Cuando los cartógrafos de la corte española explicaron a Carlos I la gigantesca magnitud del nuevo continente de ultramar, no les resultó muy difícil convencerle sobre la utilidad de llevar a cabo estudios en el territorio del istmo centroamericano para intentar unir a través de él, las aguas del Pacífico con las del mar Caribe.
La embriagadora sensación que provocaban los asombrosos escenarios que continuamente se ponían al descubierto, habían conseguido que el hombre se imaginase capaz de realizar una empresa de tal calibre.
La creciente actividad de los nuevos asentamientos en la costa oeste del continente, incluyendo la extracción de plata en Perú, verían reducida la distancia de navegación hacia y desde España en más de 5.000 millas, acortando la ruta a menos de la mitad y evitando al mismo tiempo el peligroso estrecho de Magallanes.