Rebobinemos, el confeso socialdemócrata llega a Nueva York, se aloja en una suite del Sofitel cuyo costo por noche ronda los 3.000 €. Está cansado, a pesar de haber viajado desde París en “première”, cuyo precio de ida y vuelta es de 10.800€; llama por teléfono a su esposa actual que es la tercera, la vida es complicada y queda lejos su amor de universidad y primera esposa Hélène Dumas, tampoco es cuestión de llamar a la segunda Brigitte Guillemette, compañera en su carrera en el PSF; sonríe al ponerse al teléfono la titular Anne Sinclair, periodista en TF1 y presentadora de la emisión política dominical que tanto le ha ayudado en su imparable ascensión. Después de la breve conversación se afloja la corbata, se quita la camisa y se mira al espejo, antes esconde la barriga. “Todavía estoy bien” piensa al ver su melena plateada, suenan unas pisadas en el pasillo, es la camarera que pone toallas limpias en las habitaciones. No es especialmente guapa, se le nota en el rostro el sufrimiento de los emigrantes en tierra extraña, su vestimenta es de lo más normal, vestimenta de trabajo…de obrera. Ese uniforme que el líder socialista ha olvidado, metido en el mundo de las finanzas y de los beneficios fáciles. Entonces surge lo inesperado, se miran a los ojos y la pasión les invade. No hubo coacción, ella no le obligó; sin embargo él sucumbió ante tamaña y excepcional propuesta y se dejó engatusar… lo demás ya lo saben todos ustedes.
Uno piensa que si el otrora mayor responsable internacional del dinero es tan facilón, imagínense lo que será un director de banco o el presidente de una Caja, con razón les metieron aquella cantidad de pufos. Pequeñas “faltas morales” que nos han llevado a un conflicto de difícil solución. Luego no se extrañen que les digan que la crisis va para largo.
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