Por lo general lo festejaremos junto a nuestras amistades e intentaremos dejar atrás todo lo malo, para empezar llenos de buenas energías y con la esperanza de un mundo mejor, más justo, más ecológico, y sobre todo deseando que los llamados políticos fuesen los responsables de promover el desarrollo social, económico y científico, y que ese desarrollo tendiese, urgente y obligatoriamente, a lo que se ha llamado como “desarrollo sostenible”, ese desarrollo que satisface las necesidades actuales de las personas sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas.

Sería maravilloso recibir un nuevo año en el que fuera posible y deseable transitar hacia una nueva era de “prosperidad sin crecimiento”, para las generaciones presentes y futuras, donde fuese posible aprender a vivir bien y ser felices dentro de los límites ecológicos del Planeta. Y que las personas atrapadas por el círculo consumista no perdieran su propia identidad, al confundir  lo que son con lo que poseen; y no sentirse desgraciadas al no comprar el objeto o la experiencia deseada. Pero sobre todo que el consumo no fuera la manera más adecuada o inteligente de alcanzar la felicidad.

Muchos entendemos que el mundo se ha ido formando según el rumbo que le damos, y que este es un avance progresivo pero discriminatorio, ya que no todas las partes del mundo se desarrollan igual. Y es irónicamente, en estas festividades precisamente, es cuando esas desigualdades se marcan cruelmente ya que como lo expresara bien Galeano: Las órdenes de consumo, obligatorias para todos pero imposibles para la mayoría, se traducen en invitaciones al delito. Las páginas policiales de los diarios enseñan más sobre contradicciones de nuestro tiempo, que las páginas de información política y económica. Este mundo, que ofrece el banquete a todos y cierra la puerta en las narices de tantos es, al mismo tiempo, igualador y desigual: igualador en las ideas y en las costumbres que impone, y desigual en las oportunidades que brinda.

Y está claro que el consumo es algo necesario para la vida del hombre y su subsistencia. Además, una fuente generadora de empleos; pero el hecho de consumir más de lo que realmente necesitamos, con el objetivo de llenar nuestro vacíos espirituales o mantenernos a tono con el “desarrollo” y avances en la tecnología que mueven al mundo, nos ha hecho caer en el “consumismo”. Esto es debido en parte a la obsolescencia programada, un tema actual verdaderamente inquietante ya que supone la planificación consciente, por parte del fabricante de un producto, de la vida útil del mismo de manera que pierda funcionalidad, calidad o utilidad tras un periodo de tiempo determinado por motivos comerciales. Usar y tirar, se ha convertido en norma aunque, a veces, sea perjudicial para la salud o para el medioambiente. La adquisición convulsiva de las últimas novedades del mercado (ordenadores, celulares, automóviles, etc.) está estrechamente vinculada a las aspiraciones de los jóvenes que, si bien prolongan sus estudios y ven limitadas sus posibilidades de acceder al mercado laboral, han adquirido tempranamente hábitos consumistas, en virtud de los cuales ya no vinculan su incorporación a la vida productiva con su exigencia de disponer de bienes y servicios.

Toda persona consumista es, por definición, un inmaduro o inmadura, incapaz de elegir libremente al ser esclavo de unos hábitos que lo convierten en un juguete manipulado por el mercado; el cual, valiéndose de los medios de comunicación con su publicidad masiva y en la oferta hostigante y bombardeante, nos crean falsas necesidades. En donde  se valora lo caro más que lo valioso.  Y son los medios publicitarios que siempre nos sugieren ir por algo más, y mejor aún de marca reconocida, marca fina, que nos sepa distinguir y diferenciar del rebaño, sin tomar en cuenta que muchas de estas marcas son fabricadas en serie en los países del tercer mundo explotando en forma masiva a los adultos, ancianos y niños.

Lo triste de todo, y que es importante comprender, es que con el consumismo aumenta las diferencias existentes entre los países desarrollados y los países del tercer mundo, y que dentro de los propios países se acentúan gravemente las diferencias sociales entre las personas. Sumado a esto que estamos agotando las reservas naturales y aumentando la cantidad de residuos produciendo un deterioro en el medio ambiente.

En la actualidad estamos en la disyuntiva de consumir lo necesario, o enfrentarnos a un futuro lleno de incertidumbres, escasez y contaminación, de no ser capaces de encontrar alternativas para renovar o sustituir nuestras fuentes de energía y administrar los recursos naturales con total responsabilidad entendiendo que no es posible un crecimiento infinito en un mundo finito. Y que en el momento de agotar los recursos del planeta no tendríamos la opción de mudarnos a otro planeta.

Así que por lo visto apreciados amigos lectores, es imperante que muchos tendremos que tomar consciencia y aprender a diferenciar entre consumo (responsable) y consumismo. El consumismo es consumir lo innecesario, en cualquiera de sus formas, multitud de veces pensando simplemente en “puedo permitírmelo” y sin pensar en las consecuencias a nivel más global. El “puedo permitírmelo” está destrozando el planeta, pues aunque uno pueda permitirse pagar algo, el planeta no puede asumir tantos gastos.

Les deseo y anticipo lo mejor del nuevo año que muy pronto nos abrirá una nueva oportunidad y nueva esperanza a cada uno de nosotros en donde quiera que nos encontremos; y me permito expresarles un pensamiento del Papa Francisco muy acorde para las fiestas de fin de año: Hay “algo en la actitud de amor hacia el dinero que nos aleja de Dios”. Hay “muchas enfermedades, muchos pecados, pero Jesús sólo destaca esto: la avidez del dinero, de hecho es la raíz de todos los males”.

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