Me acostaba rendida por el cansancio con tu nombre en mi memoria ya grabado,  y al levantarme, con el insinuante primer rayo del alba, seguía sin saber porque, aferrada a ti, a tu nombre nuevamente golpeándome la sien, embriagando mi mente.

Déjame ser dueña de mi silencio y disfrutar con él.

Jamás permití que el dolor, la tristeza, la soledad, los celos o el remordimiento se apoderasen de mí.

Jamás permití que mi pasión desenfrenada  se acercase a ti. Sólo el brillo de mis ojos te hablaba y se declaraban,  a la vez que mi boca apretando los dientes, sus labios sellaba.

Déjame ser dueña de mi silencio, de ese amor comprometido para vivir siempre con él, para vivirlo, imaginariamente siempre contigo.

Pídeme un deseo, aunque sea en mis sueños cuando la noche haya caído.

Yo despertaré en él para, aún en sueños, vivirlo; y lo guardare al día siguiente y al otro… y seré dueña de mi silencio, llevando tu deseo en secreto, siempre conmigo.