El fin de semana se “celebraba” el Black Friday, la “fiesta” por excelencia del consumo y los precios bajos, concebida en su momento en Estados Unidos y que poco a poco se extiende a otros países. Las imágenes que nos dejaba su “efeméride”, especialmente en los supermercados británicos, lo dicen todo acerca de esta celebración: dos mujeres peleándose por llevarse un mismo televisor, avalancha de gente en el suelo y pisándose a la entrada de un centro, familias luchando por obtener otros objetos codiciados. Algunos establecimientos temiendo por su seguridad y la de sus enajenados clientes, e incapaces de controlar la situación, acabaron llamando a las “fuerzas del orden”.

Sin embargo, año tras año se repiten las mismas imágenes. En 2011, en Estados Unidos, incluso una mujer llegó a rociar con spray pimienta a otros compradores en pleno combate por las mercancías deseadas. El desenfreno consumista parece no tener límites. Y los grandes centros comerciales son sus principales promotores.

Ahora parece que la “tradición” llega aquí, en la línea de importar otras celebraciones anglosajonas, desde San Valentín pasando por el Papá Noel hasta Halloween, que en la mayoría de los casos y bajo el eslogan del amor, la solidaridad y la fiesta nos venden el más estricto consumo. Las grandes empresas se frotan las manos, el negocio es el negocio. Aquí, El Corte Inglés, Amazon, Worten, Carrefour, Media Markt, Vodafone, Decathlon se han sumado rápidamente al carro.

Nos dicen que todos saldremos ganando: más compras, más baratas, más trabajo. ¡Qué más podemos pedir! Pero el entusiasmo consumista solo beneficia a unos pocos, y no precisamente a aquellos que se llevan las “mejores” ofertas. El consumismo exacerbado da importantes beneficios a las grandes empresas del sector, que producen mercancías a gran escala, en pésimas condiciones laborales, generando empleos precarios, y nos las venden como necesarias… y “al mejor precio”. La pregunta es: ¿realmente las precisamos? Si nos lo pensáramos dos veces, tal vez diríamos “no”. La publicidad, en cambio, nos las presenta como imprescindibles, “una ocasión que no puedes dejar escapar”.

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