión en el país. Y un caso interesante de Japón demuestra que ésta no es la única opción.

En contra y a favor

Los protestantes y organizaciones ambientalistas temen por el uso de cianuro y la contaminación del agua en la región. Tienen razones para estar preocupados: casos como el de Cerro de Pasco en Perú son lo suficientemente aterradores como para que la minería a cielo abierto tenga pasionales detractores.

Defensores del proyecto (un editorial en el diario norteño El Tribuno, por ejemplo) aseguran que es una forma de desarrollo para las provincias y se apuran a recordar que “sin la minería, la sociedad moderna no podría existir”.

El primer argumento es sumamente discutible: existen otras formas de desarrollo que la extracción de materias primas. El segundo tiene algo de razón: el oro no es sólo material de joyas y acuñe de monedas (aunque esos sean sus dos principales destinos), sino que sirve para la producción de todo tipo de equipos electrónicos (desde celulares hasta satélites) y hasta para tratamientos médicos.

Pero es cierto también que antes de extraer nuevos materiales, las compañías podrían enfocar sus esfuerzos en el uso eficiente, recuperación y reciclaje de las materias primas.

Oro de la basura

Dos años atrás, Reuters reportó sobre un centro de tratamiento de aguas residuales en Japón que encontró más oro en la basura que procesaba que algunas de las minas más exitosas del mundo. El centro registró haber encontrado 1890 gramos de oro por cada tonelada de basura incinerada, mientras una mina de Japón que es considerada una de las más importantes del mundo logra de 20 a 40 gramos por tonelada de mineral.

La razón probable: las empresas productoras de equipos de alta precisión de los alrededores, cuyos desechos eran transportados en las aguas que procesaba el centro.

Una contradicción interesante. ¿Cómo se puede estar buscando volar montañas para extraer materias primas si ni siquiera se usan eficientemente las que ya están extraídas? ¿Y cuánto podría recuperarse de todos los equipos que conforman la creciente basura electrónica?

Según datos de la organización Blue Economy, una tonelada de celulares usados contiene 3,5 kilogramos de plata, 340 gramos de oro, 140 gramos de Paladio y 130 kilogramos de cobre, y que el proyecto Metals without mining (metales sin minería) propone recuperar estos metales usando procesos naturales con bacterias.

La minería a cielo abierto y la contaminación de cursos de agua no son las únicas opciones. Los activistas de La Rioja parecen saberlo. Si sus protestas logran cancelar el proyecto definitivamente, será la segunda oportunidad en que mantuvieron al cerro libre de minas: en 2007 lograron que la empresa Barrick Gold abandonara un proyecto de desarrollo minero en la región.

 

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