Seguramente todos tenemos la experiencia personal de haber encontrado alguna vez a alguien que nos ha dejado una grata impresión ¡Que agradable es esta persona!… casi nos sale sin querer. Su recuerdo nos viene con suavidad, sin tensiones, dejando un mensaje de paz y armonía. Nos apetece volverla a ver, estar con ella, encontrarla y hacer que forma parte de nuestra vida.

¿Cualquiera puede hacer salir al exterior lo mejor de su interior siendo fiel a si mismo/a y a los demás, siendo sincero/a, y donde la apariencia y la realidad coinciden? ¿Alguien que  no esconda una segunda intención en las palabras ni en los gestos?  Creo que si. Hay muchas personas coherentes con lo que dicen y ofrecen,  lo que son  sin petulancia y sin imposiciones. Personas discretas, capaces  de inspirar confianza, y dar seguridad. Cualquiera descubre enseguida que puede fiarse de ellas, pues están libres de complejos y corazas, son fáciles de conocer, prontas a la escucha, al dialogo y a la sonrisa.

Cualquiera conoce a muchos/as con sentido del humor y capacidad para desdramatizar temas y situaciones, con perspicacia  e ingenio. Ese alguien, en fin, que se echa de menos cuando falta y  que se pone en el lugar del otro.

El 26 de octubre de 2013, el argentino Diego Simeone, entrenador del Atlético de Madrid, decía que su equipo necesitaba un “partido inteligente, con mucha vivacidad y humildad” para ganar al Betis.  Me gustó mucho leer aquello, aunque ya hace muchos años que comprendí pensamientos de grandes hombres  referentes a la humildad.  Grandes hombres como Ruskin  escribieron: “Estoy convencido que la primera prueba de un gran hombre consiste en la humildad” o  como Cicerón, “Cuanto más alto estemos situados, más humildes debemos ser” … y esos pensamientos siempre han calado dentro de mi.

Y es que nos cuesta escuchar y aceptar a los demás de forma benevolente. Y de ello andamos muy necesitados. Tendríamos que procurar ver lo mejor de los demás, hacerles ver sus cualidades que, sin duda, las tienen. Respetar sus ideas y no confrontarlas con las nuestras en una guerra dialéctica o en una destrucción social de la persona,  sólo por el hecho de que sea “más “ en algo que nosotros… o sencillamente diferente.  Claro que con todo nuestro orgullo, tan frágil y perecedero como la belleza, no somos capaces de decir me confundí o me equivoque, y es porque nos cuesta pedir perdón. Nos cuesta admitir nuestras limitaciones y necesidades, nos cuesta ayudar a los demás. Y por todo esto también, afirmo: así nos va.

Y es que nos sobra arrogancia y soberbia… Realmente  triste, lamentable y desagradable.

Y una, que es muy dada a las frases que nos calan dentro, recuerda un maravilloso colombiano por todos conocido,  Gabriel García Márquez que nos dice: “Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”. ¡Que gran verdad!.

Y escribiendo esto me doy cuenta de los pocos que intentan ayudar a levantarse al más oprimido, al más desafortunado, al más sufrido… y pienso que así no habrá equilibrio en este mundo cada día más “despistado”, falto de humildad y lleno de arrogancia. Algo tendremos que hacer, ya que es dificilísimo ignorar aquello que duele, en cualquiera de los aspectos de la vida. No pude evitar pensar si estaré yo misma presumiendo involuntariamente,  para convencerme de la necesidad de ser humildes, pues  sé que existen personas que se llaman humildes con la idea de engañar a los demás u obtener su confianza y más tarde poder traicionarlos.

Loco mundo me dije, y pensando en todo esto no pude evitar que una lágrima de tristeza se asomara a mis ojos, que sequé de inmediato, para decirme que repetiré y repetiré hasta la saciedad que la humildad tenemos que conseguirla a marchas forzadas… si queremos hacer realidad tantos sueños que nos permitan vivir como si la vida fuera permanentemente joven, haciendo un acto de permanente juventud para no caer en el desánimo.

Marisol Moreda es Presidenta de la Fundación Herederos de la Mar