En uno de mis viajes al noroeste argentino, y frente a un grupo de chicas cuyo contexto les dificultaba pensar en sus aspiraciones, me enfrenté a algunas de las preguntas sobre mi propia adolescencia: ¿cómo elegí el camino que me trajo hasta el lugar donde estoy hoy? ¿Qué otra alternativa podría haber elegido?

En el norte del país, una de cada cuatro adolescentes tuvo un embarazo antes de los 19 años y un 69 por ciento de ellas no lo decidió. Además, mientras en la Ciudad de Buenos Aires hay 30 nacimientos por cada 1000 adolescentes, en la provincia de Misiones, la cifra trepa a 91. Estas son tasas muy elevadas, comparadas con el promedio mundial que es de 51 por mil, y con la de países vecinos como Brasil (56 por mil).

La pobreza y la desigualdad, el sistema educativo y las normas relativas al género ejercen una gran influencia en la fecundidad en la adolescencia. Si bien Argentina avanzó mucho en los últimos 15 años, extendiendo los años de educación obligatoria, luchando contra prácticas discriminatorias y garantizando derechos de educación de salud sexual y reproductiva a los jóvenes, aún queda un largo camino por recorrer.

Las aspiraciones educativas y laborales no son aún suficientemente fuertes. Deserción escolar y embarazo adolescente están estrechamente vinculados. Mientras 6 de cada 10 chicas embarazadas abandonan sus estudios secundarios, la deserción escolar duplica las chances de ser madre. El 55% de las adolescentes ya estaba fuera del sistema educativo al momento del primer embarazo, y sólo el 15% de ellas había completado la educación secundaria. Entre los jóvenes que no estudian ni trabajan en Argentina, el 80% son mujeres.

Frente a esta realidad, algunos de los que trabajamos en el área de salud del Banco Mundial nos pusimos a pensar de qué manera podíamos contribuir a que las chicas que están en la escuela secundaria puedan reflexionar sobre su futuro, sus objetivos de vida, y así proponerse permanecer en la escuela como medio para desarrollar sus aspiraciones y habilidades para la vida.

Las tan de moda “ciencia del comportamiento” nos dieron una herramienta creativa. Así, diseñamos el proyecto piloto “Desafiando el destino”, que ya está trabajando con 700 adolescentes de 13 a 15 años, que asisten a primer y segundo año del secundario en escuelas públicas de las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán. La idea es que participen en un ciclo de talleres, orientados a reconocer y desarrollar habilidades para la toma de decisiones, repensar los estereotipos de género, fortalecer capacidades como la perseverancia y la determinación, aprender a tolerar la frustración, y elaborar un proyecto de vida. La participación de las adolescentes en los talleres será evaluada y si la experiencia resulta positiva, se considerará la expansión a otras provincias.

¿Por qué apostamos a este tipo de intervención? Al diseñar políticas públicas, muchas veces nos concentramos más en las cuestiones socioeconómicas que en los factores socioemocionales, y lo cierto es que ambos tienen una gran influencia a la hora de establecer aspiraciones en la vida. Las personas tomamos decisiones dentro de un contexto determinado, a partir de nuestras relaciones, nuestras familias y comunidades, nuestras circunstancias económicas, y las normas sociales y tradiciones. Las políticas basadas en el comportamiento enfatizan la importancia del contexto y examinan un amplio conjunto de influencias, prestando atención a los factores sociales, psicológicos y económicos que afectan lo que pensamos y hacemos. Además, este tipo de intervenciones tienen la ventaja de ser a menudo de bajo costo.

Por eso, complementar a las políticas públicas que se implementan en Argentina con nuevas herramientas como las neurociencias y ciencias del comportamiento puede ser un buen camino en el marco de los esfuerzos para reducir el embarazo no intencional en la adolescencia, pero también para ir más allá, al permitirle a las jóvenes ampliar el abanico de planes y expectativas para sus vidas.

Al participar de este proyecto, tuve la oportunidad de revisar las aspiraciones que me acompañaron en mi adolescencia, y darme cuenta de la importancia de las habilidades socioemocionales en mi propia historia. Hoy, estamos invirtiendo en desarrollar este tipo de destrezas en las adolescentes, que, según los expertos, serán clave en los trabajos del futuro. Y ellas, sin duda, son parte del futuro del país.

Vanina Camporeale