El clima sigue calentándose de forma excesiva. El actual verano del hemisferio norte lo evidenció nuevamente. Canículas, sequías prolongadas, aumento de la desertificación, incendios devastadores, son solo algunas de las facetas de esta realidad preocupante.

El último Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) advirtió, en marzo de este año, que el calentamiento global está en camino de superar el límite máximo de 1,5˚C consensuado en el Acuerdo de París de diciembre de 2015 en la Cumbre del Clima de la ONU (https://unfccc.int/files/meetings/paris_nov_2015/application/pdf/paris_agreement_spanish_.pdf).

Integrado por representantes de 195 Estados, este Grupo constituye el principal organismo internacional que analiza científicamente el cambio climático y evalúa su repercusión tanto para los seres humanos como para el mundo vegetal y animal (https://www.ipcc.ch/languages-2/spanish/).

Según los expertos, cada aumento de temperatura se traduce en situaciones de peligro que se agravan rápidamente: «Las olas de calor de mayor intensidad, las lluvias más fuertes y otros fenómenos meteorológicos extremos exacerban los riesgos para la salud humana y los ecosistemas». Y subrayan la globalidad del fenómeno: «En todas las regiones, el calor extremo está causando la muerte de personas. Se prevé que la inseguridad alimentaria y la inseguridad hídrica asociadas al clima se incrementarán debido al aumento del calentamiento. Cuando los riesgos se combinan con otros fenómenos adversos, como las pandemias o los conflictos [bélicos], resulta aún más difícil controlarlos».

Lo que se hace es insuficiente, explica este Grupo, el cual insiste en que, a fin de limitar el calentamiento a 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales, es imperioso lograr reducciones drásticas, rápidas y sostenidas de las emisiones de gases de efecto invernadero en todos los sectores. El panorama es muy desafiante debido a que estas emisiones ya deberían haber disminuido; de hecho, algo que no ha ocurrido. En consecuencia, cualquier esfuerzo serio por limitar el calentamiento al 1,5°C propuesto implicaría reducirlas casi a la mitad de aquí a 2030. El reciente informe del IPCC calcula que unos 3.600 millones de personas en el mundo son vulnerables ante los efectos del cambio climático, casi la mitad de la población planetaria.

¿Reparar lo irreparable?

Aunque técnicamente la solución al calentamiento global es relativamente simple, pues consiste tan solo en reducir radicalmente las emisiones de dióxido de carbono (CO2), la misma pone en cuestionamiento el concepto hegemónico actual de producción, crecimiento económico y consumo. Exige cambios profundos y la sustitución del actual paradigma económico dominante. Y también un esfuerzo de parte de los grandes consumidores que deberían reducir una parte de lo mucho que consumen. ¿Menos calefacción en invierno y menos climatización en verano? ¿Una disminución significativa del uso del transporte aéreo y automotor? ¿Una modificación de la dieta alimentaria mediante la sustitución de platos cuya preparación impacta negativamente el medio ambiente?

Para gambetear su propia responsabilidad por el medio ambiente, tanto corporaciones y empresas, como Estados, e incluso consumidores individuales, han introducido gradualmente diferentes métodos que, al menos en principio, parecieran querer protegerlo. Desafortunadamente, estos métodos no aseguran la reducción drástica de emisiones de CO2.

Uno de estos métodos, de enorme trascendencia debido a su generalización, consiste en la compensación de carbono como una forma de llegar al «cero netos». El mecanismo es simple: una empresa (o un Estado o cualquier otra entidad) le encarga a una firma certificadora que calcule el efecto contaminante de sus emisiones, se trate de una actividad industrial en marcha o en un futuro inmediato. Sobre la base de esta cifra, la empresa paga por su efecto nocivo con un contravalor denominado «crédito ambiental», el cual se destina a proyectos que deberían proteger al medio ambiente, generalmente en países de América Latina, África y Asia.  

Glorificadas por sus promotores, estas compensaciones dejan mucho que desear, como lo acaba de revelar una investigación independiente promovida conjuntamente por el periódico británico The Guardian y el alemán Die Zeit. Dicha investigación, específicamente enfocada en las calculaciones y certificaciones de la empresa Verra, la mayor organización certificadora del mundo, determinó que «más del 90% de las compensaciones de carbono convertidas en proyectos ambientales en la selva tropical, calculadas y ejecutadas por Verra, carece de valor»  (https://www.theguardian.com/environment/2023/jan/18/revealed-forest-carbon-offsets-biggest-provider-worthless-verra-aoe ).

Movimientos ambientalistas se oponen a toda forma de lavado verde. Foto Geenpeace

Con respecto al estándar de carbono que Verra utiliza para sus certificaciones, el estudio señaló que los créditos ambientales que esta organización basada en la ciudad de Washington aprobó y certificó para grandes empresas como Disney, Shell, Salesforce, BHP, EasyJet y Gucci, entre otras, son, en gran medida, «inútiles», y que además podrían empeorar el calentamiento global.

Y plantea interrogantes sobre los créditos ambientales adquiridos por muchas otras corporaciones de renombre internacional, algunas de las cuales han etiquetado sus productos como «carbono neutral» o le hacen creer a sus consumidores que pueden volar, comprar ropa nueva o consumir ciertos alimentos sin empeorar la crisis climática.

Afortunadamente, cada vez surgen más interrogantes con respecto a la transparencia de este mecanismo. Un artículo de agosto de la revista Otro Mundo, de la Agencia Suiza para la Cooperación al Desarrollo (COSUDE), se titula «¿Las compensaciones de carbono, solución o ilusión?». El mismo señala que, a fin de tranquilizar la conciencia ecológica y compensar por las emisiones excesivas cuando tomamos un avión, es posible comprar certificados de CO2, papeles que comprueban que la polución ocasionada por ese vuelo será compensada en algún lugar del planeta, generalmente en el Sur. Se trata de «un mecanismo que los especialistas en el sector del desarrollo y del clima califican desde hace tiempo como comercio moderno de indulgencias, o greenwashing («lavado verde», en inglés)». A través de este mecanismo y a modo de ejemplo, Suiza, un país que en proporción a su población se considera de contaminación per cápita mediana, compensa en el extranjero por el 25% de la polución que produce en su propio territorio (https://www.eda.admin.ch/deza/es/home/cosude/publicacion/un-seul-monde.html).

Remedios ineficaces

A fines de agosto, un estudio muy difundido de la revista científica Science verificó que una gran parte de los créditos compensatorios certificados por Verra para empresas que pretenden reducir su huella de carbono no han tenido ni tendrán efectos positivos sobre el cambio climático. Según los investigadores de Science que evaluaron 18 de los 93 proyectos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero en zonas de deforestación en Asia, África y Sudamérica, y que Verra certificó, un 94% de estos créditos no cumplen con todas sus promesas y ni satisfacen todas las expectativas que generaron. Muy diversos medios de prensa europeos, como Le MondeLa Croix y Le Temps, entre otros, informaron sobre esas conclusiones de Science.

Todos estos proyectos de reducción de emisiones en regiones del Tercer Mundo forman parte del programa de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal (REDD+, en inglés), aunque su ejecución se subcontrata a agentes privados, beneficiarios de un negocio formidable en torno a los 2 mil millones de dólares.

Ya en noviembre 2022 la ONG ambientalista Amigos de la Tierra se preguntaba: ¿Cómo funcionan las propuestas de compensación en la actualidad? (https://www.tierra.org/wp-content/uploads/2022/11/COP27-que-esta-en-juego-con-las-falsas-soluciones_ONLINE.pdf). En dicho documento, Amigos de la Tierra sostenía que el concepto «cero netos» conlleva la idea errónea de que las emisiones de carbono pueden compensarse quitando carbono de la atmósfera. En sus orígenes, la eliminación de CO2 refería a un proceso natural, como el de las plantas marinas o terrestres, que absorben carbono de la atmósfera. En el presente, sin embargo, la eliminación de carbono resulta cada vez más problemática debido a que incluye procesos dudosos.

En efecto, además de las tradicionales «Soluciones Basadas en la Naturaleza» (SBN: árboles, océanos y tierras que absorben carbono), en la actualidad también se trabaja con parches tecnológicos de lo más arriesgado, como «Bioenergía con Captura y Almacenamiento de Carbono» (BECCS, en inglés) y Captura y Almacenamiento Directos de Carbono (DACCS, en inglés).

En cuanto a la dinámica de «eliminaciones y compensaciones», Amigos de la Tierra afirma críticamente que cuando combinamos unas y otras, «el resultado son soluciones falsas elevadas a la máxima potencia». En gran medida, porque los mismos mercados de carbono y los créditos por carbono así lo han concebido. En otras palabras: estos mercados –donde se compran y se venden los créditos por carbono– han acuñado el concepto irrealizable de que dichos créditos son el mecanismo ideal para lograr el «cero netos». Es por eso que los agentes de industrias muy emisoras siguen produciendo gases con efecto invernadero y siguen pagando para que se haga algo como para que se piense que de esta manera están contrarrestando las emisiones de carbono, aunque más no sea, en alguna otra parte del planeta.

La naturaleza no se vende

Amigos de la Tierra argumenta que dichas «compensaciones» no tienen sentido porque realmente no contribuyen a reducir las emisiones. Y da como ejemplo un proyecto para la instalación de una planta de energía renovable, o para evitar la deforestación: ninguna compensación podrá reducir o eliminar el carbono que dichos proyectos generen en el lugar donde se pongan en marcha. Y mucho menos si se considera que en esos sitios ya hay contaminación ambiental. «No hay ni suficiente tierra ni suficientes mares en el planeta», explica Amigos de la Tierra, «para desarrollar estas compensaciones por eliminación a una escala que pudiera contrarrestar, aunque fuera parcialmente, las emisiones que genera en estos momentos la quema de combustibles fósiles, ni para almacenar de manera permanente y segura el carbono que podría extraerse de la atmósfera».

En cuanto a las «compensaciones» por carbono, Amigos de la Tierra sostiene que las mismas «nos distraen peligrosamente de los recortes de emisiones reales y drásticos que necesitamos urgentemente para poder respetar el objetivo de aumento máximo de temperaturas medias de 1,5°C». Y coincide con los numerosos estudios que han denunciado, por un lado, que la fórmula de compensaciones se basa en ideas exageradas, cuando no falsas, con respecto al tan mentado «beneficio» que puede representarle, sobre todo, al Sur Global y a las comunidades indígenas. Por el otro, que esa misma formula esconde, engañosamente, las inmensas fortunas que los emisores pueden ahorrarse a pesar del desastroso impacto social y medioambiental de sus emisiones.  Dado que los cálculos subestiman siempre el impacto real de la contaminación.

Soluciones verdaderas: cambio de paradigma

El dilema ambiental incluye un presupuesto simple: para evitar que siga aumentando el calentamiento global que abrasa la Tierra y destruye la vida, no hay más alternativa que reducir radicalmente las emisiones de carbono.  

Estados y empresas con actitudes irresponsables le buscan la vuelta a esta alternativa y continúan inventando mecanismos para tranquilizar su conciencia destructiva sin cambiar nada de fondo.

La panacea de las compensaciones, una de esas «trampitas» propias de niños traviesos, desmiente su ineficacia total. Las voces ambientalistas más críticas ya las califican como otra muestra de cinismo civilizatorio.