Al margen de esas licencias, que como autor de novela histórica disculpo a favor de un relato argumental bien construido, entre los anacronismos que presenta la cinta están muchas mentalidades de sus protagonistas, más propias del siglo XXI que del XII. Sin embargo, sus reflexiones nos son de lo más útil en estos días de carnicería en Gaza.

Ha cambiado la tecnología militar y el nombre de los contendientes, pero la situación de odio, guerra y muerte es comparable hoy y entonces, como lo era antes incluso, cuando los romanos saquearon y destruyeron el Templo de Jerusalén. No hay región del mundo que a lo largo de los siglos se haya librado de esa obsesión humana que es la guerra, pero en ningún otro lugar ha arraigado la violencia con un carácter tan endémico y permanente como en lo que se conoce como Tierra Santa. Paradojas del ser humano.

El último episodio de enfrentamiento comienza con el secuestro y asesinato de tres jóvenes judíos inocentes, y continúa con una reacción tan injusta como desproporcionada por parte de uno de los ejércitos mejor armados del mundo. En lugar de perseguir a los culpables de un cruel crimen con todo el peso de la ley, Israel ha optado por el ojo por ojo, destruyendo las viviendas de los civiles, masacrando a todo un pueblo y segando la vida de más niños inocentes, en este caso palestinos, como los cuatro que fueron bombardeados mientras jugaban en la playa.

¿Pero qué alimenta todo esto?

El odio.

Dos pueblos que se odian. En una región tan árida como densamente poblada, la lucha por un hábitat hace que judíos y árabes sean incapaces de convivir. Alá y Yahveh son la excusa, como en las Cruzadas lo fueron Alá y Cristo. De hecho, el moderno estado de Israel es el heredero de aquellos ocupantes cristianos que hoy mantienen su presencia en la zona a través de un aliado con el que viejos holocaustos habían generado deudas, deudas que se saldaron dándoles unas tierras que quitaron para ello a los musulmanes. Con la ayuda de occidente y el espíritu trabajador y emprendedor del pueblo judío, Israel ha prosperado hasta el punto de que hoy en día cualquier enfrentamiento resulta grotesco por lo desigual de las fuerzas.

Sin tenerlo en cuenta, Israel se ha lanzado a una guerra que no puede ganar, a menos que extermine para siempre a los palestinos, ya que éstos jamás aceptarán la sumisión al pueblo judío. Es más, esta intolerable matanza es el mejor regalo que Tel Aviv puede hacer a Hamás, una organización fundamentalista que desprecia todo lo que se desvíe de la ortodoxia islámica y que no duda en recurrir al terrorismo para obtener sus intereses. Acaso no es curioso que en Cisjordania, donde los palestinos no son gobernados por Hamás, no haya bombardeos. Habrá quien diga que el Gobierno de Cisjordania está arrodillado ante Israel, y no le faltará parte de razón. Es más, el pueblo palestino votó mayoritariamente a Hamás, gracias al hambre de venganza que las atrocidades de Israel han ido abriendo con los años, pero no es menos ciertos que regímenes moderados como el de Al Fatah resultan más favorables para el entendimiento y la paz que el fundamentalismo de Hamás, ejemplo de cómo la religión puede ser el vehículo para la intolerancia.

Una vez más en la historia, la religión deja como legado miles de muertos, pero sería miope e injusto señalar a la fe como culpable. La fe es el medio de algunos para anular la racionalidad del hombre y conseguir que los fanáticos se entreguen a los desmanes. Pero en el fondo, detrás de todo esto están el innato odio humano y los intereses económicos.

Aunque el odio brote por igual en ambos bandos, resulta ofensivo mostrarse equidistante cuando las bajas de uno y otro pueblo son tan desiguales. El estado de Israel asesina inocentes y Hamás es una organización terrorista que se alimenta del deseo de venganza de los palestinos para consolidar un régimen islamista radical en la franja de Gaza. Las víctimas, como siempre, los civiles. Pero pensar en unos como mártires y en otros como demonios conlleva un terrible error de simplismo.

¿Cómo es posible, si no, que los mismos judíos que tan buenos eran cuando los gaseaban los nazis sean ahora tan malvados? ¿Qué les ha pasado? ¿No podrá ocurrir que con el tiempo los indefensos palestinos se vuelvan poderosos, como le ha acabado acaeciendo al pueblo de Sión, y entonces puedan cobrarse todas las afrentas con una brutal venganza sobre los hebreos? Estados Unidos no dominará el mundo eternamente, ningún imperio lo ha logrado, y entonces Israel habrá de defenderse en medio de un conjunto de países que lo odian y desean su destrucción. Tal vez entonces nos volvamos a solidarizar con los judíos y a echar pestes de los opresores palestinos, pero nada habrá acabado en el fondo.

La miserable raza humana, en el nombre de Dios, se matará por los siglos de los siglos.

Me pregunto qué pensará Dios de todo esto.

Desde luego, el demonio debe de estar encantado.