Entre risas y carreras acababan de pillarme, estábamos jugando al “tula”, uno corría y el otro le perseguía hasta tocarle; después, llegaba el escondite, uno cerraba los ojos y contaba: uno, dos, tres…. y así hasta diez,  mientras los otros se escondían hasta oír un ¡allá voy!.

Llegue a casa sofocada, había estado jugando sin parar y debía hacer los deberes y estudiar. La noche se acercaba y el cansancio recorría todo mi cuerpo, mis ojos a pesar de mi insistencia en mantenerlos abiertos, paulatinamente iban cediendo hasta alcanzar ese merecido dulce sueño.

A la mañana siguiente al despertar fui al baño y al mirarme en el espejo vi como los reflejos de la luna se había posado en mi pelo.

Habían transcurrido veinte, treinta, cuarenta años… ¡casi no lo recuerdo! Sólo veía a una mujer, casi anciana reflejada en ese brillante espejo; un cuerpo distinto, los surcos marcando mi piel señalándome el paso del tiempo, los recuerdos de mis pequeños amigos en mi mente y la experiencia de unos años vividos, que en algunos momentos se hicieron eternos.

Recuerdo que ayer, las risas envolvían al silencio y hoy, hoy permanezco aquí, sola, frente al espejo, peinando lentamente los reflejos que la luna dejo sobre mi pelo.

¡Como pasa la vida!  ¡A veces no llego a entenderlo!, porque sólo fue un momento cuando paulatinamente cerré mis ojos. No consigo creer, como a la mañana siguiente al abrirlos de nuevo, había pasado mi vida, como un soplo de viento.

María del Carmen Aranda es escritora y autora del blog mariadelcarmenaranda.blogspot.com
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