Sentía una gran opresión en su pecho, pero ni siquiera le estaba permitido llorar.

Escribir  o pensar ¡Ay mujer! eso es inútil, ¿es que no lo ves?

Tienes una casa y unos hijos, ¿qué más quieres? ¿Pero qué es lo que quieres aprender? ¿Y ahora que es lo que te pasa? ¡Si no te falta de nada! ¿De qué te sirve escribir? ¡Anda, déjate de tonterías y prepárame un té!

Y así, Aurora  aquel día recordaba una vida llena de poesías enterradas, de historias ocultas, de grandes silencios, de palabras no dichas escritas en un viejo y sucio papel entre las ollas y guisos de aquella inseparable y fiel amiga “la cocina”.

Todo estaba en su mente, escritos que llevaba impresos en cada pliegue de su piel inventados en los escasos minutos de descanso que tenía, mientras le preparaba a su marido, aquel insistente requerido té.

Ahora puedo leer sus quejas, las de Aurora o las de una Katherine Mansfield reprochándole a su marido: Estoy escribiendo pero tú gritas: Son las cinco, ¿dónde está mi té? O el dulce lamento de una cubana del siglo pasado que no firmó sus obras: ¡Cuántas veces lentamente con plácida inspiración, formé una octava en mi mente, y mi aguja inteligente, remendaba un pantalón!

Aurora se levanto de la vieja silla cómplice durante toda su vida de una casi olvidada ilusión y a duras penas cogió sus gruesas gafas y un pequeño lápiz junto a una hoja de papel que su nieto Albertino, sobre el estante de aquella rancia cocina le dejo, y con su mano ya por fin decidida y sin miedo escribió: “Erase una vez mi aguja, el té y yo…”

María del Carmen Aranda es escritora y autora del blog mariadelcarmenaranda.blogspot.com