1-Aumento del riesgo de catástrofes. Olas de calor e inundaciones

Como se ha puesto de manifiesto, la proliferación de las olas de calor y, en general, de fenómenos meteorológicos extremos tiene gran relación con el cambio climático y sus efectos pueden ser devastadores tanto desde el punto de vista ecológico como económico.

En comparación con el resto del mundo, las pérdidas económicas per cápita derivadas de este tipo de fenómenos son altas en Europa, a causa de la gran densidad de población. En los últimos 20 años, 953 desastres naturales causaron unos 269.000 millones de dólares en pérdidas económicas en todo el continente, además de cobrarse 88.671 vidas humanas y afectar a más de 29 millones de personas (CRED, 2009).

Los desastres relacionados con el tiempo atmosférico son especialmente costosos en Europa, pues tienen un efecto devastador sobre las infraestructuras. En el viejo continente, los desastres que produjeron mayores pérdidas económicas en el periodo 1989-2008 fueron las inundaciones (40%) y las tormentas (30%), pero destaca también por su intensidad la ola de calor del año 2003.

El gráfico 3.6 recoge las pérdidas económicas provocadas por catástrofes relacionadas con el clima en nuestro continente en el periodo 1980 al 2003 y muestra la tendencia creciente del patrón.

España está a la cabeza del continente en cuanto a víctimas derivadas de desastres naturales en las dos últimas décadas (CRED, 2009). En el gráfico 3.7 pueden verse, a modo de ejemplo, las pérdidas en la agricultura provocadas por la ola de calor del año 2003.

Por lo que respecta al riesgo de inundaciones, las condiciones climáticas y de relieve de la península Ibérica favorecen la generación de crecidas en las cuencas de los ríos. En España, las inundaciones han producido históricamente fuertes impactos socioeconómicos y numerosas víctimas.

En las cuencas mediterráneas y del interior es probable que aumente la irregularidad de las crecidas y de las crecidas relámpago y, por tanto el riesgo de inundaciones. Las zonas más vulnerables a las crecidas se localizan en las proximidades de los núcleos urbanos y centros turísticos, especialmente en el  Mediterráneo (Expertos, 2007).

Pese a la importancia de este fenómeno en España, las pérdidas por inundaciones son más marcadas en Centroeuropa.

En el gráfico 3.9 se ofrece el número de inundaciones importantes por década en Europa en el periodo 1950-2000.

2-Incendios de Alta Intensidad. Galicia, verano 2006

Aunque los datos de superficie quemada en 2007 y 2008 son positivos y aportan esperanza en la lucha contra los incendios forestales, una lectura sosegada de las series estadísticas de incendios en zonas boscosas señala un dato preocupante: los grandes incendios forestales (GIF), aquellos que superan las 500 hectáreas de superficie afectada, tienen cada vez más peso en la estadística anual.

En el periodo 1998-2007 hubo una media anual de 31 grandes incendios forestales (MARM, 2009). Los éxitos en la extinción marcan una tendencia hacia la disminución de la superficie quemada, pero los incendios de grandes dimensiones suponen un porcentaje cada vez mayor de la superficie anual quemada, hasta alcanzar el 60% en el año 2007 (ver gráfico 3.10).

Desde la década de los 90 se observa el aumento de la superficie afectada por los grandes incendios forestales.

Muchos de estos siniestros, además de su gran magnitud, están siendo altamente destructivos para las masas forestales que los sufren debido a la intensidad del fuego generado, su comportamiento extremo y la imposibilidad de extinguirlos con los actuales medios humanos y materiales. Cuando los incendios forestales adquieren estas características se denominan Incendios de Alta Intensidad (IAI).

Los científicos apuntan que los IAI están relacionados con el calentamiento global y la alteración del régimen de precipitaciones (Pyne, 2007). Pero hay otros factores que contribuyen a su proliferación: los cambios en el uso del suelo, la reducción de la actividad agrícola, las políticas forestales y de lucha contra el fuego imperantes durante décadas, el abandono de los usos tradicionales del bosque, etc. (Castellnou, 2007).

El factor clima es, por lo tanto, una de las variables que entran en juego en el estudio de los incendios forestales, pero no la única (Moreno, 2005). Dada la complejidad del problema de los incendios forestales en España y su enorme variabilidad espacial y temporal, resulta difícil la verificación de un cambio en la tendencia o frecuencia de estos fenómenos en el país.

en el estudio de los incendios forestales, pero no la única (Moreno, 2005). Dada la complejidad del problema de los incendios forestales en España y su enorme variabilidad espacial y temporal, resulta difícil la verificación de un cambio en la tendencia o frecuencia de estos fenómenos en el país.

El análisis se ve dificultado por el hecho de que, en paralelo a la toma de datos, se han producido cambios socioeconómicos, demográficos y paisajísticos, al tiempo que se han modificado las políticas forestales y se ha desarrollado una alta capacidad de lucha contra el fuego.

Sin embargo, los ciudadanos españoles recuerdan fácilmente algunos episodios dramáticos de la historia reciente, como los devastadores incendios de Guadalajara en julio de 2005, la oleada de incendios en agosto de 2006 en Galicia, o los incendios de Canarias en 2007, todos ellos bajo el común denominador de condiciones de viento, humedad y temperatura extremas.

En todos ellos hubo pérdidas de vidas humanas, de recursos económicos, de puestos de trabajo, de biodiversidad, etc., así como una gran conmoción social y política.

3-Sequía y riesgo de desertización. Los cultivos andaluces

Es fácil intuir la importancia directa que, para la agricultura, pueden tener los efectos del cambio climático (régimen de temperaturas y precipitaciones, cantidad y calidad de los recursos hídricos disponibles, ocurrencia de adversidades meteorológicas, incidencia de plagas y enfermedades, etc.) y a la vez resulta evidente la importancia que para España tiene el desarrollo de este sector.

Las tendencias observadas en la agricultura atribuibles al cambio climático son (Ayala, 2004):

  • Descenso de la productividad de los secanos y pastos por el aumento del estrés hídrico y las rachas de sequía;
  • Aumento de la vulnerabilidad de frutales por el adelanto de la floración, debido a las heladas tardías;
  • Mayor vulnerabilidad de los suelos a la salinización; y
  • Una mayor incidencia de diversas plagas agrícolas (Shafer, 1994; Iglesias, 1995).

Se prevén descensos de la producción agrícola de entre un 15% y un 30% en la mayor parte del país (AEMA, 2007). De hecho, España es uno de los países más afectados de Europa en este sentido.

Siendo la agricultura un sector estratégico en algunas comunidades autónomas, el problema es visto con seria preocupación desde las administraciones públicas.

En Andalucía, por ejemplo, la integración de la vulnerabilidad intrínseca de los cultivos estudiados y el análisis de la peligrosidad climática derivada de eventos meteorológicos extremos, ha dado lugar a la zonificación de riesgos del sector agrario frente al cambio climático, que se presenta en el gráfico 3.11 (Programa de adaptación al Cambio Climático en Andalucía).

En un clima tan peculiar como el andaluz, donde la época de máxima actividad fotosintética coincide con la mínima presencia de precipitaciones, el regadío tiene una importancia clave. De hecho la agricultura de regadío, que representa sólo un 18% de la superficie agraria, contribuye en más del 50% a la producción global de la agricultura andaluza en términos económicos.

Los cultivos de regadío resultan muy vulnerables ante la previsible reducción en la disponibilidad de recursos hídricos, sobre todo, aquéllos con mayores necesidades de riego como el arroz. Las elevadas temperaturas que pueden alcanzarse en algunas zonas del Valle del Guadalquivir, sobre todo en periodos de desarrollo
críticos, acentúa la vulnerabilidad de estos cultivos.

Un estudio realizado por el Departamento de Geografía de la Universidad de Zaragoza refleja que la regresión de los glaciares del Pirineo español ha sido de casi el 80% en los últimos años, el 40% sólo en la última década.

4-Alteraciones en los principales atractivos turísticos del país.

El Turismo de playa y de ciudad España alberga elevados valores ambientales y mantiene una serie de actividades económicas de notable importancia, entre las que destaca el sector turístico.

La franja costera recibe el 80% del turismo del país, lo que representa el 8% del PIB (aproximadamente 70.000 millones de euros). Pero la escasez de agua, los problemas de la calidad de este recurso y las, cada vez más frecuentes e intensas, olas de calor en el sur de Europa pueden provocar importantes reducciones considerables del turismo estival (AEMA, 2005).

Sin embargo, la sucesión de días con temperaturas excesivamente elevadas tiene una especial repercusión en las condiciones del bienestar humano, que dificulta cualquier tipo de actividad turística. La ocurrencia de olas de calor es uno de los factores determinantes de la vulnerabilidad de algunos destinos turísticos españoles, sobre todo, en el caso del turismo cultural y rural natural.

Se espera que esta circunstancia afecte para mediados de siglo a algunos destinos de interior, sobre todo en el sur de la península como Córdoba, Sevilla, Granada, Úbeda o Baeza. Todo indica que el índice de confort turístico, que es decisivo para las preferencias turísticas, excederá en verano los límites de lo deseable. Andalucía proporciona un magnífico ejemplo de las diferentes formas en las que puede afectar profundamente el cambio climático al turismo.

El sector turístico se ha convertido allí en una pieza clave de la economía regional, hasta el punto de ser considerado la primera “industria” de esta comunidad (en 2006 suponía un 11% del PIB regional). El principal impulsor de este sector ha sido –además de los múltiples atractivos turísticos de Andalucía– su clima cálido y suave, con muchas horas de sol al año (sobre todo en el litoral) que ha situado la marca “Andalucía” como referencia del mercado turístico internacional.

No en vano, el binomio sol y playa sigue siendo el principal atractivo de la oferta turística regional (70% de las plazas hoteleras andaluzas se sitúan en la costa).

El catedrático Íñigo Losada, experto en cambio climático, pronostica serias dificultades en las zonas costeras con edificios a pie de playa ante un retroceso de la costa que planteará el dilema de “proteger” las  edificaciones o “evacuar”.

En general, y en la costa del sur de España especialmente, las zonas turísticas litorales concentran una importante demanda de agua en épocas en las que el déficit hídrico es muy acentuado y en lugares donde la capacidad de almacenamiento y suministro puede ser muy limitada.

Teniendo en cuenta la reducción de las precipitaciones que prevén los escenarios climáticos regionales en las próximas décadas, y utilizando modelos disponibles de explotación de recursos hídricos, se ha evaluado la vulnerabilidad de las diferentes zonas costeras andaluzas frente a este problema.

http://www.greenpeace.es/