Actualmente una ciudad de 472 Km2 como La Paz, con aproximadamente novecientos mil habitantes, tiene una medida de vegetación excesivamente baja, como se puede apreciar en la foto satelital del barrio de Miraflores, donde lo único verde significativo es el pasto al ras de 4 centímetros de alto del estadio Hernando Siles, por lo tanto, la tasa de producción de oxígeno y limpieza de la contaminación que cada persona necesita para existir, es negativa.

A esto podemos añadir la altura a la que se encuentra esta ciudad, que es de 3400 msnm, una condición que la sometió a intenso debate en la FIFA, pocos años antes de la pandemia, sobre si debe continuar siendo sede de partidos oficiales de fútbol de los campeonatos internacionales, debido a la dificultad para respirar que suelen presentar los visitantes.

En los enfoques urbanísticos que predominan se considera a la vegetación conformada por árboles, arbustos y flores, como ornamentación, pero se menciona poco sobre la producción de agua, la conformación de ecosistemas habitables por fauna silvestre, la descontaminación atmosférica y la regulación hídrica, que son dinámicas vitales reducidas a conceptos antropocentristas como el de “servicio ambiental”.

Para lograr que las ciudades tengan calidad de vida, es necesario comenzar por la calidad de aire que necesita no solamente la humanidad, sino toda la biodiversidad y a partir de esta idea, se puede entramar todas las necesidades y las maneras de satisfacerlas, aliviando la gran angustia que cada ciudadano siente cuando cree que cambiar las cosas implica una gran inversión de dinero imposible de alcanzar. En este punto, proponemos iniciar acciones familiares que luego pueden ser vecinales y extenderse hacia la construcción colectiva de una política pública municipal que tiene que ver con concebir el espacio de vida más inmediato de cada persona en un área productora de aire y agua, incluso si vive en edificios, alquiler o casa prestada.

La propuesta tiene que ver con analizar lo que produce cada persona en residuos cuya mayor parte es orgánica y puede quedarse en el lugar donde uno vive para alimentar la tierra. Si se clasifica adecuadamente queda un 65% que no debe ser considerado basura porque es materia viva que puede reconvertirse en tierra, por eso se necesita más espacios sin cemento o asfalto para poder enterrar todo lo que sale de nuestra cocina y comedor, que suelen ser cáscaras, restos de comida, papel o madera que, enterrada tarda algunos meses en reconvertirse nuevamente en tierra.

Recordemos que la tierra libre respira y nos ayuda a respirar, es la extensión de nuestra propia piel, igual de porosa, fértil y húmeda.

Si en una casa los habitantes no tienen tiempo de cultivar ni una flor, por lo menos pueden aportar con liberar tierra, abrir cemento, asfalto, loza, ladrillo o cualquier otro material artificial con que está cubierta, para habilitar el espacio suficiente que pueda recibir los residuos orgánicos diarios que no se dejan notar con incómodos olores o moscas rondando si se cubren con 15 cm de tierra y se dejan sin mover por el tiempo que la microfauna natural tarda en digerirla.

En espacios muy secos, se puede ayudar con un poco de agua para los meses de poca lluvia, por lo demás no significa gran trabajo ni gasto, solo compromiso con naturalizar la ciudad para vivir de forma más digna y devolver a la naturaleza todo lo que nos da en un círculo de acción cotidiana, sano, limpio más simple y elemental de lo que nos han enseñado a pensar.