La crisis de 2008 ha contribuido a cambiar la estructura productiva, ha generado víctimas no siempre recuperables, ha afectado a las políticas económicas y sociales, ha recompuesto los equilibrios de poder entre grupos capitalistas y entre éstos y la sociedad.

Tenemos bastantes números para que lo de 2010 pueda repetirse bajo otra forma y otros detonantes. Pero, más que preocuparnos por si viene o no otra crisis, lo que de verdad nos debería tener desvelados es pensar qué tenemos que hacer para afrontar los grandes problemas que ya teníamos y que la crisis acrecentó.

 I

En el verano del 2018, cuando abrí este cuaderno —es un hábito pueril, cada dos cursos trato de agrupar mis notas mensuales bajo un título común— me pareció adecuado un título que correspondiera a la visión dominante del momento sobre la coyuntura económica. Es una cuestión de nombres que tiene cierta relevancia. Para mucha gente de izquierdas seguimos instalados en la crisis porque persisten muchos de sus efectos: bajos salarios, desempleo alto, deterioro de los servicios sociales, problemas de vivienda… Pero el análisis convencional atiende sólo a las variaciones del PIB y a algunos indicadores básicos.

Por otra parte, aunque la crisis de 2008 significó un verdadero terremoto, muchos de sus peores efectos ya eran visibles en el período anterior de pretendido auge. El debate sobre la precariedad se gestó en la década de los ochenta, justo cuando se impusieron las políticas de flexibilidad laboral orientadas a erosionar los derechos laborales. Los problemas del desempleo, las deslocalizaciones, nos acompañan desde hace casi cinco décadas. Tampoco la externalización de servicios públicos y los recortes fueron un resultado automático de la crisis. Ya estaban presentes en las políticas introducidas, por ejemplo, por los conservadores británicos. Y en nuestro país éste ha sido un tema presente a lo largo de todo el período democrático. Incluso tendemos a pasar por alto —la memoria es débil— que los problemas de vivienda ya eran acuciantes cuando se construían edificios residenciales en cantidades ingentes (no por casualidad la PAH estuvo promovida por la misma gente que antes había creado “V de Vivienda” para protestar contra las dificultades de acceso de los jóvenes a una vivienda digna). Lo que hizo la crisis fue dar una oportunidad a las élites para imponer un nuevo ritmo a su programa neoliberal y agravar una tendencia estructural que venía de lejos. Por eso es compatible considerar que la crisis ha acabado y al mismo tiempo que sus efectos persisten en el tiempo.

En esto último también hay una importante cuestión de perspectiva teórica. Para muchos economistas la evolución de la economía es una mera oscilación en torno a un equilibrio (aunque éste sea dinámico e incorpore el crecimiento a largo plazo): tras una caída la economía recupera su situación anterior y todo vuelve a ser igual que antes. En esto reside el manido eslogan de que “hay que salir de la crisis”, equivalente a salir de un valle y recuperar cota en cualquier travesía. Es lo que yo llamo un pensamiento de “economía de pizarra”, porque en la pizarra todo se puede borrar y reescribir. Pero el mundo real no funciona así y después de una crisis profunda las cosas no son necesariamente iguales: la crisis ha contribuido a cambiar la estructura productiva, ha generado víctimas no siempre recuperables, ha afectado a las políticas económicas y sociales, ha recompuesto los equilibrios de poder entre grupos capitalistas y entre éstos y la sociedad. De ahí que la salida de la crisis nunca sea una vuelta al pasado, sino sólo la recuperación de la dinámica capitalista en un nuevo contexto.

II

La pregunta que varías personas me han planteado es si se da la posibilidad de que en unos pocos meses volvamos a estar en crisis. (Curiosamente quienes me lo han planteado con mayor frecuencia son personas que tienen una cierta actividad de inversión en bolsa, más preocupadas que la media por “su” dinero y más seguidoras de los medios de comunicación económicos). Hay muchos indicios preocupantes desde una óptica convencional (muchos más desde la otra, aunque se sitúan en otro terreno) y el estancamiento de algunas economías europeas, así como las guerras comerciales impredecibles (sobre todo gracias a Trump) son lo que más preocupan a los analistas que llenan los debates mediáticos. Algunos ejercen de agoreros profesionales en el reparto de papeles que suelen practicar las tertulias de expertos.

Creo que la única respuesta posible es seguir la línea argumental que desarrolló Lester Thurow en El futuro del capitalismo, publicado en 1996. En su análisis destacaba que las sociedades capitalistas descansaban sobre “fallas tectónicas” cuyo movimiento podían generar terremotos económicos. Vivir sobre una falla tectónica no supone estar en un terremoto continuo, pero sí que sus habitantes perciben con relativa frecuencia esta posibilidad (como bien saben japoneses, mexicanos y californianos) y que en algunos casos la magnitud de escala provoca verdaderos desastres, como el de Fukushima (también con efectos irreversibles). No hay forma de predecir con precisión cuándo las placas se pondrán en movimiento, pero sí de establecer la probabilidad de que un territorio lo padezca.

Hay numerosas fallas tectónicas en nuestro subsuelo económico, correspondientes a las diferentes explicaciones de las teorías sobre las crisis económicas. Algunas escuelas de pensamiento rivalizan en considerar que su particular hipótesis es la esencial (por ejemplo, muchos académicos marxistas insisten en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia). Mi punto de vista en este campo es ecléctico: la economía capitalista real descansa sobre tal cúmulo de contradicciones que cualquiera de ellas puede generar la crisis.

A título de ejemplos:

  • La especialización productiva entre territorios se traduce en fuertes desigualdades en la balanza exterior de los países, de modo que los hay con excedentes y los hay con déficits persistentes. Éstos pueden provocar desequilibrios financieros que están en la base de crisis.
  • Esa misma especialización hace a algunos países muy dependientes de la exportación de unos determinados productos. Lo que ocurra en estos mercados particulares (aumentos o subidas de precios, alteraciones en la demanda) puede desestabilizar economías enteras y afectar al conjunto.
  • Gran parte de la economía mundial se basa en mantener bajo el costo de determinados inputs, especialmente la energía. Si por ejemplo ésta experimenta un brusco incremento (como ya ocurrió en los setenta o como la que predicen los defensores del pico del petróleo), sectores enteros de actividad pueden quedar afectados.
  • El cambio climático puede afectar a la producción de alimentos y otras materias primas con efectos parecidos a lo anterior (y como sabemos ya, con movimientos de población de evidente impacto social).
  • Los cambios en la distribución de la renta afectan a la cantidad del gasto en consumo y a la estructura del mismo, y tienen impacto potencial en el volumen y composición del empleo y la producción. Nunca hay un ajuste fino y los impactos de un sector pueden extenderse a otros.
  • En las economías capitalistas, los directivos empresariales toman un gran número de decisiones en función de la rentabilidad esperada y de la demanda. Son decisiones individuales basadas casi siempre en creencias, información imperfecta, etc. Un fallo en las previsiones o la inadecuación de las mimas pueden conducir también a una crisis. La tasa de ganancia obtenida y los problemas de demanda son dos de las cuestiones recurrentes en el análisis de las crisis.
  • En las economías capitalistas reales el sector financiero juega un papel crucial. De hecho, la economía actual está basada en el endeudamiento: de empresas, particulares y estados. El sector financiero tiene una gran tendencia a la inestabilidad y a la generación de burbujas especulativas. Juega un papel central en los procesos de especulación urbana. Y ha sido, desde siempre, una fuente de generación de problemas.
  • El sector público tiene un papel crucial en el funcionamiento de la mayoría de economías reales. Habitualmente es un factor de estabilización y regulación para evitar que los desmanes del mercado afecten al edificio entero. Pero esto no está siempre garantizado, y decisiones políticas de los grandes estados pueden precipitar crisis. El impacto de las políticas de ajuste impuestas por la Unión Europea en 2010 por presión de Alemania y sus aliados son una buena prueba de ello.

En suma, la economía capitalista mundial tiene los mismos problemas que los sofisticados sistemas eléctricos que ayudan a organizar nuestras vidas. Son enormemente complejos y sofisticados. Pero, al mismo tiempo, vulnerables. Y de vez en cuando colapsan, como ha ocurrido hace pocos días en Argentina, Uruguay y Paraguay. Una economía más manejable y socialmente responsable exige otra lógica organitzativa y social.

III

Es imposible saber si alguna de las fuerzas que he detallado, u otras omitidas, están creando las condiciones para una crisis inmediata. Pero tenemos bastantes números para que lo de 2010 pueda repetirse bajo otra forma y otros detonantes. La salida actual de la crisis se ha basado en una práctica desregulación monetaria que ha facilitado crédito ilimitado a financieros y grandes deudores. El Estado español, por ejemplo, ha visto aumentar el endeudamiento desde un 64% en que lo dejó el gobierno de Rodríguez Zapatero hasta cerca del 100% con que se encontró el nuevo gobierno de Pedro Sánchez. Este aumento hubiera sido muy difícil de soportar si no se hubiera producido una fuerte reducción de los intereses a pagar.

Hoy el endeudamiento masivo es mucho mayor, pero su coste se ha abaratado. Los bancos centrales (BCE, Fed) han generado grandes masas de dinero barato y lo que no está claro es qué podrían hacer en caso de una nueva recesión. Además de tener un sistema frágil, es posible que también estemos inmersos en una dinámica que nadie sabe como revertir. Y que nos puede conducir a nuevos desastres económicos, sociales y ambientales.

Por ello, más que preocuparnos por si viene o no la crisis (si ésta viniera y solo afectara a los rentistas, hasta podría ser una buena ayuda para cercenar los impulsos especulativos de la sociedad, aunque no es esto lo que suele suceder y los grandes “paganos” suelen ser los más pobres), lo que de verdad nos debería tener desvelados es pensar qué tenemos que hacer para afrontar los grandes problemas que ya teníamos y que la crisis acrecentó.

Buen verano y pensad en ello. La rentrée será complicada.

Albert Recio Andreu