«Que esta historia es cosa de religión lo indican en primer término palabras como “crédito” y “fiduciario”»
Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas
Está fuera de duda que el funcionamiento de las finanzas depende en gran medida de la confianza y de las creencias colectivas, pues los títulos financieros son derechos sobre rentas futuras, y ante el futuro –que es algo incierto y que no se puede predecir– sólo cabe la formación de expectativas. Pero las finanzas son también un momento de la actividad económica, y en relación con los otros momentos o ámbitos –como la producción, la distribución, el intercambio y el consumo– representa un papel que si se interpreta mal compromete las posibilidades de reproducción de la economía en su conjunto. Parece el caso de las nuevas finanzas surgidas en el transcurso de las últimas décadas, de cuya distorsión en el cumplimiento de sus funciones surgen muchas de las dificultades por las que pasa la economía de nuestros días. Además, atender a las interrelaciones que existen entre las finanzas y los otros aspectos de la actividad económica permite situar adecuadamente el alcance de la dimensión financiera de la crisis en el marco de la crisis sistémica que atraviesa al capitalismo.
Porque la crisis actual va más allá de la crisis financiera. Es una crisis económica, ecológica y social que revela su naturaleza sistémica en un doble sentido: por un lado, por la profundidad con que se ha manifestado y, sobre todo, por las dimensiones que ha afectado, que son muchas e interrelacionadas, no admitiendo un tratamiento de mera yuxtaposición de los análisis parciales de cada una de las crisis identificadas específicamente (financiera, energética, climática, de cuidados, etc.); por otro, porque revela la inviabilidad de que el capitalismo siga funcionando tal y como lo hecho durante las últimas décadas (como pone en evidencia el deterioro ecológico). Así pues, situar la crisis financiera en el contexto de la crisis sistémica exige empezar por abordar la evolución reciente de las finanzas en el marco de los problemas por los que atraviesa el capitalismo.
Dificultades en el capitalismo y financiarización
Los problemas que plantea el capitalismo de las economías centrales vienen de lejos.2 Tienen que ver básicamente con dos cosas: con las dificultades crecientes de valorización del capital en esos espacios y con el deterioro del clima cultural que había legitimado socialmente hasta entonces al capitalismo. Ambos problemas empiezan a manifestarse de forma clara en Estados Unidos y en la vieja Europa a partir de la década de los setenta del siglo pasado, activando tres procesos a modo de respuesta: la contraofensiva neoliberal, la profundización de la globalización y, finalmente, el impulso a la financiarización de la economía.
El neoliberalismo debe ser interpretado –como señala Harvey–3 como un proyecto político orientado, por un lado, a restablecer las condiciones para la acumulación de capital y, por otro, a restaurar el poder de las élites económicas. Al final sólo ha servido para lo segundo: «Esto es la lucha de clases –se encargó de recordarnos el multimillonario Warren Buffet–, y la mía, la de los ricos, la está ganando». La mundialización, a su vez, fue el tema estrella en los debates económicos de los noventa. Es un fenómeno complejo que no se presta a veredictos inequívocos, aunque bajo la convocatoria a la internacionalización y a la competitividad de las empresas, reiterada una y otra vez por las instituciones internacionales y los países ricos, se desliza la esperanza de que con la extensión de relaciones sociales capitalistas por todo el orbe sea posible contrarrestar las dificultades de valorización del capital en las economía centrales.
El impulso a la financiarización de la economía se relaciona profundamente con los dos procesos recién mentados. El inicio de la expansión de los mercados monetarios y financieros arranca de las transformaciones del sistema monetario internacional de principios de los setenta (generalización de un sistema de tipos de cambio flexible), de la liberalización de los movimientos internacionales de capitales y de la desregulación paralela de los tipos de interés. En esas circunstancias, las operaciones en los circuitos financieros dejaron de ser la contrapartida de los intercambios de bienes y servicios para convertirse, básicamente, en el espacio de la innovación de nuevos productos con el propósito de obtener, bien beneficios derivados de la volatilidad de los tipos de interés y/o de cambio, bien cobertura de los riesgos asociados a esas variaciones. Poco después, la explotación de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información, la emergencia de nuevos operadores y agentes conformando un grupo social en el que convergen intereses comunes (inversores institucionales, agencias de calificación, consultores, auditores, burocracia de las instituciones financieras internacionales, etc.), junto a los cambios en la regulación inducidos por el neoliberalismo (independencia de los bancos centrales, disolución de las diferencias entre banca comercial y de inversión, rebajas impositivas y exenciones fiscales al patrimonio y a las rentas del capital, ausencia de controles a la colusión entre actividades de supervisión, calificación y consultoría en empresas auditoras y de rating, etc.) y las dificultades propias de valoración en el espacio productivo, terminaron de asentar el primado mundializado de las finanzas.
Esta evolución de las finanzas ha implicado cambios importantes en el funcionamiento del capitalismo de nuestros días. Transformaciones que aparentemente han incidido menos en las posibilidades de restablecimiento de una nueva senda de acumulación (al menos en los países centrales) que en la redefinición de la hegemonía mundial y las relaciones de poder entre grupos y clases sociales en el interior de cada una de las economías.
Hegemonía y poder asociados al primado de las finanzas
En el plano del poder internacional, ha permitido a los EEUU financiarse con cargo al ahorro del resto del mundo (facilitando la colocación de sus bonos del Tesoro en los mercados internacionales), dando lugar a un hecho novedoso de gran trascendencia como es el tránsito de la economía norteamericana desde una posición acreedora a otra deudora. Esta circunstancia hizo posible que en la última década EEUU pudiera interpretar simultáneamente dos papeles, por un lado, el de «gran consumidor» de la economía mundial y, por otro, el de «gran gendarme» global (con casi el 50% del presupuesto militar mundial, bases militares en 130 países, cerca de 300.00 efectivos fuera de su territorio e implicación en dos guerras de ocupación, como la de Afganistán e Irak).4 Con ello ha buscado revertir y compensar su progresiva pérdida de peso mundial, sobre todo, en el plano económico.
En el ámbito de las relaciones de poder entre grupos sociales, el protagonismo de las finanzas ha tenido unos efectos distributivos indudables. Por un lado, ha propiciado la centralización del capital en aquellas empresas con acceso directo a los mercados financieros. Dichas empresas han encontrado al operar en esos mercados –a través de fusiones y adquisiciones– grandes posibilidades de apropiarse del patrimonio y el excedente de la economía productiva. Por otro, ha impactado de lleno en el gobierno de la empresa y en las relaciones laborales que se desarrollan en su seno. La financiarización de la gestión empresarial ha conllevado el deterioro de las condiciones salariales y de trabajo de los asalariados como consecuencia de la aplicación, por parte de los dirigentes de las empresas, de una estrategia corporativa únicamente centrada en el enriquecimiento a corto plazo de los accionistas. Los ejecutivos de las corporaciones que cotizan en los mercados bursátiles han visto en la bolsa el medio idóneo para la “creación de valor” a favor del accionista, beneficiándose de paso de las revalorizaciones de los activos que se vinculan a su retribución y provocando, en muchos casos, no sólo burbujas en el valor de las acciones sino también auténticos saqueos del patrimonio
empresarial en común provecho con los fondos de inversión.
También el estado de bienestar ha visto minadas sus bases financieras. Los ricos son muy pocos, pero tienen una enorme influencia sobre los Gobiernos. Por su ascendiente han conseguido en las últimas décadas rebajas sustanciales de impuestos (a través de la reducción del tipo máximo del IRPF, de rebajas y exenciones en el impuesto de sociedades, de la eliminación de figuras impositivas como la del patrimonio o la de sucesiones, a través de las SICAV, de la proliferación de centros off shore, etc.). Todo ello subyace en el aumento del déficit y la necesidad del estado de endeudarse, representando un negocio perfecto para los adinerados en la medida en que «con el dinero ahorrado en los impuestos, los ricos han podido adquirir los títulos (que generan interés) de la deuda pública emitida para financiar los déficits públicos provocados por las reducciones de impuestos […] El resultado es que se ha creado un mecanismo de redistribución al revés, de las clases populares hacia las clases acomodadas»,5 ya que los intereses de la deuda pública se remuneran mediante unos impuestos que, básicamente, recaen sobre las rentas del trabajo.
A lo que hay que sumar las consecuencias de la actuación de las agencias de calificación, cuyas evaluaciones de la deuda soberana no son neutrales al afectar a la evolución de esa misma deuda y, en consecuencia, al coste de su financiación entre todos los contribuyentes. Unas agencias sobre las que pesan evidencias de conducta fraudulenta y de connivencia con instituciones financieras que sacan una buena tajada de la percepción de alto riesgo creada por aquellas.
A veces se define la fe como «creer en lo que no se ve», pero en este caso –sean o no las finanzas una cuestión de religión– lo ajustado sería proclamar a la luz de lo que está aconteciendo: «ver para creer…»
NOTAS
1 K. Marx, citado por E. Dussel en Las metáforas teológicas de Marx, Editorial Verbo Divino, 1993, pp. 21-22.
2 Para más detalle se puede consultar Á. Martínez González-Tablas, «Contexto y dimensión financiera de la crisis», Revista de Economía Crítica, nº 11, primer semestre 2011, pp. 22-44 [disponible en: http://revistaeconomiacritica.org/]
3 D. Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007.
4 Recuerda Claude Serfati que la guerra de Irak es la primera guerra que EEUU ha financiado íntegramente con deuda pública («États-Unis, l’avenir du militaro-sécuritaire», La bréche, marzo, 2009).
5 Manifiesto de economistas aterrados, Pasos perdidos/ Barataria, 2010, pp. 34-35.
Santiago Álvarez Cantalapiedra
No Comment