Ha pasado más de un año de la masacre de Gaza, de aquella ominosa operación Plomo Fundido. Poco antes, en 2006, una de las consignas sionistas más útiles para la continuación de la ocupación, la expansión territorial y la colonización israelíes de los Territorios Palestinos Ocupados, acabó eliminada de su amplio repertorio de supuestos “obstáculos” hacia la paz –siempre palestinos, por supuesto– y de cantinelas victimistas: el argumento de la necesidad de democratización y de elegir a un nuevo presidente de la Autoridad Palestina para avanzar hacia la paz, ha sido, como demuestran los acontecimientos de los últimos años, otra gran farsa. En marzo de 2006 las elecciones democráticas más limpias y supervisadas jamás celebradas en el mundo árabe dieron una masiva victoria a Hamás, a cuya lista Cambio y Reforma habían votado incluso muchos cristianos. Eliminado ese supuesto obstáculo, la ocupación continuó, se persistió en la construcción de colonias y del muro dentro de Cisjordania, con la consecuente anexión de más territorios. El siguiente “obstáculo” oficial hacia la paz fue el supuesto «no reconocimiento del Estado israelí» por Hamás, excusa que también ha quedado obsoleta, como más adelante recordaremos, y que siempre ha sido incoherente, pues ¿acaso el Estado israelí reconoce a los palestinos? Es más, ¿acaso su ideología de Estado –el sionismo–, su Gobierno y su Ejército les reconoce siquiera como seres humanos? Pero sigamos ahora el recorrido en retrospectiva, para recordar más aspectos relevantes de la política israelí para con los palestinos en los últimos años y ver por qué la paz sigue estancada. Desde la tregua unilateral que decretara Hamás en 2005, la organización palestina no realizó ningún atentado; a excepción de esporádicos lanzamientos de misiles artesanales (Qassam) desde la franja de Gaza a la zona fronteriza de Sderot y de la captura de un sol-dado israelí de ocupación en el verano de 2005. La puesta en escena de la llamada “desconexión de Gaza” quedaba a las claras como una simple maniobra de marketing mediático de cara a la “comunidad internacional” en tanto lo que en realidad se hacía era retirar unas colonias sionistas, que suponían un alto coste económico y militar en la zona más densamente poblada del planeta. Por otro lado, fue Arafat otro de los pretextos más manidos acerca de la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Infinidad de veces los sucesivos dirigentes israelíes aseguraban que era el rais palestino el único obstáculo para la paz y, no en vano, tras serias amenazas de muerte del entonces primer ministro israelí, aquél acabó muriendo en circunstancias todavía sin esclarecer. Y ya desde aproximadamente 2002¬2003, con la operación “escudo defensivo” de Sharon había finalizado en la práctica la segunda Intifada, en tanto que desaparecieron casi la totalidad de las protestas y manifestaciones civiles por el terror impuesto por los soldados israelíes, así como los atentados. Todo ello suscita algunas reflexiones acerca de cuáles vienen siendo los objetivos de los últimos gobiernos israelíes y de la ideología hegemónica en el Estado israelí, el sionismo.

El sionismo de ayer y de hoy

Afirmaba en 2002 Avraham Burg, ex dirigente político israelí, «la revolución sionista ha muerto», entendiendo por ella una especie de ideal romántico de valores democráticos y un modelo a seguir, «la luz de las naciones» indicaba. Pero aquí no partimos de esa consideración idealizada –y rotundamente falsa– de que «la revolución sionista descansaba sobre dos pilares: la sed de justicia y un equipo sometido a la moral cívica», sino de criterios históricos, basándonos en el pensamiento político sionista y en los hechos. Especialmente reveladora es la expansión militar progresiva del Estado israelí desde su creación y la colonización y ocupación del resto de territorios desde 1967. Los hechos demuestran en la práctica lo que la teoría sionista propugnaba: la obtención en propiedad exclusiva de toda la antigua Palestina, o, como la denomina la Biblia –la fuente instrumental básica sionista–, Eretz Israel (la tierra de Israel), en virtud de criterios etnicistas y pseudo racistas a la vez que religiosos (el paradigma mítico de «la tierra prometida-el pueblo elegido»). No podremos detenernos a explicar todo el significado, los orígenes y la evolución de la ideología del Estado israelí, pero sí debemos recordar sus características principales, sus fundamentos, pues estas han determinado –y siguen haciéndolo en buena medida–, la suerte del pueblo palestino y el devenir del conflicto árabe-israelí en general. En pocas palabras, el sionismo es una ideología que surge en las postrimerías del siglo XIX en el contexto de efervescencia nacionalista europea, influido por ella, y cuyos impulsores –todos centroeuropeos– instrumentalizarían el judaísmo y el eslogan bíblico de «la tierra prometida – el pueblo elegido» con una finalidad política: conseguir la propiedad completa de toda la tierra palestina, entre el río Jordán y el Mediterráneo, como mínimo. Se trata de un movimiento que tendría en sus orígenes, y mantendría durante el siglo XX, tres sellos fundamentales: el (ultra)nacionalismo, el racismo (aunque quizá sea más riguroso llamarlo etnicismo y etnocracia del Estado sionista) y el colonialismo. Hay infinidad de citas representativas e ilustrativas en ese sentido, pero recurriremos a una célebre, de las más conocidas del padre fundador del Estado israelí, Ben Gurion:

“Un Estado judío en una parte de Palestina no es un final, sino un principio. La creación de ese Estado judío servirá como medio a nuestros esfuerzos históricos de redimir el país en su totalidad. Traeremos al país cuantos judíos pueda contener; construiremos una economía judía sólida. Organizaremos una fuerza de defensa sofisticada, un ejército de élite. No tengo ninguna duda de que nuestro ejército será uno de los mejores del mundo. Y también estoy seguro de que nada nos impedirá asentarnos en todo el resto del país, ya sea por medio del entendimiento mutuo y el acuerdo con nuestros vecinos árabes o por cualquier otro medio”. Ben Gurion en 1935

Ahora la cuestión es: ¿Existen sustanciales diferencias entre el objetivo de los sionistas del siglo pasado («la creación del Estado judío […] como medio [… ] de redimir el país en su totalidad» instalándose «en todo el resto de la región […] por cualquier medio») y los de ahora? La respuesta se antojaría demasiado fácil y contundente si atendemos a los hechos sobre el terreno o si observamos una secuencia de mapas del territorio entre 1947 y 2010, donde vemos que del 100% del territorio palestino, a dividir según la resolución 181 de 27 noviembre de 1947 entre los sionistas recién inmigrados de Centroeuropa y la población autóctona palestina, el 82% se ha convertido en parte del Estado israelí a base de expansiones y guerras, y el 18 % restante está ocupado y colonizado.6 No obstante, convendría recordar cuáles son los objetivos oficiales israelíes, en términos de política estatal y también de la sociedad israelí en general.

Antes, durante y después de las elecciones palestinas de 2006, sería Hamás quien diera progresivos pasos pragmáticos hacia una realpolitik en las relaciones con el ocupante

Los objetivos actuales de Israel

En esencia, el principal objetivo estratégico oficial del Estado de Israel en la actualidad es el de la supervivencia como Estado, obtener el reconocimiento de sus vecinos como Estado con unas fronteras seguras y el mantenimiento de su carácter judío. No cabe duda de la intención de mantener a toda costa el carácter judío de toda su población: no en vano niegan el derecho al retorno de los refugiados palestinos y aplican un estricto régimen de apar¬theid con sus ciudadanos no judíos. Sin embargo, en la actualidad esa idea de “supervivencia” en virtud de la supuesta existencia de peligrosos enemigos potenciales carece de fundamento por cuatro motivos: 1. Es precisamente el Estado israelí el único de la zona con armamento nuclear y con un gran ejército, mientras que los palestinos, sin ejército, apenas tienen armamento entre sus grupos de resistencia. 2. Tiene Israel el apoyo internacional y la sobreprotección de la única superpotencia políti¬ca, económica y militar del mundo, EE UU, junto a un reconocimiento internacional con¬solidado, mientras que la población palestina ni siquiera goza de Estado propio y vive una situación de pobreza extrema por el bloqueo económico impuesto por la comunidad internacional tras la limpia victoria del partido político y de resistencia Hamás en las últimas elecciones democráticas. 3. Respecto al «reconocimiento como Estado con unas fronteras seguras» demandado por Israel respecto de los países árabes de la región, sólo Líbano y Siria, y por motivos evi-dentes (litigios territoriales y bombardeo masivo en 2006 y ocupación de los Altos del Golán), no lo han reconocido aún formalmente, aunque en la actualidad se supone que hay negociaciones de paz entre esos países. Lo más importante es que Egipto, potencia regional, es uno de los principales aliados de los israelíes, además del régimen jordano. 4. Los palestinos se limitan a reclamar una pequeñísima porción de territorio de la Palestina histórica, y que se reconozca la “limpieza étnica” (que ellos llaman Nakba [tragedia]), que las fuerzas sionistas perpetraron en 1947, antes y después de la partición. Ello, además, en el marco jurídico internacional, en virtud a las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y de la Carta de los Derechos Humanos, y no basándose en fuentes míticas ni en paradigmas de exclusividad divina, como hiciera y sigue hacien¬do el sionismo. Un extracto de las declaraciones en 2004 de Shulamit Aloni, la que fuera miembro de la Knesset en los años noventa, puede sintetizar lo que decimos: Estamos en paz con Egipto y con Jordania. Siria quiere la paz y está fuera de juego. Iraq no es una amenaza e Irán es un problema de la comunidad internacional… Desde hace treinta y siete años la paranoia judía se apacigua mediante un lavado de cerebro. Se nos dice que nos quieren exterminar… ¿Y acaso los palestinos nos van a echar al mar? La guerra actual no es una guerra de supervivencia sino una guerra colonial.7 En la misma línea se expresaba el sargento primero en la reserva Assar Ofron en una «Carta abierta a los judíos estadounidenses y a los amigos de Israel en todo el mundo», de la que extraemos este revelador extracto y del que toma nombre el presente artículo: Hemos creado una realidad completamente imaginaria en la que los verdaderos seres huma-nos, miembros de una nación de amos y señores pueden moverse e instalarse libremente y sin peligro, mientras los infrahumanos, de la nación de esclavos, son arrinconados, ocultados y controlados por nuestras IDF… Pero ¿qué pasa con la amenaza a nuestra existencia?, podréis preguntarme. En este punto yo os pregunto a vosotros: ¿No tenéis ojos? ¿No veis nuestros tanques avanzando a diario por las calles palestinas? ¿No veis nuestros helicópte¬ros merodeando sobre los barrios, eligiendo a qué ventana tirar un misil? ¿A qué clase de necesidad de seguridad estamos respondiendo pisoteando de este modo a los palestinos?8 En efecto, si en 1988, después de 40 años de la partición del territorio y de dos grandes procesos de expansión territorial sionista, fue la OLP quien cumplió con la demanda israelí internacional de reconocer su Estado; antes, durante y después de las elecciones palesti¬nas de 2006, sería el partido vencedor, Hamás, quien diera progresivos pasos pragmáticos hacia una realpolitik en las relaciones con el ocupante. Incluso años antes de las elecciones hay muchas declaraciones oficiales y manifesta-ciones públicas de verdaderos líderes de Hamás en ese sentido, reconociendo la viabilidad de los dos Estados siempre que el ejército israelí se retirase de los Territorios Ocupados en 1967, es decir, tras la línea verde. Sin embargo –y no por casualidad–, sería tenida más en consideración cualquier soflama incendiaria de algún desesperado militante-supuestamen¬te “famoso” que tras bombardeos y asesinatos selectivos se verían con los días contados.9 Sobre todo, tras la victoria electoral de 2006, el buró político del grupo adopta mayoritaria-mente un discurso oficial mucho más moderado y cauteloso y en numerosas ocasiones acepta, tanto explícita como implícitamente, la existencia de un Estado israelí en las fronte¬ras de 1949,10 es decir, las de la llamada “línea verde”, que es la única reconocida oficial¬mente por la Comunidad Internacional y la que se exige en la famosa resolución 242. Con los hechos explicados, los presuntos objetivos israelíes de “supervivencia” y de ser reconocidos quedan, en el mejor de los casos posibles, susceptibles de ser puestos en duda. Conclusiones Nuestra conclusión es clara y evidente: el objetivo primario sionista de «redimir el país en su totalidad mediante cualquier medio» no ha variado un ápice desde su formulación a fina¬les del siglo XIX y su reelaboración por distintos pensadores y pioneros del Estado israelí. Lo único que ha variado ha sido el medio de conseguir ese objetivo en virtud de las parti¬culares circunstancias de cada momento, dependiendo de la relación de fuerzas de los acto¬res y de otros condicionantes internacionales. Así, si en 1949 el Estado israelí aprovechó la primera guerra árabe-israelí para su segunda expansión militar –la primera se dio con la lim¬pieza étnica y la partición–, hasta 1967 no se da otro paso crucial hacia ese objetivo, con la anexión de todos los territorios palestinos restantes, Gaza y Cisjordania. Los hechos demuestran cómo ese objetivo de conseguir un Estado israelí etnocrático (exclusivo para judíos), en toda la antigua Palestina (en unas fronteras –recordemos– vagamente definidas y ni siquiera consensuadas por todos los sionistas) sigue vigente, pero se mantiene condi¬cionado por algunos factores actuales, como la manifiesta voluntad del actual presidente norteamericano, Barak Obama, de terminar con el conflicto, la resistencia palestina enca¬bezada por el movimiento fundamentalista Hamás, o por la evidente repercusión mediática internacional que conlleva cualquier movimiento drástico en la región. El objetivo primario sionista de «redimir el país en su totalidad mediante cualquier medio» no ha variado un ápice desde su formulación a finales del siglo XIX Por otra parte, hay un consenso en toda la clase política en cuanto al “dilema demográ-fico”: los políticos israelíes se preocupan seriamente de la exclusividad “judía” de su Estado, en virtud de un miedo infundado, pero operativo, al fin y al cabo (el de que los palestinos los van a exterminar) y también en base a unos delirios racistas (a pesar de que el judaísmo no sea una raza como pretenden los sionistas) propios de otra época. Para la clase di
rigente sionista, la proporción de palestinos (refugiados internos de 1948) que quedan en su Estado debe ser nula o, en el peor de los casos para ella, la menor posible. Están obsesionados con que ese 20% de palestinos no aumente e incluso con eliminarlo con la vieja fórmula del transfer, eufemismo de “expulsión”.11 La “realidad imaginaria” del sionismo En la sociedad israelí en general hay una huida hacia delante por la que casi nadie quiere saber la realidad de los Territorios Ocupados, «no se quiere ver» como diría Shulamit Aloni: «como les pasaba a los alemanes, entre nosotros pasa lo mismo, la gente no sabe y no quiere saber». En realidad la mayoría de la sociedad israelí prefiere seguir imaginando otra realidad, aquella «realidad imaginaria» a la que se refería el militar Assar Ofron. Se trata, en nuestra opinión, de una percepción de la realidad autosugestionada, elaborada acorde con sus necesidades inconscientes de justificación de lo injustificable y que, en el fondo, estruc¬tura y mantiene la férrea identidad colectiva israelí sionista. Ello tiene su lógica porque ese ver y saber implicaría, desde la más mínima ética, reconocer al palestino en primer lugar como ser humano, y luego, además, como víctima, lo que obligaría al israelí sionista a dejar de patrimonializar su “privilegiado” estatus de víctima. Esta es una de las principales claves para la paz, algo muy complejo y difícil, que sólo se conseguirá a medio-largo plazo, en tanto los instrumentos estatales de perpetuación de esa “realidad imaginaria” continúen implaca¬bles aplicando la anestesia oficial en el imaginario colectivo israelí. Me refiero a los medios de comunicación y al sistema educativo que mayoritariamente ha inculcado a la sociedad israelí el miedo al Otro, el odio a lo árabe-especialmente a lo palestino a partir de 1987, cuando se levanta en la primera Intifada, y que rememora una y otra vez la Shoa (el Holocausto). Así es como las generaciones de israelíes educadas en revivir los traumas his¬tóricos de las persecuciones, en el victimismo, o en términos religiosos tales como el para¬digma de «la tierra prometida-el pueblo elegido», son capaces de ver una «lucha por su seguridad» en una masacre de más de 1.400 seres humanos y cómo, del mismo modo, se autoconvencen una y otra vez de que Palestina les pertenece, bien porque lo dice la Torah, bien porque “se lo merecen”. Esa “realidad imaginaria” del sionismo, que comenzara a fines del siglo XIX con el mito de que Palestina era «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», es el verdadero “escu-do defensivo” en que –a veces inconscientemente– se ampara la mayoría de la sociedad israelí que es incapaz de reconocer el sufrimiento ajeno. Aquí encontramos una de las prin¬cipales claves hacía la paz, la que reside en la sociedad israelí. En buena medida, la paz dependerá del camino que siga la sociedad, de la superación de una ideología –el sionis¬mo– incompatible con la paz, y para ello deberá, tarde o temprano, reconocer al pueblo palestino y el daño que le ha infligido durante décadas. En este sentido, y para concluir, con¬sideramos oportuno incluir una reflexión clave en nuestra opinión, y muy ilustrativa de cuan¬to apuntamos, en este caso del historiador judío israelí Ilan Pappe: A los israelíes les resulta profundamente perturbador reconocer a los palestinos como vícti¬mas de acciones israelíes (ya que) supone hacer frente a la injusticia histórica de la que se acusa a Israel como autor de la limpieza étnica de Palestina en 1948, este reconocimiento obliga a cuestionar los mitos fundacionales del Estado de Israel… Esto es algo que tendría implicaciones políticas a escala internacional; pero también repercusiones morales y existen¬ciales para la psique judía […] los judíos [israelíes, quiere decir] tendrían que reconocer que se han convertido en la imagen especular de su peor pesadilla.

Ha pasado más de un año de la masacre de Gaza, de aquella ominosa operación Plomo Fundido. Poco antes, en 2006, una de las consignas sionistas más útiles para la continuación de la ocupación, la expansión territorial y la colonización israelíes de los Territorios Palestinos Ocupados, acabó eliminada de su amplio repertorio de supuestos “obstáculos” hacia la paz –siempre palestinos, por supuesto– y de cantinelas victimistas: el argumento de la necesidad de democratización y de elegir a un nuevo presidente de la Autoridad Palestina para avanzar hacia la paz, ha sido, como demuestran los acontecimientos de los últimos años, otra gran farsa. En marzo de 2006 las elecciones democráticas más limpias y supervisadas jamás celebradas en el mundo árabe dieron una masiva victoria a Hamás, a cuya lista Cambio y Reforma habían votado incluso muchos cristianos. Eliminado ese supuesto obstáculo, la ocupación continuó, se persistió en la construcción de colonias y del muro dentro de Cisjordania, con la consecuente anexión de más territorios. El siguiente “obstáculo” oficial hacia la paz fue el supuesto «no reconocimiento del Estado israelí» por Hamás, excusa que también ha quedado obsoleta, como más adelante recordaremos, y que siempre ha sido incoherente, pues ¿acaso el Estado israelí reconoce a los palestinos? Es más, ¿acaso su ideología de Estado –el sionismo–, su Gobierno y su Ejército les reconoce siquiera como seres humanos? Pero sigamos ahora el recorrido en retrospectiva, para recordar más aspectos relevantes de la política israelí para con los palestinos en los últimos años y ver por qué la paz sigue estancada. Desde la tregua unilateral que decretara Hamás en 2005, la organización palestina no realizó ningún atentado; a excepción de esporádicos lanzamientos de misiles artesanales (Qassam) desde la franja de Gaza a la zona fronteriza de Sderot y de la captura de un sol-dado israelí de ocupación en el verano de 2005. La puesta en escena de la llamada “desconexión de Gaza” quedaba a las claras como una simple maniobra de marketing mediático de cara a la “comunidad internacional” en tanto lo que en realidad se hacía era retirar unas colonias sionistas, que suponían un alto coste económico y militar en la zona más densamente poblada del planeta. Por otro lado, fue Arafat otro de los pretextos más manidos acerca de la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Infinidad de veces los sucesivos dirigentes israelíes aseguraban que era el rais palestino el único obstáculo para la paz y, no en vano, tras serias amenazas de muerte del entonces primer ministro israelí, aquél acabó muriendo en circunstancias todavía sin esclarecer. Y ya desde aproximadamente 2002¬2003, con la operación “escudo defensivo” de Sharon había finalizado en la práctica la segunda Intifada, en tanto que desaparecieron casi la totalidad de las protestas y manifestaciones civiles por el terror impuesto por los soldados israelíes, así como los atentados. Todo ello suscita algunas reflexiones acerca de cuáles vienen siendo los objetivos de los últimos gobiernos israelíes y de la ideología hegemónica en el Estado israelí, el sionismo.

El sionismo de ayer y de hoy

Afirmaba en 2002 Avraham Burg, ex dirigente político israelí, «la revolución sionista ha muerto», entendiendo por ella una especie de ideal romántico de valores democráticos y un modelo a seguir, «la luz de las naciones» indicaba. Pero aquí no partimos de esa consideración idealizada –y rotundamente falsa– de que «la revolución sionista descansaba sobre dos pilares: la sed de justicia y un equipo sometido a la moral cívica», sino de criterios históricos, basándonos en el pensamiento político sionista y en los hechos. Especialmente reveladora es la expansión militar progresiva del Estado israelí desde su creación y la colonización y ocupación del resto de territorios desde 1967. Los hechos demuestran en la práctica lo que la teoría sionista propugnaba: la obtención en propiedad exclusiva de toda la antigua Palestina, o, como la denomina la Biblia –la fuente instrumental básica sionista–, Eretz Israel (la tierra de Israel), en virtud de criterios etnicistas y pseudo racistas a la vez que religiosos (el paradigma mítico de «la tierra prometida-el pueblo elegido»). No podremos detenernos a explicar todo el significado, los orígenes y la evolución de la ideología del Estado israelí, pero sí debemos recordar sus características principales, sus fundamentos, pues estas han determinado –y siguen haciéndolo en buena medida–, la suerte del pueblo palestino y el devenir del conflicto árabe-israelí en general. En pocas palabras, el sionismo es una ideología que surge en las postrimerías del siglo XIX en el contexto de efervescencia nacionalista europea, influido por ella, y cuyos impulsores –todos centroeuropeos– instrumentalizarían el judaísmo y el eslogan bíblico de «la tierra prometida – el pueblo elegido» con una finalidad política: conseguir la propiedad completa de toda la tierra palestina, entre el río Jordán y el Mediterráneo, como mínimo. Se trata de un movimiento que tendría en sus orígenes, y mantendría durante el siglo XX, tres sellos fundamentales: el (ultra)nacionalismo, el racismo (aunque quizá sea más riguroso llamarlo etnicismo y etnocracia del Estado sionista) y el colonialismo. Hay infinidad de citas representativas e ilustrativas en ese sentido, pero recurriremos a una célebre, de las más conocidas del padre fundador del Estado israelí, Ben Gurion:

“Un Estado judío en una parte de Palestina no es un final, sino un principio. La creación de ese Estado judío servirá como medio a nuestros esfuerzos históricos de redimir el país en su totalidad. Traeremos al país cuantos judíos pueda contener; construiremos una economía judía sólida. Organizaremos una fuerza de defensa sofisticada, un ejército de élite. No tengo ninguna duda de que nuestro ejército será uno de los mejores del mundo. Y también estoy seguro de que nada nos impedirá asentarnos en todo el resto del país, ya sea por medio del entendimiento mutuo y el acuerdo con nuestros vecinos árabes o por cualquier otro medio”. Ben Gurion en 1935

Ahora la cuestión es: ¿Existen sustanciales diferencias entre el objetivo de los sionistas del siglo pasado («la creación del Estado judío […] como medio [… ] de redimir el país en su totalidad» instalándose «en todo el resto de la región […] por cualquier medio») y los de ahora? La respuesta se antojaría demasiado fácil y contundente si atendemos a los hechos sobre el terreno o si observamos una secuencia de mapas del territorio entre 1947 y 2010, donde vemos que del 100% del territorio palestino, a dividir según la resolución 181 de 27 noviembre de 1947 entre los sionistas recién inmigrados de Centroeuropa y la población autóctona palestina, el 82% se ha convertido en parte del Estado israelí a base de expansiones y guerras, y el 18 % restante está ocupado y colonizado.6 No obstante, convendría recordar cuáles son los objetivos oficiales israelíes, en términos de política estatal y también de la sociedad israelí en general.

Antes, durante y después de las elecciones palestinas de 2006, sería Hamás quien diera progresivos pasos pragmáticos hacia una realpolitik en las relaciones con el ocupante

Los objetivos actuales de Israel

En esencia, el principal objetivo estratégico oficial del Estado de Israel en la actualidad es el de la supervivencia como Estado, obtener el reconocimiento de sus vecinos como Estado con unas fronteras seguras y el mantenimiento de su carácter judío. No cabe duda de la intención de mantener a toda costa el carácter judío de toda su población: no en vano niegan el derecho al retorno de los refugiados palestinos y aplican un estricto régimen de apar¬theid con sus ciudadanos no judíos. Sin embargo, en la actualidad esa idea de “supervivencia” en virtud de la supuesta existencia de peligrosos enemigos potenciales carece de fundamento por cuatro motivos:

  1. Es precisamente el Estado israelí el único de la zona con armamento nuclear y con un gran ejército, mientras que los palestinos, sin ejército, apenas tienen armamento entre sus grupos de resistencia.
  2. Tiene Israel el apoyo internacional y la sobreprotección de la única superpotencia políti¬ca, económica y militar del mundo, EE UU, junto a un reconocimiento internacional con¬solidado, mientras que la población palestina ni siquiera goza de Estado propio y vive una situación de pobreza extrema por el bloqueo económico impuesto por la comunidad internacional tras la limpia victoria del partido político y de resistencia Hamás en las últimas elecciones democráticas.
  3. Respecto al «reconocimiento como Estado con unas fronteras seguras» demandado por Israel respecto de los países árabes de la región, sólo Líbano y Siria, y por motivos evi-dentes (litigios territoriales y bombardeo masivo en 2006 y ocupación de los Altos del Golán), no lo han reconocido aún formalmente, aunque en la actualidad se supone que hay negociaciones de paz entre esos países. Lo más importante es que Egipto, potencia regional, es uno de los principales aliados de los israelíes, además del régimen jordano.
  4. Los palestinos se limitan a reclamar una pequeñísima porción de territorio de la Palestina histórica, y que se reconozca la “limpieza étnica” (que ellos llaman Nakba [tragedia]), que las fuerzas sionistas perpetraron en 1947, antes y después de la partición. Ello, además, en el marco jurídico internacional, en virtud a las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y de la Carta de los Derechos Humanos, y no basándose en fuentes míticas ni en paradigmas de exclusividad divina, como hiciera y sigue hacien¬do el sionismo.

Un extracto de las declaraciones en 2004 de Shulamit Aloni, la que fuera miembro de la Knesset en los años noventa, puede sintetizar lo que decimos:

Estamos en paz con Egipto y con Jordania. Siria quiere la paz y está fuera de juego. Iraq no es una amenaza e Irán es un problema de la comunidad internacional… Desde hace treinta y siete años la paranoia judía se apacigua mediante un lavado de cerebro. Se nos dice que nos quieren exterminar… ¿Y acaso los palestinos nos van a echar al mar? La guerra actual no es una guerra de supervivencia sino una guerra colonial.

En la misma línea se expresaba el sargento primero en la reserva Assar Ofron en una «Carta abierta a los judíos estadounidenses y a los amigos de Israel en todo el mundo», de la que extraemos este revelador extracto y del que toma nombre el presente artículo:

Hemos creado una realidad completamente imaginaria en la que los verdaderos seres huma-nos, miembros de una nación de amos y señores pueden moverse e instalarse libremente y sin peligro, mientras los infrahumanos, de la nación de esclavos, son arrinconados, ocultados y controlados por nuestras IDF… Pero ¿qué pasa con la amenaza a nuestra existencia?, podréis preguntarme. En este punto yo os pregunto a vosotros: ¿No tenéis ojos? ¿No veis nuestros tanques avanzando a diario por las calles palestinas? ¿No veis nuestros helicópte¬ros merodeando sobre los barrios, eligiendo a qué ventana tirar un misil? ¿A qué clase de necesidad de seguridad estamos respondiendo pisoteando de este modo a los palestinos?

En efecto, si en 1988, después de 40 años de la partición del territorio y de dos grandes procesos de expansión territorial sionista, fue la OLP quien cumplió con la demanda israelí internacional de reconocer su Estado; antes, durante y después de las elecciones palesti¬nas de 2006, sería el partido vencedor, Hamás, quien diera progresivos pasos pragmáticos hacia una realpolitik en las relaciones con el ocupante. Incluso años antes de las elecciones hay muchas declaraciones oficiales y manifesta-ciones públicas de verdaderos líderes de Hamás en ese sentido, reconociendo la viabilidad de los dos Estados siempre que el ejército israelí se retirase de los Territorios Ocupados en 1967, es decir, tras la línea verde. Sin embargo –y no por casualidad–, sería tenida más en consideración cualquier soflama incendiaria de algún desesperado militante-supuestamen¬te “famoso” que tras bombardeos y asesinatos selectivos se verían con los días contados.9 Sobre todo, tras la victoria electoral de 2006, el buró político del grupo adopta mayoritaria-mente un discurso oficial mucho más moderado y cauteloso y en numerosas ocasiones acepta, tanto explícita como implícitamente, la existencia de un Estado israelí en las fronte¬ras de 1949,10 es decir, las de la llamada “línea verde”, que es la única reconocida oficial¬mente por la Comunidad Internacional y la que se exige en la famosa resolución 242. Con los hechos explicados, los presuntos objetivos israelíes de “supervivencia” y de ser reconocidos quedan, en el mejor de los casos posibles, susceptibles de ser puestos en duda. Conclusiones Nuestra conclusión es clara y evidente: el objetivo primario sionista de «redimir el país en su totalidad mediante cualquier medio» no ha variado un ápice desde su formulación a fina¬les del siglo XIX y su reelaboración por distintos pensadores y pioneros del Estado israelí. Lo único que ha variado ha sido el medio de conseguir ese objetivo en virtud de las parti¬culares circunstancias de cada momento, dependiendo de la relación de fuerzas de los acto¬res y de otros condicionantes internacionales. Así, si en 1949 el Estado israelí aprovechó la primera guerra árabe-israelí para su segunda expansión militar –la primera se dio con la lim¬pieza étnica y la partición–, hasta 1967 no se da otro paso crucial hacia ese objetivo, con la anexión de todos los territorios palestinos restantes, Gaza y Cisjordania. Los hechos demuestran cómo ese objetivo de conseguir un Estado israelí etnocrático (exclusivo para judíos), en toda la antigua Palestina (en unas fronteras –recordemos– vagamente definidas y ni siquiera consensuadas por todos los sionistas) sigue vigente, pero se mantiene condi¬cionado por algunos factores actuales, como la manifiesta voluntad del actual presidente norteamericano, Barak Obama, de terminar con el conflicto, la resistencia palestina enca¬bezada por el movimiento fundamentalista Hamás, o por la evidente repercusión mediática internacional que conlleva cualquier movimiento drástico en la región. El objetivo primario sionista de «redimir el país en su totalidad mediante cualquier medio» no ha variado un ápice desde su formulación a finales del siglo XIX Por otra parte, hay un consenso en toda la clase política en cuanto al “dilema demográ-fico”: los políticos israelíes se preocupan seriamente de la exclusividad “judía” de su Estado, en virtud de un miedo infundado, pero operativo, al fin y al cabo (el de que los palestinos los van a exterminar) y también en base a unos delirios racistas (a pesar de que el judaísmo no sea una raza como pretenden los sionistas) propios de otra época. Para la clase dirigente sionista, la proporción de palestinos (refugiados internos de 1948) que quedan en su Estado debe ser nula o, en el peor de los casos para ella, la menor posible. Están obsesionados con que ese 20% de palestinos no aumente e incluso con eliminarlo con la vieja fórmula del transfer, eufemismo de “expulsión”.11 La “realidad imaginaria” del sionismo En la sociedad israelí en general hay una huida hacia delante por la que casi nadie quiere saber la realidad de los Territorios Ocupados, «no se quiere ver» como diría Shulamit Aloni: «como les pasaba a los alemanes, entre nosotros pasa lo mismo, la gente no sabe y no quiere saber». En realidad la mayoría de la sociedad israelí prefiere seguir imaginando otra realidad, aquella «realidad imaginaria» a la que se refería el militar Assar Ofron. Se trata, en nuestra opinión, de una percepción de la realidad autosugestionada, elaborada acorde con sus necesidades inconscientes de justificación de lo injustificable y que, en el fondo, estruc¬tura y mantiene la férrea identidad colectiva israelí sionista. Ello tiene su lógica porque ese ver y saber implicaría, desde la más mínima ética, reconocer al palestino en primer lugar como ser humano, y luego, además, como víctima, lo que obligaría al israelí sionista a dejar de patrimonializar su “privilegiado” estatus de víctima. Esta es una de las principales claves para la paz, algo muy complejo y difícil, que sólo se conseguirá a medio-largo plazo, en tanto los instrumentos estatales de perpetuación de esa “realidad imaginaria” continúen implaca¬bles aplicando la anestesia oficial en el imaginario colectivo israelí. Me refiero a los medios de comunicación y al sistema educativo que mayoritariamente ha inculcado a la sociedad israelí el miedo al Otro, el odio a lo árabe-especialmente a lo palestino a partir de 1987, cuando se levanta en la primera Intifada, y que rememora una y otra vez la Shoa (el Holocausto). Así es como las generaciones de israelíes educadas en revivir los traumas his¬tóricos de las persecuciones, en el victimismo, o en términos religiosos tales como el para¬digma de «la tierra prometida-el pueblo elegido», son capaces de ver una «lucha por su seguridad» en una masacre de más de 1.400 seres humanos y cómo, del mismo modo, se autoconvencen una y otra vez de que Palestina les pertenece, bien porque lo dice la Torah, bien porque “se lo merecen”. Esa “realidad imaginaria” del sionismo, que comenzara a fines del siglo XIX con el mito de que Palestina era «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», es el verdadero “escu-do defensivo” en que –a veces inconscientemente– se ampara la mayoría de la sociedad israelí que es incapaz de reconocer el sufrimiento ajeno. Aquí encontramos una de las prin¬cipales claves hacía la paz, la que reside en la sociedad israelí. En buena medida, la paz dependerá del camino que siga la sociedad, de la superación de una ideología –el sionis¬mo– incompatible con la paz, y para ello deberá, tarde o temprano, reconocer al pueblo palestino y el daño que le ha infligido durante décadas. En este sentido, y para concluir, con¬sideramos oportuno incluir una reflexión clave en nuestra opinión, y muy ilustrativa de cuan¬to apuntamos, en este caso del historiador judío israelí Ilan Pappe: A los israelíes les resulta profundamente perturbador reconocer a los palestinos como vícti¬mas de acciones israelíes (ya que) supone hacer frente a la injusticia histórica de la que se acusa a Israel como autor de la limpieza étnica de Palestina en 1948, este reconocimiento obliga a cuestionar los mitos fundacionales del Estado de Israel… Esto es algo que tendría implicaciones políticas a escala internacional; pero también repercusiones morales y existen¬ciales para la psique judía […] los judíos [israelíes, quiere decir] tendrían que reconocer que se han convertido en la imagen especular de su peor pesadilla.

 

Antonio Basallote