Mucho antes de que los estados del norte dieran una solemne paliza a los del sur en la Guerra Civil Norteamericana, la sociedad industrial había creado, además de las   clases, una diferencia económica y política de las zonas septentrionales respecto a las meridionales. Con las excepciones que confirman la regla, en la mayoría de los continentes, países o regiones, axiomáticamente el norte es más rico y poderoso que el sur.

Europa ha subyugado a África y América para despojarles de sus riquezas naturales y esta última, además, ha recibido doble sometimiento, considerando el abuso  fratricida de su propio norte. Por su parte, Asia, ha sido explotadora y explotada según el momento histórico y el contexto geográfico. Nos es igual si hablamos del colonialismo europeo, de la expansión estadounidense o del estalinismo soviético. Unos trabajan y sufren y otros se benefician con el sudor y la sangre ajena.

Sin embargo, la cosa está cambiando y tal vez nos encontremos con el resurgimiento del castigado sur en detrimento del septentrión. Europa está vieja y cansada, no le salen las cuentas y sus políticos chochean; los Estados Unidos, por vez primera desde Monroe, miran hacia sus problemas domésticos y dejan de meter las narices en fregados ajenos, y los magnates y mangantes rusos están más por comprar equipos de fútbol y beber vodka que en conservar poder territorial.

Los mercados han cambiado de polo y las expectativas también. Las revoluciones y las ideas aparecen en latitudes sudamericanas y  asiáticas. Si consiguen olvidarse de las herencias, las dictaduras, los refugios místicos, las madres patrias o del gigante del norte y crean su propia identidad, gestionan sus recursos y desarrollan sus posibilidades, pueden dirigir su propio destino de una vez por todas.

Tenemos el ejemplo de China, siempre explotada y ocupada, siendo fecundamente inventora, reformadora y sabia, cuando Europa era un pestilente lugar medieval, lleno de catedrales a medio construir, azotada por la muerte negra y plagada de señores feudales que nunca se habían dado un buen baño. O el paradigma de la denodada África, cuyas reservas en recursos son todavía, y a pesar del paso de las gentes del norte, extraordinarias.

Pero como todo lo innovador, el sur, tiene que estar atento a su nueva condición. No es suficiente con desearlo, con disponer de medios y de gentes, de amplios mercados y de recursos naturales; es necesario no cometer los errores del norte.

Los peligros son muchos y los antiguos amos siguen dispuestos a mantener su estatus, aunque ya no tengan fuerza para ello. Se sirven de sus imitadores, gentes dispuestas a seguir expoliando aunque sea a su propio pueblo. Presidentes de tres al cuarto, paradójicamente, o quizás para ello, educados en universidades europeas o norteamericanas – disculpen los mejicanos y canadienses -; santones que tratan de seguir jodiendo al pueblo en nombre del misticismo y no me refiero concretamente al actual Papa, aunque sea significativa su nacionalidad; falsos revolucionarios o  grandes iluminados.

El sur tiene que superar a los voceras, convivir con las religiones pero separándolas del aparato del estado, huir del enfrentamiento tribal, escapar del capitalismo opresor, confiar en su propia revolución y no en las impuestas; creer en sus proporcionadas fuerzas y méritos. No rendirse.

partando lo inútil y usando lo que sirve. Con su fe veterana… en ellos mismos. Que, ahora, amigos, el sur existe más que nunca.