Cuando uno lee estas cosas se da cuenta de lo pequeños que somos. Insignificantes. En un extremo de una galaxia, girando alrededor de una estrella familiar que en cualquier milenio de estos estallará dejándonos en la calle. Un tema para pensar en esta mañana de lunes y preguntarnos: ¿Merece la pena odiar? ¿Es rentable, engañar y explotar a los demás? ¿Estoy satisfecho con mi vida? ¿Soy la persona que quise ser? Y digo preguntarnos porque la respuesta está en nosotros no en el cielo.

Tanto luchar y zancadillear para convertir ese átomo universal único y pensante que somos cada uno de nosotros, en dioses menores incapaces de perdonar o de comprender a los demás. Como dice el genial Shakespeare en Julio César “La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores”. Sin embargo, somos mucho, somos polvo de estrellas, la materia más noble de ese Universo infinito.

Nuestra nueva amiga que permanecerá con nosotros 11,4 millones de años, nos seguirá enviando su luz a pesar de ya ser polvo y nos ayudará a esclarecer la forma de ese Universo planetario y de nuestra génesis. Todo es tan magnífico  y brillante, que nuestras pequeñas luchas diarias, nuestros avatares cotidianos parecen sólo sombras y eso tiene que darnos que pensar. ¿Pero yo únicamente tengo esto? Me dirá el lector que hoy tiene que ir a trabajar. Y contento, porque habrá otros que ni tan siquiera tendrán esta posibilidad. Ni a uno ni a otros les voy a decir que se queden observando las estrellas, pero que las miren de vez en cuando y sepan quienes son, de dónde provienen.

La supernova agotó su combustible nuclear y eso la convirtió en una enana blanca. Haga un esfuerzo, deje de culpar a los cielos y a las deidades. Luche por lo que quiere, pero noblemente, con firmeza y templanza. Teniendo la justicia por bandera. Busque en su interior allí está la fuerza. La más potente del Universo.