Internamente, han aparecido serias dificultades y enfrentamientos entre algunos de sus componentes y externamente, sobre todo, en su relación con la Unión Europea, en principio prometedora, se ha llegado a un estado muy delicado.

La situación es especialmente preocupante en lo que a la CAN (Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú) se refiere pues si bien todos ellos democráticos— tienen Gobiernos radicales de izquierda (Bolivia, Ecuador), socialdemócrata (Perú) y conservador (Colombia) con tensas relaciones entre sí. Ello lleva a disentir en el método de aproximación a Europa. Al no poder presentar un frente común para conseguir un acuerdo de asociación con la Unión Europea, Perú y Colombia pretenden acuerdos bilaterales con Bruselas, algo que se aleja de la filosofía de ésta, que preconiza una negociación de bloque a bloque.

Una cierta intransigencia boliviana se ha hecho patente en unas recientes manifestaciones del embajador ante las Comunidades Europeas, quien se ha lamentado de que en la relación entre la UE y América Latina “los temas comerciales han estado por encima de todos los demás, como el del proceso político”. Algo absurdo, porque precisamente los acuerdos de asociación que la UE preconiza para Latinoamérica conjugan —a diferencia del modelo que ofrece Estados Unidos la cooperación política con los temas comerciales y prestan sustancial atención a la primera.

Por su parte, Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay) no acaba de consolidar sus instituciones políticas, de ahí que haya sido incapaz de arbitrar el ya largo conflicto argentino-uruguayo por una fábrica de celulosa. Además, las negociaciones con la UE para el acuerdo de asociación están empantanadas al no haber fructificado la Ronda de Dona. Conviene no olvidar que todo esto acontece en el marco de la dura crisis económica internacional iniciada a causa de los despropósitos financieros consentidos, cuando no amparados, por la Administración de Bush y cuando se comienza a hablar del fin de la bonanza económica en América Latina.

Y en esto, llegó UNASUR. La joven Unión de Naciones Suramericanas, que agrupa a Mercosur, CAN, Venezuela, Chile, Guyana y Surinam, ha sido clave para desactivar la grave situación de violencia interna en Bolivia. Lo hizo el pasado 15 de septiembre en una reunión donde se aprobó una posición común que pasará a la historia de los intentos de resolución de conflictos en Latinoamérica.

En el continente coinciden tres factores: crisis económica, crisis de integración (no se avanza) y crisis de identidad, exacerbada en Bolivia (muertos, pillaje, asalto a instituciones del Estado). Ello ha provocado la reacción de UNASUR, concretada en la denominada Declaración de la Moneda; que constituye un apoyo pleno al legítimo Gobierno de Bolivia, incluidas sus instituciones, al tiempo que exige la preservación de su integridad territorial y condena a quienes persiguen la desestabilización de la democracia.


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En este comportamiento de UNASUR hay varios elementos destacables. Uno es que Suramérica se constituye por primera vez en garante de la democracia: “Sus Gobiernos no reconocerán cualquier situación que implique un intento de golpe civil, la ruptura del orden institucional o que comprometa la integridad territorial de la República de Bolivia”, precedente obviamente extensible a cualquier otro Estado.

Por otra parte, UNASUR pone en práctica el nuevo principio —variante de la injerencia humanitaria— que comienzan a desarrollar las Naciones Unidas, esto es, la responsabilidad de proteger a una población amenazada y cuya seguridad no se garantiza internamente.

También por primera vez Suramérica intenta resolver sus problemas evitando que intervenga Estados Unidos, país que, por cierto, se abstuvo de hacer manifestación alguna similar a la de La Moneda, lo que califica de por sí la política estadounidense en la región. Actitud muy distinta de la sostenida por la UE, quien taxativamente “se suma a la Declaración de la Moneda” (Consejo de la UE, 1992008). Es asimismo significativo que la iniciativa pacificadora, intervencionista y resolutiva de conflictos haya partido de UNASUR y no de la Organización de Estados Americanos (OEA), que incluye a Washington. Tan significativo como el hecho de que, a pesar de que su secretario general estuviera en las negociaciones de Santiago de Chile, la OEA no fuera citada en la mencionada Declaración.

Y, finalmente, es subrayable que las habituales tesis hiper-radicales del presidente venezolano, aun habiéndose suscitado en la reunión, no aparezcan en la Declaración. Algo que, sin duda, se debe al papel decisivo y de liderazgo no estridente del presidente brasileño, Lula da Silva.

La actuación de UNASUR ha sido positiva y consolida un ejemplo regional. Sus Gobiernos han sabido conciliar diferencias y expresar voluntad política común para contribuir a atajar un peligroso conflicto. Cabe preguntarse si dicha actuación constituirá un precedente para reforzar en Suramérica la cooperación política que promueva más enérgicamente el proceso integrador.

Emilio Menéndez del Valle