Ciertamente las palabras no ayudan a despejar la sospecha que desliza el personaje de la novela de Sábato sobre si no nos encontraremos, al hablar de las finanzas, ante una religión. Dos rasgos asientan esa percepción entre el ciudadano común: por un lado, el carácter misterioso de las mismas, sólo accesible a la comprensión de unos pocos exégetas e iniciados; por otro, su aparente naturaleza totémica, que desemboca en una idolatría sacrificial. Es tal la complejidad del mundo de las finanzas y tantos los sacrificios exigidos en su nombre, que no parece disparatado abusar de la comparación. La creciente monetarización de las relaciones sociales ha conducido a que el dinero sea apreciado no sólo por su utilidad como medio de pago o depósito de valor, sino también como “dador de sentido” de la existencia social de las personas. Dussel, reflexionando acerca de las metáforas teológicas presentes en el ensamiento de Marx, se sirve de los textos del autor alemán para resaltar el carácter idolátrico del capital, básicamente en su forma financiera: «La total cosificación, inversión y el absurdo (es) el capital como capital […], que rinde interés compuesto, y aparece como un Moloch reclamando el mundo entero como víctima ofrecida en sacrificio (Opfer) en sus altares».1