No cabe duda de que estas prácticas ilícitas generan una riqueza en el país que la medición oficial del PIB no recoge, por lo que no parece descabellado pretender incluirlo y, de esta forma, ofrecer una visión más real del valor de lo producido en un país. No obstante, una mente desconfiada podrá pensar que esto se hace con el simple motivo de mejorar los datos y avalar de esta forma el discurso oficialista de la recuperación económica. A fin de cuentas, la recomendación de Eurostat (la oficina estadística de la Comisión Europea) ya se realizó hace años, y fueron muy pocos los países que entonces optaron por el cambio. Entonces, ¿por qué ahora?
Más allá de estas circunstancias, poco importantes en el fondo, se plantea una situación como mínimo sospechosa. Se admite el impacto que estas prácticas tienen en la economía, pero se reitera que es algo al margen de la ley y que esto no implica en absoluto su legalización. O dicho de otro modo, cambiamos el sistema estadístico y lo metemos porque nos viene bien para nuestros números, pero seguimos rechazando de plano cualquier posibilidad de debate sobre el asunto.
¿Nos encontramos, acaso, ante un caso de hipocresía? Quiero pensar que no, pero admito mi desconfianza. La lógica de la contabilidad hubiera sido una buena oportunidad para abordar un tema complejo y propenso a demagogias como pueda ser el de la regulación de algunas drogas o de la prostitución. Sin embargo, se ha quedado en lo meramente económico, lo cual genera también serias dudas. A menos que los narcos, los proxenetas y los contrabandistas presenten ante la Agencia Tributaria sus libros contables, ¿Cómo sabremos el valor de una actividad que por su carácter ilícito permanece escondida y huye de cualquier contacto con la Administración? ¿En base a qué podemos estimar de forma fiable todo esto, sin el riesgo de cometer miles de errores de aproximación que hagan de estos cálculos algo irreal y arbitrario?
Claro que sí habría una posibilidad de obtener los libros de cuentas de esta gente, mediante la regulación de sus actividades.
Desde el respeto más absoluto a las opiniones contrarias en esta materia, opino que arrojar luz sobre la prostitución, aunque lo consideremos denigrante para la mujer, traerá más beneficios que perjuicios al sacarlo del hampa. Tanto si lo toleramos como si lo perseguimos, no seremos originales. Ambas tendencias se han sucedido a lo largo de la historia, y a ambas ha sobrevivido la prostitución, por algo lo llaman el oficio más antiguo del mundo. Parece, pues, que acabar con ello es poco menos que una utopía. Entonces, ¿por qué no regularlo? ¿Por qué no meterlo dentro del sistema para que las prostitutas puedan cotizar, tener seguros y asistencia médica laboral? ¿Por qué no dotarlas de los mismos derechos que al resto de los trabajadores? ¿Es peor esto que ponernos la venda y prohibir y perseguir algo que podemos estar seguros de que seguirá existiendo en el futuro?
Si ya era complejo el tema del alterne, qué decir de las sustancias estupefacientes. Algunos países han optado por legalizar el consumo de aquellas denominadas blandas, aunque el asunto se presta a la polémica. Particularmente, no tengo muy clara mi postura al respecto, pues los efectos perniciosos de la droga obligan a ser muy prudentes a la hora de pedir su libre consumo, pero creo que nunca puede ser malo en un país adulto abrir el debate y que se intercambien ideas.
Desde un planteamiento de mero cálculo, es sensato querer actualizar la forma de conseguir el Producto Interior Bruto, pero a menos que se aclare muy bien cómo se podrá averiguar, la misma sensatez de antes nos invita a abandonar tan chusca iniciativa.
En cualquier caso, algo hemos avanzado. Ahora nos encomendados a las meretrices en lugar de a santos y vírgenes.
Un paso más hacia la laicidad de este, de momento, reino.
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