DSC00368Hoy es el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud y aunque parezca un enunciado del pasado, en esta jornada se recuerda la fecha del 2 de diciembre de 1949 en que la Asamblea General aprobó el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena.

La esclavitud es una de las más antiguas barbaridades de la Humanidad. Los “derechos” de propiedad de un ser humano sobre otro han sido comunes en todas las culturas y en todas las geografías casi desde que el mundo existe. Hoy, todavía persiste en este mundo informatizado y global. Sus formas son tan variadas como la maldad de los que la ejercen, la promueven y la consienten. Y no solo se practica por botines de guerras y pillajes, también con la trata de personas, la explotación sexual, la explotación infantil, el matrimonio forzado, el reclutamiento obligado de niños para conflictos armados, las actividades sectarias, los fanatismos religiosos o los trabajos de salarios míseros. Han cambiado las formas, pero no el objeto.

Los llamados países civilizados la prohibieron y persiguieron en sus formas más evidentes a partir de mediados siglo XIX, hace apenas cuatros días en la historia de la Humanidad. En lo que concierne a la España católica, moralista y monárquica, la terrible lacra se prolongó hasta finales de aquel siglo en sus posesiones Antillanas. Concretamente, hasta 1873 en Puerto Rico y hasta 1880 en Cuba. Nuestra historia está repleta de momentos “estelares” de la esclavitud, como la costumbre del “carimbo” que era el marcado a los esclavos con un hierro candente para demostrar que habían sido adquiridos legalmente, evitar el contrabando y asegurar su devolución en caso de fuga.

Cualquiera de los grandes imperios se levantó con mano de obra esclava, desde el Egipcio y Romano, hasta el Turco y el Británico, pasando por el Inca o el Azteca. No hay conquista sea en la latitud y en el momento de la historia que sea, en que los botines no hayan incluido la posesión de seres humanos. Tampoco se libran las naciones emancipadas de su metrópoli, también los nuevos estados siguieron ejerciendo con sus propios compatriotas la felonía de la esclavitud. De los que proclamaron su independencia entre 1811 y 1825, ninguno abolió la esclavitud en sus territorios hasta pasado un tiempo y en algunos, como en Brasil, heredera de Portugal, uno de los países con mayor vocación esclavista, se prolongó hasta1888. Una de las excepciones fue Haití donde los esclavos se rebelaron en 1791 e independizaron en 1804. En los Estados Unidos no fue abolida en todo el territorio hasta 1863, y realmente, al finalizar la Guerra de Secesión dos años después. Mención aparte, fue la vergonzosa propiedad particular de toda una región africana por el rey Leopoldo II que esclavizó de manera feroz y sanguinaria lo que se llamaría Congo Belga hasta que lo cedió a Bélgica en 1908.

Es decir, muchos de los bisabuelos de las gentes que habitan las naciones americanas y sus metrópolis fueron esclavos, esclavistas o convivieron con la esclavitud. Sin embargo, lo peor fue la hipocresía con que las sociedades de aquellos tiempos, tan cercanos, trataron el tema. Violaciones, embarazos, explotaciones, torturas, mutilaciones, humillaciones y trabajos forzados eran contemplados por familias, estamentos políticos y religiosos como algo tan normal como la crecida de sus cosechas o la de sus fortunas; algunas veces producto de las ventas de sus propios hijos fruto del abuso de sus esclavas. Muchos apellidos sonoros de la actual “buena” sociedad española están ligados a la trata de esclavos y a su explotación. Lo mismo ocurre con la británica o la norteamericana. Lo peor de todo es que el mal no cesa y que los biznietos de aquellos cabronazos siguen ejerciendo.

La camisa que usted lleva o el balón que golpea su niño, pueden ser producto de la explotación infantil más indecente. Hay gentes lejos de sus familias trabajando encerradas en fábricas clandestinas con unos salarios de miseria y mujeres engañadas y prostituidas por compatriotas con unas posibilidades remotas de poder llegar a pagar sus deudas, contraídas para llegar a los paraísos capitalistas. Hay niños trabajando catorce horas para fabricar los componentes del último grito electrónico. Hay grandes multinacionales y mafias explotando en la puerta de su casa y en el garito de enfrente.

Abolir la esclavitud no va a ser fácil, porque hay mucho cabrón suelto que abusa de niños en nombre del amor divino; mucho ejecutivo que se cree menos esclavo porque le dejan ver la riqueza por el ojo de la cerradura; mucho reclutador de mujeres desesperadas; mucha mafia; muchos empresarios que pagan salarios de pobreza mientras ellos ocultan sus beneficios en paraísos fiscales y todos ellos tienen sus capataces con el látigo en la mano, sin darse cuenta de que también son esclavos.

Por eso es tan importante la medida del presidente Obama respecto a la regularización de los emigrantes en Estados Unidos, porque, además de una disposición justa, evita los abusos, la explotación, el servilismo y el silencio forzado por la clandestinidad.

En el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, hagamos votos para que esto sea una realidad y las gentes puedan ser enteramente libres. Libres para pensar, para opinar, para decidir, para que sus miserias no les obliguen a poner sus cuerpos y sus mentes a disposición del cacique, del violador, del explotador, de la secta o de la mafia de turno.