Su aparición y desarrollo ha cambiado radicalmente nuestra manera de alimentarnos y consumir, supeditando estas necesidades básicas a una lógica mercantil y a los intereses económicos de las grandes empresas del sector. Se produce, se distribuye y se come aquello que se considera más rentable.
‘Operación supermercado’
En el Estado español, la apertura del primer supermercado se llevó a cabo en el año 1957 y tuvo lugar en Madrid. Se trataba de un “supermercado-autoservicio” de carácter público promovido por el régimen franquista bajo el programa “Operación supermercado” que importó el modelo de distribución comercial estadounidense bajo la influencia del Plan Marshall. Su objetivo: modernizar el “comercio patrio”. La experiencia fue todo un éxito, dando lugar en muy poco tiempo a una red de supermercados públicos en varias ciudades como San Sebastián, Bilbao, Zaragoza, Gijón, Barcelona, La Coruña, etc.
En 1959 abrió el primer supermercado de capital privado en Barcelona, fundado por las familias Carbó, Prat y Botet, propietarias de comercios de ultramarinos, y que lo bautizaron con el nombre de Caprabo, tomando la primera sílaba de cada uno de sus apellidos. Su apertura, como cuenta el libro Caprabo 1959-2009, significó una auténtica “revolución” entre los consumidores, atraídos sobre todo por el hecho de poder coger directamente de las estanterías los productos a comprar. Con el paso del tiempo, los supermercados privados, que el mismo gobierno franquista animó a crear, se impusieron, creando una extensa red de autoservicios en todo el Estado, y los de carácter público fueron desapareciendo.
En ese mismo momento en Europa, los supermercados eran una realidad emergente. En 1957, en Gran Bretaña existían 3.750 establecimientos, en la República Federal de Alemania 3.183, en Noruega 1.288 y en Francia 663. El Estado español e Italia se situaban a la cola, con 3 y 4 autoservicios respectivamente. Los supermercados eran considerados un símbolo de modernidad y progreso. A partir de entonces, su extensión fue in crescendo, diez años más tarde, en 1968, el número de supermercados en el Estado sumaba ya 3.678 y veinte años después, en 1978, la cifra alcanzaba los 13.215 establecimientos. Su modelo de distribución y venta al detalle se generalizó a lo largo de la década de los 80 y 90, llegando a ejercer a día de hoy un dominio absoluto de la distribución alimentaria.
Además, la mayor parte de nuestra cesta de la compra, entre un 68% y un 80%, la adquirimos en supermercados, hipermercados y cadenas de descuento. Según la revista especializada Alimarket, y con datos del 2012, el 68,1% de la alimentación envasada y la droguería la compramos en este tipo de canales, principalmente en los supermercados, frente al 1,5% que adquirimos en la tienda tradicional, el 25,1% en comercios especialistas y el 5,3% en otros. Según el informe Expo Retail 2006, casi el 82% de la compra de alimentos se realiza a través de la gran distribución, el 2,7% en tiendas tradicionales, el 11,2% en establecimientos especializados y el 4,2% es adquirido en otros lugares. En consecuencia, el consumidor cada vez tiene menos puertas de acceso a los alimentos y el productor menos opciones para llegar al consumidor. El poder de venta de los supermercados es total.
Mucho poder en pocas manos
Una distribución moderna que además concentra su peso en muy pocas compañías. De hecho, la mayor parte de nuestras compras en el supermercado se llevan a cabo en sólo seis cadenas, que controlan el 60% de dicho mercado. Se trata de Mercadona, con un 23,8% de la cuota de mercado, Carrefour con un 11,8%, Eroski (que incluye a Caprabo) con un 9,1%, Dia con un 6%, Alcampo (que integra los supermercados Sabeco) con un 5,9% y El Corte Inglés (con SuperCor y OpenCor) con un 4,3%. Les siguen Lidl, Consum, AhorraMás y DinoSol, que en conjunto conforman las diez principales empresas del sector. Nunca el mercado de la distribución alimentaria había estado en tan pocas manos.
En Europa, la dinámica es la misma. En el conjunto del continente, las diez principales cadenas de supermercados controlaban, con datos del 2000, más del 40% de la cuota de mercado. Actualmente, se calcula que la concentración es aún mayor. En países como Suecia, solo tres compañías de supermercados monopolizan alrededor del 95% de la distribución, y en países como Dinamarca, Bélgica, Francia, Holanda y Gran Bretaña, unas pocas empresas dominan entre el 60% y el 45% del total, según un informe de Veterinarios Sin Fronteras.
Asimismo, algunas de las mayores fortunas en Europa están vinculadas a la historia de la gran distribución. En Alemania, la persona más rica del país fue hasta el 16 de julio del 2014, fecha de su muerte, Karl Albrecht, fundador y copropietario de los supermercados Aldi. Tras su fallecimiento, el número uno pasó a ser ocupado por Dieter Schwarz, propietario del grupo Schwarz, que incluye las cadenas de supermercados Kaufland y Lidl. En Francia, la segunda fortuna del país está en manos de Bernard Arnault, propietario del grupo de artículos de lujo LVMH y con una participación muy importante en Carrefour. Y sin ir más lejos, en el Estado español, el segundo puesto del ranking de las grandes fortunas recae en Juan Roig, propietario de Mercadona.
La ‘teoría del embudo’
Una concentración que se visualiza claramente en la llamada “teoría del embudo”: miles de campesinos por un lado y millones de consumidores por el otro y tan solo unas pocas empresas de la gran distribución controlan la mayor parte de la comercialización de los alimentos. Tomemos el ejemplo del Estado español. En el extremo superior del embudo, contamos con alrededor de 720 mil campesinos y personas que trabajan en el campo y en el extremo inferior unos 46 millones de habitantes y consumidores, en medio 619 empresas y grupos del sector de la distribución con base alimentaria (con Mercadona, Carrefour, Grupo Eroski, Dia, Alcampo, El Corte Inglés, Lidl, Consum, AhorraMás, Makro, Gadisa, Grupo El Árbol, Condis, Bon Preu, Aldi, Alimerka a la cabeza) determinan la relación entre ambos. Y un dato a tener en cuenta: de entre estas 619 compañías, solo las 50 primeras ya controlan el 92% de total de la cuota de mercado.
Son estas empresas las que que determinan a qué precio se pagan los productos al agricultor y qué coste tienen para nosotros en el ‘súper’, dándose la paradoja de que el campesino cada vez recibe menos dinero por aquello que vende y nosotros, como consumidores, pagamos más. Queda claro, quién gana. Se trata de un oligopolio, donde unas pocas empresas controlan el sector, que empobrece la actividad campesina, homogeneiza aquello que comemos, precariza las condiciones laborales, acaba con el comercio local y promueve un modelo de consumo insostenible e irracional.
El poder de la gran distribución es enorme y nuestra alimentación queda supeditada a sus intereses económicos. Pensamos que somos nosotros quiénes decidimos lo que comemos, pero ¿es así?
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