La humildad, tan defenestrada por los adoradores de la prepotencia que al ostracismo conduce pero es por ello que quiero detenerme en manifestar los solos que se encuentran aquellos que por delante de cualquier argumento sólo se escuchan a sí mismos pero no voy a nombrar a nadie que así se comporte, por lo que pueden estar tranquilos, pero sí que este escrito, si alguno de ellos lo lee, pudiera hacerles reflexionar al respecto pues el que sólo le gusta escucharse a sí mismo está perdiendo muchísimas oportunidades para mejorar como ser humano y como profesional aunque lo sea, pues de lo que se trata es de ir mejorando cada día. Lo cierto es que nos encontramos, no tan a menudo pero sí de vez en cuando, ese tipo de personas que no dejan que intervengamos en su monólogo, ajenos a la circunstancia que están en lo que podría ser un diálogo en el que todas las partes se beneficiaran.

Por todo ello recordé el haber leído una frase de Marcel Aymé, el escritor francés, autor, entre otros, de Clérambard, obra teatral del año 1950, en la que decía:

“La humildad es la antecámara de todas la perfecciones.”

No puedo estar más de acuerdo con Aymé porque así he pensado desde que era un adolescente aprendiz de docente y así sigo pensando porque entre otras razones se es capaz, con ese valor como acompañante de aventuras, de escuchar y de aprender cada día de los otros. Me entristece, me apena enormemente, aquellos que con su falsa actitud paternalista se declaran seres comprensivos, que no lo dudo que lo sean, pero que no escuchan a los otros y además les tratan de diferente manera según sea la intensidad de la relación que les ciega y ante los méritos de los que se lo han ganado a pulso con su trabajo, aunque no estén en su círculo de amistades; lo cierto es que no se puede estar ciego, aunque sea por puro interés, pues el éxito de cualquier ser humano nos beneficia como colectivo y como seres individuales.

Decía Agatha Christie, que por cierto estuvo enamorada de la isla en la que vivo, Gran Canaria:

“Cuando no hay humildad las personas se degradan”.

Eso no lo puede permitir un ser humano, que como tal tiene el don de ser inteligente, pues hacerlo es perder la oportunidad de seguir formándose y, por ende, creciendo. Les he de decir que he conocido a una persona, a la que he tenido y tengo una gran estima, que cuando me llamaba empezaba a sudar pues si cogía el teléfono significaba que tenía que abandonarme a los abrazos del tiempo. Comenzaba con un tema, que para nada me interesaba y no es que fuera descortés, sino que me suponía un aburrimiento innecesario, por ejemplo pudiera poner el caso del fútbol o la zarzuela, obligándose a los que no les agradan a presenciarlos a la fuerza, he de decir que me gusta ver un partido de fútbol y me encanta la zarzuela, y seguía con otro y con otro, incluso repitiéndolos, pues se olvidaba que ya los había compartido. Buscaba un instante, como si se tratara de una tabla salvadora a la que me aferraba con todas mis fuerzas, pero no me permitía que llegara a ella y seguía, cuasi extenuado, nadando en un mar que deseaba tragarme, y lo seguía intentando, sólo consiguiéndolo cuando se encontraba con su garganta seca, momento que aprovechaba, como agua de mayo, para despedirme, eso sí, por primera vez, pues pasaban muchos otros momentos para que lo lograra. Cuando colgaba el teléfono me dolía la cabeza y tenía necesidad de vomitar, y no se rían pues no es ninguna broma. Gracias que este tipo de seres humanos no son muy frecuentes, se podría decir que están en peligro de extinción pues la gente cada día tiene menos tiempo en esta sociedad en la que el tiempo, precisamente, es de lo más buscado.

No todos los que se escuchan a sí mismos tienen estas características y son, en general, más breves, pero eso sí, siempre con el sello y la denominación de origen, no dejando que intervengamos sino lo mínimo y preciso, si es que tienen uno de sus mejores días.

Me pregunto muchas veces si “La verdadera humidad consiste en estar satisfecho.”, como escribiera, en su momento, Henri Frédéric Amiel, filósofo y escritor suizo nacido en 1821. Al menos les he de decir que mirando hacía atrás con agradecimiento y no sé desde cuándo, y eso lo he manifestado en multitud de ocasiones, me siento inmensamente satisfecho de lo que he ido haciendo a lo largo de los años, que lo he vivido como una fantástica aventura, como una película en la que me he sentido protagonista y es por ello que coincido plenamente con Amiel. No pierdan la oportunidad de aprender y mejorar cada día, con total humildad, porque es garantía de sentirse muy satisfechos.

Juan Francisco Santana Domínguez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.