Con los ojos cerrados nos lanzamos a un abismo de sensaciones.
Piel con piel.
Nos besamos en la mejilla, en la frente, en los labios y al besar, se oculta el mundo. Y solo sientes.
Sientes que existes, que alguien se deja besar por ti, que eres besada o besado y esos besos te afirman que estás vivo.
Hay besos traicioneros de compromiso, a los que retiras la piel y no cierras los ojos, porque no confías.
No confías.
Hay besos de cortesía que no besan, sólo se escuchan. Y quizá, preferirías no haberlos dado.
Hay besos profundos y largos en los que casi te ahogas en el mar de la boca del otro.
Hay besos tiernos que huelen a talco.
Hay besos secos y fríos que dejamos en los cristales de la ausencia, labios marcados.
Hay besos al viento de las palabras llevados de la mano, besos que vuelan más rápido que el deseo de alcanzar la piel que no puede ser besada. Y llegan sentidos y emocionados.
Hay besos perdidos, anhelados, demandados.
No me besas. Ven.
Hay besos amargos de despedida vestidos, lanzados en los andenes del tren de las equivocaciones.
Hay besos que nunca se dieron y se guardan en el archivador de las facturas pendientes.
Hay besos misteriosos que hacen reír solo de pensar en ellos.
Y hay besos que nos debemos a nosotros, a nosotras. A ti.
Busca el dorso de tu mano y con suavidad y cariño, fervor y devoción, bésate como quien besa a un bebé.
Y mientras te besas, cierra los ojos y lánzate al abismo.
Dí en tu cabeza: gracias por mantenerme en este mundo.
Querer(se) hoy día es tan necesario.
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