Igual que ocurre con la ropa, que con el paso del tiempo queda desfasada, las catástrofes más difíciles de asimilar llegan, nos golpean y se olvidan, como una suerte de amnesia colectiva que recubre a la sociedad.
El pasado 24 de abril, Dacca, capital de Bangladesh, sufría uno de los mayores siniestros en lo que va de siglo. El derrumbe de una ruinosa fábrica textil, dedicada a la confección de prendas para grandes firmas internacionales, dejaba un balance de 922 muertos, donde ya en 2006 la caída de otro edificio mataba a 61 personas.
Pero como en toda catástrofe, los coletazos de las consecuencias se sienten aunque los años pasen por encima. Y el dolor de las víctimas se hace inmune a la amnesia.