Por los recónditos rincones de su cerebro,
acurrucados y desnudos,
duermen en el silencio,
esperando quien los vista de palabras y colores.
Sus recuerdos.
Bendecidos por un halo
de misterioso olvido,
encogen y se disuelven,
consagrándose a mi imaginación
para conservarlos, revueltos,
deformes, agitados y confusos,
estremecidos de entrañas y besos.
Y se cobijan, a la sombra de mi vida,
como reminiscencias fugaces
y prolongadas evocaciones
queriendo florecer entre mis aguas.
Viven en el templo de mi cabeza.
Viajan conmigo,
dejando una estela de aliento inconcluso
que borra los detalles y facciones
de otro tiempo, de su tiempo, de mi tiempo.
Y les visto con mis palabras,
desde la esterilidad de mi mente,
para alumbrarles
en un doloroso parto entre la oscuridad
de este túnel eterno,
en un último esfuerzo
por vislumbrar una luz entre tanta tiniebla.
Ellos,
prefieren el limbo en el que deambulan,
la inconsistencia
de su fantasmal confusión,
el caos y el olvido, a mi memoria.
Su memoria.
Nuestra memoria.
El alzhéimer nos ha asesinado
los recuerdos, la vida
y nuestra historia.
Yo los resucito.
Y entre escombros,
les hago vivir una vida nueva
para reescribir nuestra historia
desde sus ojos, con mi mirada
y la remembranza
que mueve mis manos que tan sólo ansían
una caricia de su mente despierta.