Pero antes de que la traición le abatiera, Zapata llegó a dominar parte del territorio mexicano y sus conquistas no sólo fueron militares sino que su gobierno creó comisiones agrarias, fundó escuelas y estableció la primera entidad de crédito agrario en México. Incluso intentó convertir la industria del azúcar de Morelos en cooperativa. Grandes logros para alguien con una cultura muy limitada pero con un gran corazón.

Cuentan – y eso ya entra dentro de la leyenda- que, cuando su ejército y el de Pancho Villa, tomaron México capital, ordenó la impresión de gran cantidad de dinero al objeto de ponerlo en circulación como moneda legal. Cuando quiso pagar al impresor con los billetes por él fabricados, el asombrado editor se negó a aceptarlos como dinero válido, pidiendo oro o dólares americanos por su trabajo.

Sea o no cierta la historieta, dos siglos después, con toda una historia de la economía a nuestra disposición y experiencia, con los cañones y la mantequilla, de Samuelson,  las enseñanzas Keynesianas y otras  paradojas y teorías económicas, nos pilla de nuevo el toro. Resulta que las agencias de calificación, guardianas del buen funcionamiento de los mercados financieros, emiten veredictos a voluntad que imponen los “intereses” de la emisión de las deudas públicas con resultados desestabilizadores. Lo hacen respaldadas por los organismos reguladores de todos los países con poder financiero; se han convertido en el oráculo del capital y sus predicciones siempre favorecen a un limitado grupo de especuladores.  Pero, a su vez, son  responsables de la introducción en los mercados de los bonos basura y otros productos de dudosa procedencia y nula rentabilidad.

El caso es que los “avispados” especuladores, como el bueno del impresor zapatista, no quieren sus propios productos, aborrecen de las hipotecas que ellos mismos concedieron y juegan – nunca mejor dicho – según les conviene con la bolsa. Las agencias como S&P, Moody’s y Fitch  parieron activos combinados con hipotecas y créditos bazofia, sabiendo que a la postre serían ellas mismas las llamadas a certificar los riesgos  de esas basuras, asegurando que era oro lo que en realidad era papel mojado. Es como si al impresor del relato le hubiesen nombrado ministro de Hacienda.

Los vaivenes de las bolsas mundiales siempre pillan a los mismos: una amplia base de pequeños y medianos ahorradores. Conforme llegamos a la cima del pico piramidal encontramos a los “sabios” especuladores que siempre ganan. Los desahuciados por hipotecas son legión, en cambio si los círculos financieros se derrumban hemos de acudir todos a salvarles. Observen la paradoja, ellos se enriquecen y especulan con nuestro dinero y nosotros debemos ampararles para que puedan seguir haciendo lo mismo. El efecto de los desastres de todo el entramado financiero lo pagan los de siempre.

Mientras tanto, las visitas de los popes, sean religiosos, artistas o deportistas, cuestan millones directa o indirectamente. Me dirán ustedes que esto genera beneficios, por supuesto que los genera… para los mismos de siempre. Si por el contrario me argumentan que esto hace  feliz a sectores de la población y que les ayuda a sobrellevar la situación, tendré que darles la razón: “Pan y Circo”, como decían los romanos. Sólo que  el pan está cada vez más caro… y el circo que nos imponen, también.

¿Y ahora qué hacemos?, se preguntan todos, recurriendo a las teorías económicas de toda la vida.  A la postre lo más sencillo es lo mejor, y lo más gratificante: Que paguen los culpables. Si un gobierno emite deuda, las entidades financieras del país en cuestión deberían destinar parte de sus beneficios, pongamos un 30% – que acostumbra a ser la ración que escaquean al erario público- , a la compra de esa deuda. Las numerosas multinacionales sean del sector del automóvil, aéreo o de telecomunicaciones, deberían recibir las ayudas institucionales a las que están tan acostumbrados, en papel del Estado.  Asimismo, los ejecutivos de esas entidades deben cobrar sus primas anuales en bonos estatales. Parte de los millonarios traspasos de los deportistas de élite deberían de abonarse en deuda, al igual que la mitad del sueldo de  los políticos. Todos al mínimo o nulo interés. De esta forma serían partícipes del bienestar general, evitando que especuladores foráneos se abatan sobre nuestra deuda con el recochineo y la complicidad de las agencias de clasificación.

¿Saben que ocurriría? Se echarían  las manos a la cabeza. Pueden vivir de papá Estado: acudir a él cuando las cosa van mal; recibir ayudas de entidades municipales, autonómicas y estatales; beneficiarse de descuentos del 80% en los transportes públicos cuando viene su líder. Sin embargo, no creen en la inversión pública que no les favorezca directamente y, como el  impresor de Zapata, no se la quieren jugar. Al César lo que es del César.

El dinero, mientras tanto,  sestea en las Caimán y en Suiza a la espera de mejores dividendos. No sea que vuelvan los zapatistas.